María no canta: llora. La ópera final de Maria Callas llega al cine con una Angelina Jolie irreconocible

Maria Callas, la voz que una vez estremeció las paredes de La Scala de Milán, regresa en forma de susurro, mirada, presencia. Pero no en el escenario, sino en la pantalla: en Maria, la nueva película de Pablo Larraín, la gran soprano no canta: se despide.

Y lo hace en silencio.

Angelina Jolie no interpreta a Callas. Se convierte en ella. Su mirada apagada, sus hombros caídos, su piel pálida envuelta en pieles de archivo (auténticas), componen un retrato fúnebre y bellísimo de una mujer que lo fue todo… y terminó sola en un apartamento parisino, en 1977.

Una película hecha de ruinas, plumas y recuerdos

Larraín, el director que ya exploró el alma quebrada de Jackie Kennedy y los fantasmas de Lady Di, completa aquí su tríptico de mujeres convertidas en mito. Pero Maria no es un biopic tradicional. No busca contar una vida: busca habitar una ausencia.

Los diálogos son mínimos. La música, selectiva. El tiempo, lento. La película parece compuesta de cartas nunca enviadas, llamadas no contestadas, espejos rotos.

Jolie, en su mejor papel en años

Angelina Jolie reaparece en el cine no como estrella, sino como sombra. Su interpretación, llena de gestos pequeños y silencios abismales, ha sido descrita como “hipnótica”, “dolorosamente hermosa”, y —algunos ya lo dicen— la mejor actuación de su carrera.

No hay diva. Hay duelo.

Una ovación que no pudo escuchar

Estrenada en el Festival de Cine de Venecia, Maria fue recibida con una ovación de ocho minutos. Algunos lloraban. Otros simplemente no se movían. La película se ha convertido en un fenómeno silencioso. No grita, no corre. Pero te deja suspendido.

¿Quieres conocer más allá de la pantalla?

Si después de ver Maria necesitas seguir escuchando la voz quebrada de Callas, Gandhi tiene dos títulos imprescindibles:

“No hay nada más trágico que una voz que aún quiere cantar, en un cuerpo que ya no puede.”