Historia incompleta de la novela
6 de mayo 2023
Por Herles Velasco
Dentro del universo literario, la novela es, hoy por hoy, el género favorito entre los lectores. Las posibilidades estéticas y de exploración de los rasgos que nos hacen humanos encuentran en la narración de mediano y largo alientos el mejor espacio para explayarse, para magnificar las luces y ahondar en las sombras de prácticamente cualquier aspecto relativo a nuestra ambivalente naturaleza. Este potencial casi infinito de indagación de lo humano ha convertido a la novela en un artefacto interdisciplinario que se nutre de la psicología, la sociología, la historia o la filosofía, pero también los pesos de los espacios, los olores, los sabores y las emociones de sus protagonistas influyen en el desarrollo de las historias. En ese sentido, la novela representa quizá el género que mejor se adapta a la experimentación, pues tiene la posibilidad de construirse a partir de los elementos más profundos en conjunto con los más banales. Existen esquemas y reglas, por supuesto, formas reconocibles y estructuras que se han replicado por décadas; sin embargo, ya que la voz del novelista se genera en un lugar y tiempo determinados, los armazones casi siempre comunes sobre los que se construyen los relatos se terminan por diluir en una variedad inagotable de sutilezas. La historia de la novela es como los capítulos de una narración, pero el viaje de este personaje nunca llega a puerto, no se agota y se va bifurcando en infinitos finales abiertos.
Así como la concebimos hoy, la novela resulta un constructo suficientemente entendido desde el Medioevo; hereda, sin duda, ciertas intenciones de formas anteriores: la poesía épica, el cuento y la tradición oral podrían ser los génesis más reconocibles de su largo linaje. Autores como Heliodoro (siglo III) compusieron largas historias de aventuras llenas de peripecias e intriga amorosa. Antes estuvo Homero (siglo VII a. de C.) con sus eternas Iliada y Odisea, y mucho antes alguien compuso algo que se conocería como La epopeya de Gilgamesh (2000 a. de C.) que cuenta las aventuras de héroes, villanos y dioses. Otros ejemplos de lo que podríamos llamar hoy novela se encuentran en las literaturas griega y romana de la Antigüedad; estas obras, como Las metamorfosis, de Ovidio (43 d. C.), o Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato (170 d. C.), presentan una estructura narrativa compleja y un enfoque claro en la construcción de personajes. Sin embargo, cumplían funciones más bien históricas o mitológicas, antes que estéticas.
Durante la Edad Media, los relatos novelares se transmitieron principalmente a través de la oralidad, contados por narradores itinerantes. Estas historias abarcaron temas como la caballería, aventuras fantásticas y leyendas religiosas. A medida que las ciudades crecieron, hubo una demanda creciente de historias para el entretenimiento. Los primeros ejemplos de novelas medievales fueron las canciones de gesta, como el Cantar de Roldán (siglo XI), atribuido a un monje francés de nombre Turoldo, o el Cantar del Mio Cid, en España (siglo XII), que contaban las hazañas heroicas de personajes míticos, legendarios y que se entonaban en las plazas y los caminos. Aparecieron después las primeras novelas medievales escritas, como las de María de Francia o las de Chrétien de Troyes (ambos del siglo XII), este último considerado por muchos como el padre de la novela en Occidente. Sus historias se centraban en temas como el amor cortés, las aventuras fantásticas y, de nuevo, los ideales de caballería.
Hacia el final de la Edad Media y con el comienzo del Renacimiento, las novelas se volvieron más realistas y seculares, pues se centraron en la exploración de los sentimientos y las complejidades de la vida cotidiana. Una de las obras más influyentes de esta época fue el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, que presenta una serie de cuentos cortos que exploran temas como el amor, la muerte y la religión. El trabajo de Boccaccio representó un alejamiento del tono grandilocuente de las novelas de caballería, acercándose más a algo que podríamos llamar hoy realismo psicológico. Autores como Boccaccio o Petrarca (siglo XIV) trabajaron temas considerados más bien mundanos, como las pasiones, la socialización y las relaciones interpersonales.
Ya para el siglo XVII llegó la novela picaresca española, que se centraba en la descripción de la vida de los marginados y los pobres. La novela también se expandió geográficamente durante este periodo y los novelistas españoles impulsaron la popularizaron del género; obras como La vida de Lazarillo de Tormes, del famoso anónimo, o El Buscón, del no menos famoso Francisco de Quevedo, mostraban personajes imperfectos y moralmente ambiguos, lo que supuso un gran cambio respecto a la tradición de los héroes perfectos y virtuosos. El Quijote, de Cervantes, se produce en este contexto. Los antihéroes modernos de libros, películas o series ya encantaban a los lectores hace más de 400 años.
La novela experimentó un gran auge gracias al movimiento cultural de la Ilustración, en el siglo XVIII. Las obras de autores como Daniel Defoe, Jonathan Swift y Samuel Richardson abordaban temas complejos, como la razón, la moralidad y la identidad individual. También en esta época surgieron las novelas epistolares, que se escribían en forma de cartas entre personajes y permitían una introspección más profunda en los pensamientos y sentimientos de éstos. La experimentación con las formas ya no iba a detenerse.
En el siglo XIX, la novela se diversificó en varios géneros: por un lado, la novela gótica; por otro, la novela victoriana, y al ladito, el realismo. Autores como Dickens, Thackeray, Eliot, Stendhal y Balzac escribieron largas y detalladas narraciones que exploraban la sociedad de su época. Novelistas franceses, como Flaubert, perfeccionaron el realismo psicológico. Las novelas rusas de Tolstói y Dostoievski exploraron temas filosóficos como la fe, la razón y la existencia humana. Por un lado, la novela se densificó, y por otro, al lector se le empezó a exigir más, como en pocos momentos de la historia. En este periodo surgió el género de la novela de aventuras, de corte más ligero, popularizado por Verne y Salgari.
La novela se transformó radicalmente una vez más en el siglo xx. El modernismo, el existencialismo y las corrientes posmodernas cuestionaron las convenciones del género y la naturaleza de la verdad y de la realidad. Las novelas de esta época mostraron un profundo interés en la psicología humana. Ejemplos notables incluyen el Ulises, de James Joyce, o En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust: obras espesas, metafóricas y laberínticas, en las que el tiempo y las voces internas llevan el ritmo de lo narrado; pero también están La náusea, de Sartre, o El extranjero, de Camus, con las cuales se cuestiona lo absurdo de la existencia. La novela posmoderna, por otro lado, se centró en la fragmentación y la desconstrucción de la realidad. Ejemplos notables incluyen a Borges o a Kafka, con sus mundos fantásticos dentro de una realidad extrañamente verosímil y, por supuesto, se trata del siglo del boom latinoamericano y su realismo mágico.
En el siglo XXI, los autores contemporáneos han adoptado una variedad de enfoques y estilos. La tendencia no va en una sola línea; el rumbo es la diversidad. La novela ha constituido un medio importante para la experimentación formal en temas como la diversidad sexual, la raza, la migración, la identidad de género y las discapacidades, y ha permitido a los lectores conocer y comprender mejor las experiencias de aquellos que son diferentes a ellos. Muchos autores han ido más allá de las convenciones narrativas tradicionales para crear obras que desafían las expectativas del lector y exploran nuevas formas de contar historias. Esto se ha traducido en novelas que utilizan técnicas como la estructura no lineal, el uso de múltiples narradores y la mezcla de géneros literarios. La novela del siglo XXI se ha moldeado por los cambios en la sociedad y la cultura. Las preocupaciones sociales y políticas, como el cambio climático, la desigualdad económica y la violencia se reflejan en las obras de muchos autores contemporáneos: Chimamanda Ngozi Adichie, Mieko Kawakami o Antonio Ortuño.
La tecnología también ha tenido un impacto significativo en la novela actual. La popularidad de los dispositivos electrónicos de lectura, como el Kindle y el iPad, acrecentó la publicación de libros electrónicos, que permite a los lectores acceder a una amplia variedad de obras de todo el mundo. Además, las redes sociales y las tecnologías de la comunicación han permitido a los autores interactuar directamente con sus lectores y promocionar sus obras a través de canales alternativos. Estas situaciones influyen y modifican también la manera en la que los novelistas de este siglo piensan sus obras y, si bien aún es temprano para determinar las tendencias dominantes en la novela del futuro, resulta evidente que este género literario seguirá evolucionando para adaptarse a los cambios en el mundo y para explorar los aspectos más profundos y complejos de la condición humana. +