El frente de batalla política: una casa sin cocina. Melusina Fay Peirce a la sombra de una multitud

El frente de batalla política: una casa sin cocina. Melusina Fay Peirce a la sombra de una multitud

Aura R. Cruz Aburto

¿Qué suele venirnos a la mente cuando escuchamos la palabra pragmatismo? Seguramente, un raudal de ideas, desde las más coloquiales hasta las más sofisticadas y disciplinares. Por un lado, hablar de pragmatismo en el lenguaje cotidiano se relaciona con un interés acentuado en los efectos de las acciones. Por otra parte, en un entorno más académico, alude a una escuela filosófica cuyo centro conceptual es la acción y su performática, y también es probable que se piense en uno de sus más destacados creadores: Charles Sanders Peirce. 

Asimismo, si partimos de la arquitectura, no faltan publicaciones más o menos recientes que hablan de Pragmatismo poético como aquella de Dellekamp (Arquine, 2015), o textos de unas décadas anteriores, como La buena vida, de Iñaki Ábalos (Editorial GG, 2000), que cierra con la proposición de una arquitectura pragmática para liberar de las tareas domésticas a las mujeres. Pero difícilmente pensamos en la gran revolución doméstica emprendida por diversas feministas en el siglo xix en Estados Unidos.

A la sombra de muchos

Si se hace una primera búsqueda del nombre de la feminista estadounidense Melusina Fay Peirce en internet, es poco lo que se encuentra frente a la inconmensurable cantidad de material que aparece acerca de su exmarido, el afamado filósofo pragmatista Charles Sanders Peirce. 

Sin embargo, no es poco lo que esta pensadora y activista realizó en la segunda mitad del siglo xix. También resulta casi desconocido que, cuando ella logró echar andar su iniciativa para la creación de una cooperativa de trabajo doméstico que incluía la creación de nuevas tipologías edificatorias, muchos de los esposos de las mujeres participantes ―incluido el mismo Charles S. Peirce― obstaculizaron en mayor o menor medida el desarrollo de la iniciativa. Esto, en el caso de Melusina, culminó con su divorcio.

Aunque poco se dice de las propuestas de viviendas sin cocina y con servicios domésticos cooperativos que Melusina incluso llevó al plano, en las grandes narrativas de la arquitectura moderna no faltan el proyecto de Ebenezer Howard y la ciudad jardín ―que incluye viviendas sin cocina particular― ni la imperdible Unité d’Habitation de Marsella, de Le Corbusier. Es decir, Melusina no fue solamente una mujer a la sombra de su esposo, sino una figura histórica, junto con otras a quienes Dolores Hayden llama “feministas materialistas”, cuyas iniciativas socioespaciales han permanecido ocultas en comparación con las de los personajes masculinos protagonistas de la arquitectura moderna.

Vida doméstica y política: lo personal es político

Muchas mujeres conocen la famosa frase de autoría no reclamada “lo personal es político”. Silvia Federici declaró en su texto Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Traficantes de Sueños, 2013) que la transformación social debe partir de la esfera reproductiva, esa que históricamente se ha tachado de no productiva y de quehacer irrelevante. Paradójicamente, el trabajo doméstico constituye precisamente el ámbito que hace posible la vida misma y el desarrollo de toda persona, sin excepción. Esta visión resuena con el activismo de Melusina Fay Peirce, quien en pleno siglo xix desarrolló y concretó la propuesta socioespacial y económica que en líneas anteriores hemos mencionado, con la intención de liberar a las mujeres de su sometimiento al régimen patriarcal. 

Melusina y lo personal

Melusina Fay Peirce nació en Boston en la primera mitad del siglo xix. Hija de una mujer llamada Emily Hopkins con notable talento para la música, quedó signada por la muerte de ésta. Melusina atribuyó el deceso de su madre a la sobrecarga de trabajo doméstico y a la frustración derivada de no poder realizar su potencial. 

A diferencia de su madre, Zina ―como la llamaban las personas cercanas― había estudiado ciencia, filosofía, literatura e historia en la Agassiz School for Young Ladies, en Cambridge, Massachusetts. Fay Peirce era indudablemente una mujer de gran inteligencia y carácter. Más tarde contraería matrimonio con un hombre de extraordinarios talentos también, Charles Sanders Peirce.

La relación de la pareja Peirce resultó algo complicada. Se sabe que Melusina de manera frecuente escribía textos académicos bajo dictado de Peirce, al tiempo que ella, como la mayoría de las mujeres de la época, llevaba una sobrecarga de trabajo doméstico que interfería con sus inquietudes y habilidades intelectuales. 

Por ello, Zina se interesó en la creación de instituciones para dar voz a asuntos de orden público, sobre todo aquellos relacionados con el acceso de las mujeres a la educación superior. Además de publicar artículos en The Atlantic Monthly, después antologados bajo el título de Co-operative Housekeeping: Romance in Domestic Economy, y más tarde su libro Co-operative Housekeeping. How Not to Do It and How to Do It: a Study in Sociology, la activista fundaría una organización conformada por cuarenta integrantes, denominada The Cambridge Co-operative Housekeeping Association.

 Esta organización, lamentablemente, sólo tendría un año de vida, en parte importante debido al sabotaje hecho por los maridos de varias de sus integrantes: desde aquel que se indignaba con la idea de que su mujer atendiera a otros hombres hasta el que no podía con la molestia de tener que esperar a que terminara una reunión de la asociación para que su esposa cosiera un botón a sus ropas. Asimismo, estos pares masculinos intervendrían con sus “consejos” y arruinarían el espíritu de la organización.

Una propuesta revolucionaria: la revolución feminista y la colectivización de los quehaceres

A diferencia de otras activistas de la época, para Fay Peirce la transformación de las condiciones materiales de existencia de las mujeres constituía una necesidad prioritaria para alcanzar la libertad plena de su género. Mientras ciertos grupos sostenían que era prioritario alcanzar el derecho al voto y, conforme esto se lograra se podrían llevar a cabo otro tipo de transformaciones, para las feministas a las que Hayden categoriza como materialistas ―entre las cuales destaca nuestra activista― sostenían que, de hecho, la libertad se tenía que alcanzar en la acción concreta de la vida cotidiana, que se encuentra anclada en un sustrato material que la posibilita: la vivienda y la ciudad entraron a la arena de discusión.

La propuesta consistía en organizar grupos de 15 a 20 integrantes, que llevaran a cabo tareas de cocina, lavado y costura. Todas aquellas integrantes que realizaran estos trabajos serían adecuadamente remuneradas; los bienes y servicios provistos se venderían a un precio justo. Asimismo, las ganancias se compartirían. Por otro lado, las mismas mujeres también serían las consumidoras de la producción de esta organización, dado que Zina demandaba el reconocimiento del saber de la administración de la casa que históricamente dominaban las mujeres; por tanto, ellas debían convertirse en las administradoras de dichos recursos. 

En este sentido, la propuesta de Fay Peirce tenía varias aristas: por un lado, se buscaba optimizar la realización de los quehaceres domésticos para liberar el tiempo y aminorar la carga de trabajo de las mujeres. Por otra parte, al asignar una remuneración por el trabajo realizado, también se abonaba a la consecución de su independencia económica. Finalmente, al demandar que estas organizaciones fueran trabajadas y administradas en su totalidad por las mujeres, también se les proveía reconocimiento a sus saberes cotidianos, usualmente poco valorados.

Esta iniciativa, además de una cara organizacional, se sostendría en la constitución material de nuevas arquitecturas que, a su vez, demandarían nuevas tipologías: las viviendas sin cocina estaban por ver la luz.

Una arquitectura de la acción colectiva

En un principio, la pregunta que cabía hacer era por qué si la educación y la salud se habían extraído de la casa familiar como lugar de origen a manos del Estado no había sucedido así con las cocinas y los espacios de lavado. La respuesta era que, de hacerlo, las mujeres descuidarían los “quehaceres propios de su género” y su papel “natural” en la sociedad: el trabajo de cuidados y la crianza. ¡Peor aún! Tendrían tiempo de pensar y reclamar su derecho al ejercicio de la ciudadanía e insistirían en obtener derecho al voto. 

Por lo anterior, quedó claro para mujeres como Melusina Fay Peirce que exteriorizar los espacios de los trabajos domésticos resultaba necesario para ganar libertad. Como ya hemos narrado, ella tenía una historia personal con este tema, así como ambiciones e inquietudes personales que la movilizaban para trabajar en esta transformación. Así inició una organización con la propuesta de crear estas facilidades colectivas para el trabajo doméstico: cocinas, lugares de lavado y de costura comunales. Asimismo, como revela Zaida Muzí, estos edificios de servicios colectivos contarían también con “un comedor comunitario, espacios de formación, salas de lectura y de trabajo productivo”.

Para entonces, Estados Unidos vivía una transformación casi obligada de la cultura socioespacial de la vivienda: de la aspiración de las clases medias a una vivienda separada, se comenzaría a aceptar y a generalizar la idea de vivir en apartamentos, debido al aumento del costo de la tierra derivado de la guerra civil. Es así como, en 1903, Zina Peirce patentó un proyecto de edificio dúplex en el cual “el cuidado del hogar sería en cooperativo”, apunta Muxí.

Aunque la propuesta de Melusina es sin duda revolucionaria, aún mostraba ciertos rasgos de clasismo, ya que proponía ejecutar una división del trabajo en la cual las administradoras serían las mujeres mejor posicionadas económicamente, ya que contaban con más formación, que, para ella, sería un desperdicio no desarrollar; por otro lado, se destinaba a las mujeres más pobres la realización de las tareas manuales. De cualquier manera, a pesar de este resabio clasista, la propuesta de Melusina abría el espacio al encuentro de mujeres de diversos estratos en un mismo proyecto, en el cual incluso las más pobres podrían ser integrantes en activo de la asociación.

Cohabitar, un legado

Melusina Fay Peirce fue una mujer cuyas ideas no sólo trascendieron a la modernidad, sino que, hoy por hoy, se discuten y se debaten como modelos posibles para un mundo distinto. La idea de la cooperación y el reconocimiento no sólo del trabajo reproductivo, sino también de los saberes de sectores históricamente marginados, como las mujeres, resultan no sólo visibilizados por las ideas y la obra arquitectónica de Zina Peirce, también fueron articulados en propuestas espaciales y urbanas que más tarde serían retomadas por figuras más que conocidas en la narrativa dominante de la arquitectura. Por ello, es tiempo de arrojar la luz adonde se ha proyectado la sombra: ésta es la historia de la revolucionaria Melusina Fay Peirce.+