Juan Villoro y Xavier Velasco: unidos por la literatura y los perros
En la literatura mexicana hay amistades que se construyen a partir de libros, conversaciones y proyectos compartidos. Pero también existen las que nacen del afecto por los animales, de la complicidad de un ladrido o de la lealtad de una mirada. Tal es el caso de Xavier Velasco y Juan Villoro, dos de los narradores más queridos y reconocidos en el ámbito cultural. Además de compartir amistad, los vincula la orgullosa paternidad de una manada entrañable de gigantes de los Pirineos, perros majestuosos que los convirtieron en auténticos “parientes caninos”.
Xavier Velasco suele decir que la escritura es una fechoría y que los perros son cómplices perfectos para acompañar ese desparpajo vital. Juan Villoro encuentra en sus mascotas una fuente de calma y un cable a tierra en medio de las tormentas de la escritura. Más allá de premios y páginas, ambos se reconocen como orgullosos papás de sus caninos, tan entrañables como los personajes de sus libros.
La historia que ambos comparten comenzó con la camada de cachorros de gigantes de los Pirineos que albergó Velasco. Esta raza se caracteriza por ser enorme, peluda y noble, y se distingue por su paciencia como por su sentido de independencia. Entre esos cachorros estaban Ludovico, Teodoro, Carolina y otros que pronto se convirtieron en parte inseparable de la vida del autor de Diablo Guardián (Alfaguara, 2003). Lars, que terminaría en manos de Juan Villoro, también pertenece a esa camada que unió a los dos escritores con un lazo tramado por la fraternidad de sus perros.
Más que mascotas
En las conversaciones entre ambos escritores se repite una idea: más que simples mascotas, los perros son parte esencial de la vida familiar. Villoro, cronista, narrador y ensayista que ha explorado desde el futbol hasta la política, asegura que escribir con Lars cerca le cambió el ritmo y la manera de enfrentar la incertidumbre de la página en blanco. Velasco, por su parte, reconoce que cada perro lo conecta con algo vital, un vínculo que atraviesa sus días.
No es extraño que, en tono de broma y afecto, Velasco y Villoro hablen de sus canes como parientes literarios. Velasco, paracaidista y narrador de aventuras extremas, ve en Jerónimo un guardián inseparable; Villoro, siempre atento al detalle de lo cotidiano, encuentra en Lars un interlocutor que, sin palabras, lo regresa al presente. Más allá de la anécdota, hay algo entrañable en la idea de que dos de los escritores más importantes de México estén unidos por una camada de gigantes de los Pirineos que corretean entre jardines, libros y conversaciones. Sus perros son familia, pero también metáforas vivientes: enseñan paciencia, independencia, alegría y esa capacidad de volver a lo esencial que tanto necesitan la literatura y la vida.
La amistad de Xavier Velasco y Juan Villoro no se lee únicamente en sus libros o en las páginas de la crítica. También se escucha en los ladridos, se siente en las huellas de barro y se construye en la complicidad de saber que, gracias a un cachorro compartido, ahora son hermanos de manada.
Siete datos para entender esta historia
- Una manada literaria. Los perros de Velasco tienen nombres tan singulares como Casandra, Jerónimo, Ludovico, Carolina y Teodoro. Cada uno ha sido parte de anécdotas, paseos y hasta procesos de escritura. Jerónimo, por ejemplo, suele acompañarlo cuando trabaja, como un silencioso coautor que observa y vigila.
- El regalo que los unió. Villoro adoptó a Lars, pero su hija Inés le puso nombre y eligió Lars porque, al verlo, lo asoció con un oso polar sacado de un cuento nórdico que había leído. Así, la literatura infantil se coló en la genealogía canina de la familia.
- La nobleza de los Pirineos. Todos ellos pertenecen a la raza gigante de los Pirineos, perros que en España llaman “de montaña” y que históricamente fueron criados para cuidar rebaños. Esa herencia se nota: hacen rondas nocturnas como si vigilaran ovejas, aunque sus “ovejas” sean, en realidad, sus dueños.
- Hermanos de sangre y de vida. Lars es hermano de camada de Ludovico y Teodoro, lo que convierte a Villoro en el tío adoptivo de los perros de Velasco. Una familia extendida y peculiar que se recuerda cada vez que se reúnen.
- Paciencia e independencia. Una de las características más notables de los gigantes de los Pirineos es su paciencia. Son dóciles con los niños y toleran juegos y abrazos, pero, al mismo tiempo, tienen un fuerte sentido de independencia. Como afirma Velasco, “no son adiestrables, ya tienen su propio jefe”.
- Los miedos y las manías. Aunque imponentes, estos gigantes no son invencibles. A Lars, por ejemplo, no le gustan los relámpagos ni las tormentas, aunque sí disfruta de la lluvia y del barro que deja atrás. Lo suyo es ensuciarse y luego entrar a la casa como si nada.
- La inspiración de lo cotidiano. Para Villoro, Lars ha sido más que un perro: es un recordatorio constante de la vida fuera de la escritura. “Es un cable a tierra”, dice, porque lo obliga a salir de la neurosis creativa para ocuparse de lo básico: limpiar una pantufla mordida, dar un paseo, escuchar un ladrido. Velasco coincide: los perros enseñan paciencia, humildad y, sobre todo, la certeza de que siempre hay compañía al lado.+


