Diagnóstico: neurosis de literatura

Diagnóstico: neurosis de literatura

Los que eran dioses se han convertido en enfermedades

Carl Jung 

Un loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón

K. Chesterton

                   Odio la realidad, pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete

Woody Allen 

 

Fernando Sanabrais

Motivo de consulta:

Una compulsiva necesidad de narrar. Episodios recurrentes de postración lúcida. Tendencia sostenida a la impostura. Exacerbación persistente entre euforia creativa y agotamiento existencial. Signos evidentes de deshidratación.

“Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podemos llegar a ser”, advierte Ofelia, en Hamlet. La literatura, en su acepción más profunda, no es un arte ni un ornamento: es un síntoma. Una tentativa obstinada de explorar todas las posibilidades de existencia, esas versiones que sólo caben en la ficción. La escritura auténtica no proviene de la plenitud, sino del desgarro. No es hija de Claridad, sino de Confusión. Escribir es, para algunos inadaptados, una forma de permanecer.

Philip Roth, en Operación Shylock (Debolsillo, 2013) entiende que el narrador genuino es un impostor: aquel que se persigue a sí mismo para encontrarse —y repudiarse— en el otro. En El mal de Portnoy (Debolsillo, 2013) Roth lleva esta conciencia al extremo: construye un expediente clínico disfrazado de novela, en el que el narrador, personaje y paciente se funden en una sola neurosis. Roth lo sabía: no se escribe para sanar. Se escribe para no desplomarse.

 

Síntomas observados:

  • Disociación persistente entre narrador y personaje. 
  • Impulso irrefrenable a narrar el extravío propio como forma de resistencia.
  • Hipersensibilidad al lenguaje, con inclinación patológica hacia el aforismo.

 

En el Fedro, Lisias sostiene que es preferible no amar para conservar la cordura: quien no ama permanece sano, racional, indemne. Sócrates, en cambio, reivindica la manía: esa locura que proviene de los dioses y que, en última instancia, ha sido la fuente de la mayoría de las cosas bellas que sucedieron en la Hélade. No es la razón la que ha engendrado las grandes obras, sino la posesión, la entrega. 

Así, Sócrates, tras enumerar los cuatro tipos de manía divina, declara que la suprema es la erótica (manía erotiké). 

Roberto Calasso, en La locura que viene de las ninfas y otros ensayos (Sexto Piso, 2008), continúa con esta intuición: recuerda que, para los griegos, la posesión era una forma primaria de conocimiento. No un extravío vulgar, sino un acceso directo a lo que el entendimiento no puede contener. La “ira” de Aquiles, por ejemplo, no era mera violencia: era metamorfosis. Cada posesión era una adquisición de lucidez. El saber entendido como páthos: como pasión que toma y transforma al sujeto. 

Así, narrar, siguiendo a Calasso, es ser tomado por fuerzas que nos exceden. Escribir no es un acto de voluntad, sino una forma de ser raptados. Como si todavía habitáramos un mundo donde los dioses, imperceptibles y obstinados, siguieran confiriéndonos las palabras.

 

Diagnóstico preliminar:

  • Narrativa como síntoma de desplazamiento psíquico.                         
  • Resistencia lúcida a la entropía existencial.                                
  • Negativa patológica al olvido. 

 

Intercurrencia asociada:

 

 

Andrés Neuman lo resume con precisión: “la memoria se sostiene en las omisiones”. Recordar, entonces, es también deformar. Escribir desde la memoria no deja de ser una forma sutil —y a veces brutal— de locura: la obcecada necesidad de retener lo que, por naturaleza, tiende a desmoronarse.

Toda evocación es un ejercicio incompleto: una tentativa de invocar los fragmentos que el tiempo va mutilando. A veces, escribir no es otra cosa que intentar fijar esos recuerdos inventados, como los llamaría Enrique Vila-Matas.

Georges Perec, en Me acuerdo (Impedimenta, 2017), emprendió precisamente ese gesto de resistencia: la creación de un catálogo personal de evocaciones, un inventario de breves destellos contra el olvido. Al final de su libro, sugiere que cada lector construya su propio archivo de reminiscencias, consciente de que recordar es siempre alterar.

En Cinco miradas sobre el olvido (2024), selección curada por Margo Glantz para Gris Tormenta, se reúnen textos de Roland Barthes, Primo Levi, Sylvia Molloy, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el propio Perec. Todos escribiendo desde el mismo umbral: ese borde inestable entre la razón, la amnesia y el delirio.

Como señala Enrique Vila-Matas en Cinco miradas sobre la locura (Gris Tormenta, 2024), ningún libro ha logrado escapar del delirio colectivo. En ese mismo volumen, fragmentos de Cervantes, Chéjov, Laure Adler, Erasmo de Rotterdam y Rem Koolhaas orbitan alrededor de esa fractura luminosa que es la neurosis de la imaginación.

 

Pruebas realizadas:

  •  Exposición prolongada a narrativas autoficcionales.
  •  Lectura sostenida de Roth, Calasso, Cioran y Sloterdijk: agravamiento lúcido de la percepción de la realidad, con tendencia a su alteración degradada y trastornada.
  • Exploración de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski: riesgo de cinismo existencial permanente.

 

J. V. Collins sentencia: “todas las grandes cosas que conocemos las hemos recibido de los neuróticos”. Y no es casual que la literatura se encuentre íntimamente ligada a la neurosis, al delirio controlado, a la memoria deformada.

La ficción no es un refugio: es un modo de desplazarse entre lo inefable, de trascender la opacidad del mundo a fuerza de invención. La literatura no salva. La literatura no cura. Pero está allí para ser el cómplice del escape, de la tergiversación, del extravío consentido.

Porque toda gran literatura es, de algún modo, el diario clínico de una mente raptada por el estímulo irreprimible de las palabras.

 

Tratamiento indicado:

Escribir. No desistir. Permanecer en el extravío. Celebrar la herida. No buscar la cura: saber que no existe.

Fernando Sanabrais. Masculino | 41 años | AB- | Diagnóstico: neurosis literaria irreversible | Pronóstico: incurable.