Cruces y reversos del espacio y el tiempo, arquitectura y literatura: o de una afición por Georges Perec

Cruces y reversos del espacio y el tiempo, arquitectura y literatura: o de una afición por Georges Perec

Aura R. Cruz Aburto

Es un lugar común —y bastante superficial— señalar que la imaginación arquitectónica produce espacios y que la literatura produce narraciones temporales. Sin embargo, no considero ni que la primera tan sólo pueda definirse espacialmente ni tampoco que la segunda sea necesariamente un arte “del tiempo”. 

En el caso de la primera, contrario a lo que muchos de mis colegas sostienen, además de que hay arquitectura más allá de su constitución material —porque, de otra manera ¿dónde quedaría el magnífico legado de alguien como Étienne-Louis Boullée? o ¿cómo entender entonces la impresionante obra de resistencia meramente enunciativa de la oficina de arquitectura cubana Infrastudio?—, la arquitectura no sólo imagina espacios y en el espacio, sino también en el tiempo. En este sentido, si seguimos al filósofo Bolívar Echeverría en su introducción a La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, de Walter Benjamin, si la arquitectura es un arte que se actualiza en la experiencia vivida y no se completa con la mera construcción de carácter aurático, entonces es también un arte del tiempo.

Por otro lado, no sé si en la literatura haya un mejor ejemplo que el del célebre autor francés Georges Perec. Sin embargo, antes de continuar, deseo hacer una advertencia: no escribiré aquí acerca de Perec en calidad de experta porque no lo soy. Lo haré, no sin cierta timidez, como una aficionada a la que algunos misterios le han sido revelados en sus letras.

Para comenzar la aventura espacial de la literatura perecquiana es importante hablar de su adscripción a la asociación Oulipo: ouvroir de littérature potentielle, “taller de literatura potencial”. Dicha escuela literaria propuso trabajar con el planteamiento de reglas de juego para escribir y, por lo tanto, no necesariamente justificadas de manera racional. Dichas normas no siempre se enunciaban explícitamente en las obras, sino que, como en ciertos libros de Perec, parte del ejercicio consiste en descubrirlas o, por lo menos, suponerlas.

Precisamente, como herencia de su adscripción a Oulipo, Perec emprendió un juego cuya finalidad consistía en crear imágenes literarias —consideremos que la imagen no es meramente visual, sino que se define como aquello que moviliza a la imaginación— en las que se debaten el espacio y el tiempo y, de manera sorpresiva para muchos —incluso para mí misma—, el espacio triunfa aunque no hubiésemos trazado línea alguna; aunque, en casos como La vida, instrucciones de uso, sí se hayan trazado varias.

Cuando Perec rompe con el tiempo —o si no rompe con él, lo deja de lado—, rompe también con la linealidad de la lectura: Especies de espacios, por ejemplo, puede ser habitado por cada lector de maneras irrepetibles (como la arquitectura, desde el punto de vista de Bolívar Echeverría): no tiene un inicio ni un final predefinidos, se le puede acometer por donde se quiera. El tiempo ha sido vencido, desbaratado en este arte de las palabras que es la literatura y que, a manera de cliché, se suele vincular forzosamente al tiempo. O quizá podríamos decir que es la linealidad del tiempo la que se fragmenta y explota en este texto, y lo que se abren son infinitas sendas de recorrido de la obra literaria como un lugar de incalculables derivas: de recorridos espaciales.

Hablando de derivas, vale la pena notar que Perec fue un gran amigo del filósofo del espacio Henri Lefebvre, quien revolucionó sin duda la manera de conceptualizar esta noción en las teorías y las prácticas urbanas cargadas de revolución. Cabe decir que Lefebvre sería el padre intelectual de un grupo de jóvenes que, por allá de fines de los años sesenta, conformarían un frente colectivo que buscaba revitalizar las posibilidades socialistas a través de una revolución estética pues, desde su experiencia, el mero experimento discursivo no había conseguido transformar ni las conciencias ni los cuerpos. Esas juventudes se hacían llamar la Internacional Situacionista. El capitalismo de Estado que caracterizaba, desde su perspectiva, tanto a la urss como a China era un ejemplo vivo de que había que ir más allá del discurso. Había que desautomatizar las percepciones y las afectividades para dar lugar a nuevos modos de vida, nuevas formas de relación, nuevos modos de ser.

Al final del día, o más bien al final de este texto, aludiendo al título de ese libro fascinante de Georges Perec, Especies de espacios, la ruptura, fragmentación y estallamiento de espacios hegemónicos —heterotopías en términos foucaultianos— multiplica las posibilidades de no sólo dar sentido al mundo, sino de crear otros mundos. Perec es bastante situacionista y los situacionistas son bastante perecquianos, porque habitar en la deriva significa romper con el dictado presupuesto por una voz autoritaria, es disolver  la voz de cualquier diseñador o arquitecto “en jefe”, ya sea de letras o de concreto. La aventura espacio-literaria de este escritor francés invita a jugar y recrear a la lectora (al lector) la obra que entonces se hace infinita y única en cada ocasión. Así también, algunas afortunadas arquitecturas se vivifican y nacen múltiples conforme quienes las recorren las actualizan. 

Sin embargo, hay que decirlo, ni todo ejercicio literario ni todo trabajo arquitectónico consiguen lo anterior. No todos se lo proponen tampoco, pero, afortunadamente, la vida y sus instrucciones de uso son inagotables. Eso nos enseñó Perec.+