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Almudena, la Grande

Almudena, la Grande

08 de diciembre de 2021

A costa de su vida, hoy tenemos las obras completas de Almudena Grandes. El 27 de noviembre, su punto final llegó irremediablemente y ahora podemos leerlas sin esperar una sola palabra más. En esas páginas dispersas están las entradas que escribió para una enciclopedia cuando era muy joven y acababa de salir de la universidad; ahí también se encuentran las palabras que entregó a la prensa, y, por supuesto, las novelas, que van desde Las edades de Lulú hasta el séptimo tomo de los Episodios de una guerra interminable, el cual —a decir de su editor— quedó prácticamente terminado antes de que la muerte se la llevara.

Aparentemente, hoy tenemos todas sus palabras, pero la perdimos a ella. Con su ausencia queda claro que también se nos fue la escritora que habló antes de que las voces femeninas se convirtieran en una presencia indiscutible: ella, “mucho antes de que la fiebre por la obra de las escritoras inundara las librerías —escribe Andrea Aguilar—, estaba allí hablando de ellas y de ellos, de sexo y de vida, de misterios, de amistad, de encuentros y desencuentros, y más tarde de la Guerra Civil, de exilio, de perdedores y miseria, de la trágica historia de España”.

Es más, ella estaba ahí para entregarnos los espejos que nos obligaban a mirarnos en sus páginas para descubrirnos y navegar en el mundo. Hoy, a costa de su vida, tenemos las obras completas de Almudena Grandes, pero ya no tendremos los sueños que le faltaron soñar, las historias que no concluyó de crear. Sus obras completas serán incompletas, y nosotros, sus lectores, también nos transformaremos en seres tullidos, en huérfanos, en individuos a los que les faltó adentrarse en las palabras que jamás podrán escribirse.

Por el mal fario del cáncer, hoy tenemos las obras completas de Almudena Grandes. En estos casos, siempre se dice que honrar a un escritor es leer su obra; sin duda alguna esto puede ser cierto, y quizá hasta indiscutible. Sin embargo, también podríamos hacer otra cosa: los que la leímos y quedamos imantados por sus palabras tenemos la posibilidad de soñar los sueños que jamás soñará, de convertir sus ideas en una forma de vida. Almudena descubrió que había que robarle tiempo al tiempo para poder soñar; que contar una historia era una aventura extrema que marcaba la carne y el alma; que es posible hablar con la gente de tú a tú, y, sobre todo, que también podemos sentarnos a conversar aunque las maneras de pensar nos separen. Ella, según la recuerda Juan Cerezo —quien fue su editor—, era “un despliegue inagotable de energía y optimismo con una memoria privilegiada”.

Lo que dijo Juan Cerezo no es poca cosa: Almudena refrendó la idea de que las palabras nos unen al transformarse en puentes: no sólo los que se construyen entre el escritor y el lector, sino también los que somos capaces de levantar con el optimismo, que nos permite encontrar caminos sin obligarnos a perder la memoria. Sus Episodios de una guerra interminable representan eso: el optimismo y la energía que se unen para negarse a la amnesia y conservar los recuerdos, para enfrentar las sombras del presente y para tener la fuerza de afrontar un futuro desafiante. Desde Las edades de Lulú, Almudena nos enseñó que era posible vivir de otra manera y, ahora que tenemos sus obras completas, se abre ante nosotros la posibilidad de transformarlas en una forma de vida.

El primer día de la fil en Guadalajara nos recibió con la noticia de su partida, aunque su presencia se engrandece. Sus lectores —que durante muchas ferias hicieron largas filas para una firma de libros— la llevamos en el corazón; la recordaremos siempre cómo un tour de force: recién arribaba de España y al día siguiente se le veía dando pasos largos y firmes, e iluminando los pasillos y las salas de prensa con su hermosa sonrisa y su robusta mirada, siempre diciendo algo positivo ante nuestros rostros agotados de cargar cámaras, libros y revistas; se reía de cómo íbamos arrastrando cada día un poco más el cuerpo, después de largas jornadas de entrevistas y, a ella, al contrario, se le veía más fortalecida: “Ánimo, que las letras no esperan”. +