La chica salvaje, entre el absurdo, lo sublime y lo políticamente correcto
25 de agosto 2022.
Por Irma Gallo
Debo confesar que, como muchas mujeres de mi edad, admiro a Reese Whiterspoon. Una típica “the girl next door” que al pasar de los años se negó a que la encasillaran en ese tipo de personajes y que fundó su propia productora, Hello Sunshine, para elegir —no sólo para ella sino para otras actrices que compartían su circunstancia de estar “envejeciendo” según los estándares de Hollywood— sus proyectos.
Por medio de Hello Sunshine, Reese ha puesto en marcha producciones exitosas como The Morning Show, en la que compartió créditos con Jennifer Aniston y Steve Carrell, pero también, de la mano de su Club de lectura en Instagram @reesesbookclub, que ya cuenta con 2.4 millones de seguidores, ha elegido libros para convertir en éxitos en streaming o en la pantalla grande, como sucedió con la miniserie Little Fires Everywhere, que se puede ver en Amazon Prime Video y que surgió de la novela del mismo nombre de la escritora Celeste Ng. Ambas producciones se ajustan al sello particular de Hello Sunshine: son historias con mujeres como protagonistas, contadas por otras mujeres, en las que se trata de salir de los estereotipos de sumisión, abnegación, sujeción al ámbito privado y dependencia, con que muchas producciones cinematográficas y televisivas han retratado a las mujeres durante décadas.
Bueno, se preguntarán ustedes, queridos lectores, ¿a qué viene este préambulo tan largo sobre Reese Whiterspoon, su club de lectura y su productora Hello Sunshine? Pues porque la película Where The Crawdads Sing —que es el motivo de esta reseña—es una producción de Hello Sunshine que surgió, precisamente, cuando Reese eligió la novela (que en México se llama La chica salvaje) para leer en el mes de septiembre de 2018. A partir de esa recomendación, el libro ha vendido 12 millones de ejemplares en todo el mundo.
¿Y cómo no pensar en una adaptación cinematográfica cuando la novela se estaba vendiendo como pan caliente? Pues Reese, que además de ser una actriz cada vez más versátil es una gran mujer de negocios, supo que ahí había una veta que explotar y puso manos a la obra.
Con un reparto encabezado por Daisy Edgar-Johns —a quien probablemente has visto en Normal People—, Taylor John Smith y Harris Dickinson (Maléfica, The King’s Man), y la dirección de Olivia Newman, además de, por supuesto la propia Reese Whiterspoon en el crédito de Producción, todo estaba puesto para que Where The Crawdads Sing o La chica salvaje se convirtiera en un éxito que por lo menos igualara el de la novela de Delia Owens… pero aquí viene el primer gran pero: a mediados de la década de los noventa, esta mujer, bióloga conservacionista de profesión —Where The Crawdads es su primera novela— se vio envuelta en un escándalo por la muerte de un cazador furtivo en Zambia. Según The New York Times: “La muerte se produjo durante un patrullaje contra la caza furtiva, parte de un proyecto de conservación dirigido por Owens y su entonces marido, Mark Owens. El tiroteo fue grabado por un equipo de la ABC que estaba filmando un documental sobre el trabajo que los Owens realizaban allí”.
Si la novela causó polémica cuando se convirtió en best seller, ¡imáginense la película! Cuando se supo que Taylor Swift interpretaría el tema musical, las redes sociales ardieron porque los internautas consideraron que la obra original de Owens era racista y a favor de un feminismo exclusivamente blanco, además de que se “burlaba” del habla de la gente de ciertas regiones rurales de Estados Unidos.
Ahora bien, ¿qué podría ser cierto y qué no de estos alegatos? ¿o hasta dónde el pasado de la escritora está influyendo en ellos? Debo confesar que compré el libro en inglés y leerlo me está costando mucho trabajo precisamente por cómo la autora refleja el habla de la gente del pueblo que rodea a este gran pantano en donde vive Kya, la protagonista. Pero lejos de verlo como una burla, a mí me pareció un acierto. ¿No aplaudimos a Elena Poniatowska o a Fernanda Melchor precisamente por el trabajo de lenguaje tan fiel que hacen con ciertos personajes?
Pero como no he terminado de leer la novela, y esta reseña es sobre la película, sigamos con esta, que es —siempre hay que entenderlo— un producto cultural distinto. Y aquí es en donde yo sí pongo peros: hay aspectos de dirección y producción que hacen que la película se vuelva de una cursilería insoportable, como el soundtrack, o casi absurda por momentos —como la ropa impecable que Kya, la chica salvaje —la chica del pantano, en el original— usa durante la mayor parte de las escenas.
Si de por sí ya es algo inverosímil que una chica sobreviva desde niña en los pantanos, completamente sola, una como espectadora de la película no puede evitar preguntarse si apenas vive comiendo sémola y otros granos, de lo que gana vendiendo mejillones que ella misma saca del pantano, ¿cómo es que le alcanza para comprar ropa bonita, que se ve como nueva y que le sienta maravilloso?
Ahora bien, en cuanto al alegato del “feminismo blanco”, ahí lo único que se me ocurre decir es que si los personajes son blancos —a escepción del matrimonio de tenderos interpretado por Sterling Macer Jr y Michael Hyatt, Jumpin’ y Mabel, que además son amigos de Kya y la cuidan desde que es una niña—, ¿de qué otro modo debería ser el feminismo de ésta —que es blanca— y que, al igual que su madre, busca defenderse de un hombre, también blanco por cierto, que la violenta? Para mí el feminismo debe ser interseccional o no ser, pero de verdad que, por más que le busco, no encuentro cómo podría ser de otro modo en esta historia.
Y si hablamos de discriminación, si alguien la sufre es ella, Kya, quien siempre es vista como la outsider por la gente del pueblo, la que creció sin madre y que luego su padre abandonó, la que “quién sabe qué mañas tenga”, la única sospechosa del asesinato de uno de los jóvenes más queridos de esa comunidad. (Aunque nadie quiera ver que en realidad es un macho violento).
Ya no diré mucho más para no hacer spoiler, sólo que una cualidad que le veo a la película en cuanto a producción es el detalle con el que el o la artista contratada para tal efecto hizo las hermosas ilustraciones de plantas y animales que supuestamente dibuja Kya, y gracias a las cuales, siguiendo el consejo de su amigo de la infancia y primer gran amor, Tate, logra publicar varios libros y eventualmente dejar de depender de la recolección y venta de mejillones para sobrevivir.
Esto va de la mano con algo que me encanta de la historia (y aquí me refiero tanto al libro como a la película): cuando Tate le enseña a leer y escribir a Kya —que de pequeña sólo asistió una vez a la escuela porque se burlaron de ella—, le abre la puerta, literalmente, al conocimiento que ella volverá su pasión: el de las especies que viven alrededor de su pantano. Y aquí no puedo menos que ver la mano de la autora, Delia Owens, que como he dicho, es una conservacionista apasionada, tan es así que su pasión le ha costado vivir en medio del escándalo del asesinato de un cazador furtivo en Zambia, como también ya expliqué.
Al final puedo decir que mi admiración por Reese Whiterspoon y su trabajo de visibilizar la obra de mujeres sobre mujeres no me decepcionó del todo esta vez, aunque sí creo que a ella, al resto de las y los productores y a la directora les ganó la perspectiva de ganar muchos billetes verdes —que no está mal, tampoco; tanto la industria editorial como la del entretenimiento apenas se están reponiendo de la pandemia de 2020 y parte del 2021—, por encima de la apuesta por una producción menos edulcorada y en tonos pastel de una historia que a final de cuentas es sobre el valor y la supervivencia.
Acerca de la novela, ya les contaré cuando la termine. O mejor aún, ¿por qué no la leen ustedes y se forman su propia opinión?
También, por supuesto, vayan al cine. Quizás ustedes le encuentren más cualidades a la película que yo.