El poder de ser valiosos. Arnold Schwarzenegger

El poder de ser valiosos. Arnold Schwarzenegger

Arnold Schwarzenegger

Introducción

Unos meses después de haber completado mi mandato como gobernador en 2011, mi mundo se desmoronó.

No es que las cosas hubieran salido bien los años anteriores. Tras conseguir la reelección con un porcentaje arrollador del cincuenta y siete por ciento de los votos en 2006, haber implementado políticas ambientales que inspiraron al mundo, y realizado la inversión de infraestructura más grande de la historia de California —inversión que les será útil a los conductores, estudiantes y granjeros de California durante mucho tiempo después de mi partida—, mis últimos dos años y medio en el Capitolio, que pasé en medio de la crisis financiera mundial, fueron como estar atrapado en una secadora de ropa llena de ladrillos. Fueron golpes tras golpes desde todas las direcciones.

En 2008, cuando llegó el azote de la crisis, las personas comenzaron a perder sus hogares, y muy pronto nos enfrentamos a la recesión más grande desde la Gran Depresión, todo porque un grupo de banqueros codiciosos habían puesto al sistema financiero mundial de rodillas. Un día California estaba celebrando una inesperada ganancia récord que me permitió establecer un fondo de reserva. Al día siguiente, el hecho de que el presupuesto de California estuviera demasiado atado a Wall Street nos dejó con una deuda de veinte mil millones de dólares y casi nos arrastró a la insolvencia. Pasé tantas noches encerrado en una habitación con los líderes de ambos partidos en la legislatura, tratando de sacarnos del abismo, que el estado estuvo a punto de reconocernos legalmente como parejas de hecho.

Sin embargo, nadie quería escuchar eso. Los ciudadanos solo sabían que les habíamos cortado los servicios mientras recaudábamos sus impuestos. Podíamos explicarles que los gobernadores no controlan las crisis financieras globales, pero el hecho es que solo eres reconocido cuando la economía se encuentra en fase de crecimiento, aunque no hayas tenido incidencia en ello, por lo que resulta justo que te culpen cuando sucede lo contrario. No es agradable.

No me malinterpretéis. Tuvimos algunas victorias. Aniquilamos el sistema que prácticamente les había otorgado a los partidos políticos el poder de veto sobre los intereses del pueblo, y convertimos a nuestros políticos en absolutos perdedores. Derrotamos a las empresas petroleras que intentaban desmantelar nuestro progreso en materia ambiental, y luego avanzamos de manera aún más agresiva, y desplegamos por todo el estado la energía solar y otras energías renovables, e hicimos inversiones históricas para incentivar al mundo a utilizar tecnologías limpias.

Pero en esos últimos años de la década del 2000 aprendí que puedes implementar algunas de las políticas más innovadoras que el gobierno jamás haya visto y aun así sentirte como un fracasado total, cuando un votante te pregunte por qué no puede conservar su vivienda, o cuando un padre demande saber por qué has recortado el presupuesto de la escuela de su hijo, o cuando los trabajadores exijan saber por qué han sido despedidos.

Por supuesto que esta no fue mi única experiencia con el fracaso en la esfera pública. Sufrí derrotas contundentes durante mi carrera como fisicoculturista, actué en películas que fueron un fiasco, y más de una vez presencié cómo mi índice de popularidad se desmoronaba al igual que el promedio bursátil Dow Jones.

Pero todavía estaba muy lejos de tocar fondo.

Y no fue la recesión lo que hizo que mi mundo se desmoronara.

Fui yo el responsable. Yo destruí a mi familia.

Ningún fracaso me hizo sentir peor que ese. No contaré esa historia aquí. Ya la conté en otros ámbitos, y otros la contaron por mí en múltiples ocasiones. Todos la conocéis. De no ser así, ya conocéis Google, y sabéis cómo buscarla. Ya hice mucho daño a mi familia, y recorrí un largo camino para reparar esos vínculos; no la convertiré en combustible para una máquina de fabricar chismes.

Lo que diré es que a finales de ese año, me encontré en un lugar que me era familiar y extraño a la vez. Estaba en mi punto más bajo. Ya había estado allí antes. Sin embargo, esta vez tenía la cara contra el barro, me encontraba en un agujero negro, y tenía que decidir si valía la pena limpiarme y comenzar el lento ascenso o simplemente rendirme.

Los proyectos cinematográficos en los que había estado trabajando desde que dejé el Capitolio se evaporaron. ¿El dibujo animado que se basaba ligeramente en mi vida y que me entusiasmaba tanto? Adiós. Los medios me descartaron, mi historia terminaría después de tres actos: fisicoculturista, actor y gobernador. A todo el mundo le gusta una historia que termina en tragedia, en especial cuando es el poderoso quien cae.

Aun así, si alguna vez has leído acerca de mí, es probable que ya sepas que no me rendí. De hecho, me atrae el desafío de tener que volver a levantarme. Es el esfuerzo lo que conduce al éxito y, cuando lo logras, la sensación es maravillosa

El cuarto acto fue la fusión de los tres primeros, combinados para volverme lo más útil posible, y con un agregado extra que no esperaba. Continúo con mi cruzada fitness y fisicoculturista enviando correos electrónicos diarios a miles de personas ávidas por recibirlos y sigo llevando mi festival Arnold Sports a todo el mundo, sigo comprometido con medidas políticas en la organización sin ánimo de lucro After-School All-Stars, donde ayudamos a cien mil niños en cuarenta ciudades de la nación; en el Instituto Schwarzenegger de Investigación de Políticas Estatales y Globales de la Universidad de California del Sur (USC, por sus siglas en inglés), donde promovemos nuestras reformas políticas en todo el territorio de los Estados Unidos, y en la iniciativa ambiental Schwarzenegger Climate Initiative, donde damos a conocer nuestras políticas medioambientales a todo el mundo. ¿Y en cuanto a mi carrera en la industria del entretenimiento? Es la que lo paga todo. En esta ocasión, tras dejar atrás la jungla de Hollywood, donde hacía película tras película, regresé con una serie de televisión, que es un nuevo medio creativo que he estado intentando dominar con gran entusiasmo.

Supe que seguiría adelante con todas esas profesiones. Como siempre os digo, volveré. Pero lo que nunca esperé fue que, como efecto secundario de todo este fracaso, mi redención y reinvención me convertirían en referente de autoayuda. De pronto, me pagaban tanto como a expresidentes por dar conferencias motivacionales a clientes y sus empleados. Otras personas filmaban esas conferencias, las publicaban en YouTube y en las redes sociales, y se volvían virales. Luego mis propias redes sociales comenzaron a crecer, porque cada vez que las utilizaba para compartir mi visión sobre cuestiones urgentes de actualidad o para ofrecer una reflexión tranquila en el medio del caos, aquellos videos se volvían incluso más virales. Las personas realmente parecían obtener provecho de mis enseñanzas, de la misma forma que yo lo había hecho a comienzos de mi carrera al conocer a mis ídolos y leer sobre ellos, muchos de los cuales mencionaré en este libro. Así que me dediqué de lleno a eso. Comencé a proyectar más y más optimismo hacia el mundo. Y cuanto más hablaba, más personas se me acercaban en el gimnasio para decirme que las había ayudado a superar momentos difíciles. Supervivientes del cáncer, personas que habían perdido el trabajo, personas que se encontraban camino a una nueva fase de sus carreras profesionales. Escuché a hombres y mujeres, jóvenes, estudiantes de secundaria, retirados, ricos, pobres, personas de diferentes razas, credos y orientación en el arcoíris de la humanidad. +