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El cerebro nos hará libres

El cerebro nos hará libres

26 de febrero de 2021 

Alejandro Gutiérrez de Velasco Muñoz

 

Empieza el día en la oscuridad. Amarro con fuerza las agujetas de mis desgastados tenis deportivos. Salgo a trotar. La ventisca fría acaricia con suavidad mis mejillas; se detona una onda expansiva de agradecimiento que inunda de bienestar mi agitado pecho. Sonrío tímidamente ante miradas inexistentes. Cada mañana recuerda su unicidad; está aquí para no repetirse más. No reparo en abrazarla sólo para dejarla ir segundos después. Entusiasmado, continúo mi camino hacia el resto de mi existencia, sabiendo que hoy tengo la oportunidad de impactar, reír, amar, escuchar… ¿ya dije amar?

¿Es esto libertad? ¿Acaso no ansiamos vivir el momento presente sin que nuestro pensamiento nos haga presos de sus angustias, tristezas, rencores y preocupaciones infundadas y sobrevaloradas? El cerebro tiene el poder de darnos, quitarnos, encarcelarnos y liberarnos. Nosotros tenemos el poder de cuidar de él para que haga lo correcto. Sin embargo, somos negligentes cuando del cerebro se trata. Y lo entiendo: se trata de un órgano que jamás se asoma, que vive escondido detrás de su concha protectora, y que, si no fuera por las incapacitantes jaquecas que le siguen a una buena noche de farra, poco nos acordaríamos de él.

En muchas ocasiones me sentí libre mientras hacía mal uso del cerebro, sólo para después darme cuenta de que las malas decisiones no harían sino lo contrario: privarme y alejarme del propósito vital. No confundamos, entonces, nuestras malas decisiones con libertad, pues todo aquello que atenta contra la integridad de las neuronas y sus conexiones no es otra cosa que la vía común hacia el encierro.

Pero, entonces, ¿cómo cuido mi cerebro? ¿Cómo puedo encontrar la libertad a través de él? Nuestro cerebro representa tan sólo 2 o 3% de nuestro peso corporal total; sin embargo, demanda entre 20 y 30% de los nutrientes que ingerimos y 20% del oxígeno que respiramos; por ello mi insistencia en su cuidado. Gracias al cerebro, es posible tomar buenas decisiones y, gracias a estas decisiones, conservar las cosas buenas de la vida, como el amor de mi pareja, mi pasión por el trabajo y mi profesión, así como la salud física en general, y vaya que desde que cuido mi cerebro he encontrado mi mejor versión física.

La pasión por el cuidado del cerebro la descubrí mucho después de concluir mis estudios como psiquiatra. Aprendí que tengo la capacidad de decidir hoy cómo quiero pensar y sentir, a mis 85 años. Aprendí que, al hacerlo, me sentía más vivo, con energía inagotable, con un estado de ánimo estable, en control de mis impulsos y libre: presente en el aquí y el ahora. Comencé a ser capaz de no sentir otra cosa más que el agua de la regadera masajeando con delicadeza mi dorso, el aire fresco de las montañas al descender montado en mi bicicleta o la melodiosa risa de mis hijos cuando estamos juntos.

Espero, con este preámbulo, poder captar su atención, pues deseo fervientemente que sean, como yo, unos apasionados en el cuidado de su cerebro. El primer paso es renunciar, y renunciar significa darle un aumento de categoría al cerebro, un paso a la vez. Existen muchas sustancias que dañan la función neuronal; ustedes podrían rápidamente pensar en drogas, alcohol y otras sustancias adictivas, y, aunque están en lo correcto, también lo hacen otras de uso cotidiano, principalmente el azúcar y las harinas blancas. Estas dos son consideradas un factor de gran peso en la generación de radicales libres y estrés oxidativo, convirtiéndose en el común denominador de diversas enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer y la depresión.

¿Quieren darle vida a su cerebro? Empiecen por quitarle esa cucharada de azúcar a su café, o esa dona de media mañana; la siguiente semana puede ser algo más —recuerden que los verdaderos cambios llevan tiempo—. La clave del éxito es la constancia y estar siempre dispuestos a subir la vara… siempre se puede estar un poco mejor.

Cuando ya se ha decidido renunciar para ganar, el siguiente paso es agregar dos estrategias simples, pero que considero la fuente de la juventud cerebral. La primera es sencilla, sin embargo, también un reto que nos cuesta mantener. Me refiero a la actividad física: empieza con un poco hasta que logres llegar a 30 o 40 minutos por sesión, cuatro o cinco veces a la semana. El ejercicio no solamente ha demostrado ser un tratamiento útil en depresiones leves, sino que también puede ser un factor protector en el desarrollo de enfermedades cerebrales. La segunda estrategia es sin duda mucho más fácil, y es que a nuestro cerebro le encanta la grasa, ya que en su mayoría está conformado por lípidos y agua. ¿Quién no se ha comido una quesadilla de sesos? ¡Uf! Sin embargo, las grasas que prefiere nuestro cerebro son aquellas derivadas de los ácidos grasos omega 3, ya sea que agreguemos a nuestra dieta mucho aguacate, pescado, aceite de oliva extravirgen, almendras y otras semillas, o que consigamos un suplemento de omega 3.

Somos responsables absolutos de nuestro cerebro y solamente a través de su cuidado seremos capaces de sentirnos libres, puesto que la libertad es un estado mental accesible para todos aquellos que tenemos un cerebro por debajo del cráneo. +