Sí dan ganas de vivir ahí. La librería Morisaki, de Satoshi Yagisawa

Sí dan ganas de vivir ahí. La librería Morisaki, de Satoshi Yagisawa

Mariana Aguilar Mejía

Mi primer impulso al comenzar a leer Mis días en la librería Morisaki (Ediciones Urano, 2023) fue entrar a internet a buscar fotografías de Jimbōchō, en Tokio: el barrio de librerías más grande del mundo. Primera impresión: sí dan ganas de vivir ahí. A veces, desde cierta ceguera occidental, somos ajenos a la brillante vida literaria que bulle en otros lugares. Esta obra, un homenaje a los libros y a la literatura japonesa, nos adentra en una atmósfera encantadora: calles en las que hay librerías de segunda mano de todo tipo, cafeterías y personas simpáticas que conforman una comunidad de lectores.

Mis días en la librería Morisaki es la primera obra publicada de Satoshi Yagisawa. Se trata de una novela breve, que se lee en un par de días, además de que la narración resulta tan cálida y sencilla que puede dar una impresión de superficialidad. Nada de eso: conforme avanzan las páginas y conocemos mejor a los personajes, éstos salen de su caricaturización y se convierten en seres entrañables. La obra tuvo un éxito inmediato, al grado de que está a punto de salir de imprenta la traducción del segundo libro de esta serie, Una velada en la librería Morisaki (Ediciones Urano, 2023), del cual, por cierto, Lee+ nos trae un adelanto.

Takako es una joven de 25 años que se mudó a Tokio para experimentar la libertad de vivir sola. “Desde mis años de universidad, había deseado con todas mis fuerzas ser capaz de vivir la vida que quería y que consideraba adecuada para mí”. Pero, cuando empieza la novela, ya le ocurrió de todo: su novio, con el que llevaba un año, le anunció que se va a casar con otra mujer y Takako fue incapaz de reclamarle; como eran compañeros de trabajo, ella renunció. En ese punto, pasa los días durmiendo y llorando, hasta que recibe una llamada de su tío Satoru, quien la invita a vivir a la librería Morisaki, fundada por su bisabuelo, en Jimbōchō. Como la chica está en bancarrota, acude.

El tío Satoru es un caso rarísimo. Reúne todas las características que desesperan a las personas muy exigentes: se distrae, se viste mal, es extremadamente amable y pasa la vida atendiendo su pequeña librería y disfrutando del barrio. Al principio, su forma de ser irrita a Takako, pero cuando ambos se conocen mejor y la sobrina se da cuenta de que su tío siempre la trata con cariño, a pesar de que la exaspera, se vuelven verdaderos camaradas. El tío Satoru representa a la perfección lo que el escritor argentino Macedonio Fernández decía sobre algunas personas cándidas: “Hay casos que parecen de tontería y son de profunda sabiduría de no perder felicidades”. La parte de la novela en la que ambos se emborrachan y van a confrontar al ex de Takako es tan divertida como dulce.

La comprensión que Takako encuentra en Satoru resulta amplificada por el eco de decenas de escritores de la tradición literaria japonesa. En la librería, la joven vuelve a leer. Takako halla en los libros las revelaciones que necesitaba, además de compañía y motivos para salir de sí misma: “Eran encuentros que superaban las barreras temporales, lo cual sólo era posible a través de los libros viejos. Y así empecé a aficionarme a la librería Morisaki”. Además, la literatura lanza a Takako al barrio, a conocer amigos de todas las edades, desde un viejo bibliómano hasta una amiga estudiante de letras y su enamorado, a quien Takako ayuda en su conquista.

La sensación que esta novela deja en los lectores es la emoción que viene cuando alguien encuentra su lugar en el mundo. Takako comparte eso con su tío: se encariña sin remedio de Jimbōchō. A Satoru le había pasado lo mismo en su juventud: “Allá donde fuese, en compañía de quien fuera, mi lugar siempre sería aquel donde no estuviera mintiéndole a mi corazón”.

La certeza que se instaló en mí fue que, claro, los libros nos pueden salvar la vida, pero no lo hacen ellos solos, muchas veces esto ocurre porque tenemos una comunidad o una red de personas amorosas que nos escuchan y contienen, que comparten sus libros con nosotros o que, aunque no se consideren lectores, están dispuestos a escucharnos cada vez que les decimos “estoy leyendo una novela que…”. Ellas y ellos son el lugar en el que definitivamente hay que quedarnos a vivir. +