Danos, poesía, nuestro pan de cada día

Danos, poesía, nuestro pan de cada día

1 de noviembre 2022

Por Mariana Aguilar Mejía

No dejo de encontrar conexiones entre el pan y la poesía. Sé que es un sesgo personal, porque ambos me hacen sentir en un lugar al que pertenezco y crean una pausa en mi presente: tostar un pan y untarle miel me produce tanta satisfacción como leer otra experiencia del mundo en palabras brillantes y precisas. 

Federico García Lorca pidió medio pan y un libro para todas las personas, con el objetivo de erradicar, además del sufrimiento del cuerpo, “la agonía del alma insatisfecha”. Y es que el pan y la poesía guardan historias colectivas. Por los cereales se asentó la humanidad, y por unos cuernitos o unas conchas nos agruparemos otras tantas veces a la menor provocación.

También nos reunimos alrededor de la poesía, entendida como un hecho extraordinario, no tanto por sí mismo, sino por la mirada que lo capta y es capaz de compartirlo. Desde las canciones de cuna aprendimos el placer de la cercanía corporal, el ritmo y las sílabas. 

Estas experiencias luminosas reaparecen en nuestra vida (afortunadamente) en forma de poema, de novela, de pan o en otras tantas versiones. 

Del pan a la utopía

Pienso que estas coincidencias merecen una celebración, pero mucho antes que a mí ya se le había ocurrido a Pablo Neruda en su “Oda al pan”. Las odas de Neruda surgieron como una forma de cantar a la cotidianidad chilena de mediados del siglo pasado. Se trataba de una vía para crear identidad y resistencia frente a una realidad aterradora.

El pan, el pan para todos los pueblos.

Y con él lo que tiene

forma y sabor de pan repartiremos:

la tierra, la belleza, el amor.

Desde el mismo espíritu solidario, Roque Dalton, uno de los poetas salvadoreños más queridos por su pueblo, contribuyó a la comparación del pan con aquello que toda persona merece por la simple condición humana. Leamos un fragmento de su poema “Como tú”:

Creo que el mundo es bello,

que la poesía es como el pan, de todos.

Y que mis venas no terminan en mí

sino en la sangre unánime

de los que luchan por la vida,

el amor,

las cosas,

el paisaje y el pan,

la poesía de todos.

A lo mejor otra habría sido la suerte de Jean Valjean, personaje de Los miserables, si alguien hubiera pensado que el pan era de todos, pues la novela se detona a partir de que lo encarcelan por robar unas hogazas para sus sobrinos. Si lo analizamos un poco, la Revolución francesa misma tuvo entre sus causas el alto precio del trigo. El pan es un asunto muy serio.

El alimento de las heroínas que se salvan a sí mismas

Un trozo de pastel le cambió la vida a uno de los personajes más inspiradores de la literatura: Jane Eyre, protagonista de la novela homónima de Charlotte Brontë. Esta niña huérfana, incomprendida por todos, recibe un poco de afecto y repostería casera de Bessie, el ama de llaves, después de los severos castigos de su tía:

A veces resonaban en las escaleras los pasos de Bessi, que venía a traerme algo de comer: un pastel o un bollo de manteca. Se sentaba en el lecho mientras yo comía y, al terminar, me arreglaba la ropa de cama, me besaba y decía: “Buenas noches, miss Jane”. Cuando era amable conmigo, Bessie me parecía lo más bello, lo más cariñoso y lo mejor del mundo.

Este cariño le permite a Jane sobrevivir en un ambiente hostil. Tiempo después, en el internado donde estudia (y donde siempre pasa hambre), su maestra más admirada le ofrece a la niña un buen pedazo de pastel, en compañía de la primera amiga que Jane logró hacer, Helen.

Hizo acercarse a Helen a la mesa, nos sirvió té y un apetitoso, aunque minúsculo, trozo de pan con manteca, y luego, levantándose, sacó de un cajón un pastel grande, que cortó en gruesas rebanadas. A nosotras todo aquello nos sabía a néctar y ambrosía. Pero quizá lo más agradable de todo era la sonrisa con que nuestra anfitriona nos ofrecía sus obsequios.

Jane se convertirá en una mujer fascinante, capaz de construir su propia vida. Es una maravilla lo que puede motivarnos un poco de pastel cuando todo nos abruma. Nunca hay que dudar de comerlo u ofrecerlo.

En La mujer comestible, de Margaret Atwood, conocemos a otro personaje femenino muy valiente: Marian tiene 26 años y se encuentra en el camino esperado para una joven canadiense de 1965: trabaja en una oficina de publicidad, vive con una de sus amigas y pronto va a casarse con su novio, Peter. Sin embargo, hay una profunda insatisfacción en todo esto: se está disolviendo ella misma entre esas decisiones, que en realidad no quiere tomar. Como síntoma de esto, Marian pierde el apetito. No les contaré todo el final, pero hornea un pastel en forma de mujer y, con este gesto simbólico, evita ser devorada por los mandatos que la persiguen: su prometido, el trabajo, la pérdida de sentido.

Llevar el pan para los que amamos

Me parece un detalle muy lindo que nos tomemos el tiempo de elegir panes y compartirlos con nuestros seres queridos. La costumbre de compartir este alimento originó algunas de las palabras más generosas de la lengua española: compañero, acompañar. Ni hablar del simbolismo del pan en las culturas antiguas, pues se trata de una de las ofrendas primitivas.

Macedonio Fernández escribió un cuento tan divertido como tierno; se titula “Donde Solano Reyes era un vencido y sufría dos derrotas cada día”. El argumento es simple y a la vez maravilloso: el señor Solano está a punto de morir porque nunca come pan del día; siempre come los restos del día anterior porque, cada vez que intenta acercarse al fresco, se le atraviesa un rinoceronte. Su sobrina lo rescata de la agonía cuando le lleva un pan nuevo y le asegura que, de ahora en adelante, ella comerá el pan en las tardes para que no queden sobras. A partir de esta pequeña historia, Macedonio tiene la genialidad de explicar sus teorías sobre la salud, la vida, la muerte y lo mucho que nos necesitamos mutuamente:

Una taza de té caliente y perfumado, una taza de caldo, pueden hacer vivir y reanimar; toda apetencia anuncia una reanimación de la fisiología general y todo lo que sea apetito puede reanimar de la muerte.

Otra poeta que celebró la existencia del pan como pretexto para estar con nuestros afectos fue Gabriela Mistral. Escribió versos tan sensoriales como estos que aparecen en su poema “Pan”:

En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado…

Recordemos que Mistral también poseía una gran habilidad para dirigirse al público infantil con respeto, ternura y belleza. En su poema “La casa” hallamos este fragmento:

Ésta es la sal, éste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos puros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.

Sugerencia de la casa

Queda mucho por hablar del pan y la literatura. Seguramente ustedes ya recordaron otras obras que contienen esta delicia. Por ejemplo, el poema con el que Miguel Hernández arropa a la novia de su amigo (que era panadera) cuando éste fue asesinado:

Panadera de espigas y de flores,
panadera lilial de piel de era,
panadera de panes y de amores.

No tienes ya en el mundo quién te quiera,
y ya tus desventuras y las mías
no tienen compañero, compañera.

O aquel divertido ensayo de Salvador Novo, “Antología del pan”, en el que se dedica a explorar los dichos y refranes que involucran este alimento, además de advertir cómo el pan mexicano perdía popularidad frente a otras tradiciones importadas.

Entre tantas recomendaciones literarias, preferiría sugerirles lo siguiente: cuando lo necesiten, cómanse un pan y lean un poema o un cuento. Que no les afecte la mala fama alrededor de los cereales ni el temor a perder el tiempo. Restringir las cosas deliciosas de la vida nunca ha tenido mucho sentido. Un pan caliente y las palabras exactas, en cambio, tienen el poder de animar, acompañar, reunir, devolvernos la infancia y darnos fuerza para atravesar cada día.+