Un manifiesto antimoda
04 de octubre de 2021
La personalidad es algo que, hasta hace unos años, estaba intrínsecamente ligado a la moda. Ésta confeccionó frases que se ajustan a nuestros oídos: “La moda es una forma de expresión de uno mismo”. En este sentido, se trata de un mundo en el que la celebridad y la ostentosidad de los diseñadores y sus ideas de elegancia o de extravagancia ofrecen un estilo de vida y una adición importante al valor de las personas por el hecho de portar su nombre en una etiqueta
Sin embargo, cada mucho tiempo, surge una figura que cuestiona estos lugares comunes, le da la vuelta al vestido y nos muestra las burdas costuras que están detrás de los aparatosos volúmenes y orillas perfectas. Martin Margiela, como ningún otro, asumió este personaje: creó una moda antimoda y una personalidad antipersonalidad. Su etiqueta es un pedazo de tela en blanco, con cuatro puntadas blancas que traspasan la prenda y se ven desde fuera, ésa es la marca de la Maison Martin Margiela desde 1987. No lleva su nombre y, sobre todo, no lleva su rostro.
No me gusta la idea de ser una celebridad. El anonimato es muy importante para mí; me da equilibrio el hecho de ser como todos los demás. Siempre quise que mi nombre estuviera ligado a un producto de mi creación, no a mi cara.
Martin Margiela en Martin Margiela: In his own words
El mismo Jean Paul Gaultier, su antiguo mentor, asegura que los hechos de no mostrar su rostro en ninguna de sus pasarelas, no dar entrevistas, no tener un afán protagónico son, por sí mismos, un manifiesto muy poderoso, que le dan a Margiela un aire enigmático y provocador.
Martin llevó esto a sus pasarelas: cubría el rostro de sus modelos con telas, máscaras o pelucas, para no distraer la atención del movimiento de sus prendas. No buscaba que las personas aspiraran a tener la belleza de una modelo; quería que apreciaran sus prendas por lo que es posible hacer con las telas, las costuras y distintos materiales. En sus últimos desfiles, en los que ha mostrado la cara de sus modelos, elegía a éstos en castings callejeros, mostraba la belleza natural de las personas comunes, todos con rasgos distintivos, cabello desordenado, piel y facciones imperfectas.
La deconstrucción de las piezas, que literalmente mostraban las costuras, los maniquíes en que fueron montadas, la visibilidad de los pliegues y los forros fueron efectos tan revolucionarios que hicieron que todo, fuera de su propuesta, se viera pasado de moda. Esto se vio enfatizado por la influencia de los diseñadores japoneses, capaces de hacer vestidos completos sin realizar un solo corte, quienes además lograban una arquitectura completa sólo con un pedazo de tela y un par de costuras. En síntesis, un contraste necesario con la ostentosidad, opulencia, color y superficialidad de la moda de finales de los ochenta. Margiela decidió volver a lo esencial: la forma que da la tela, el proceso de construcción de las prendas; mostró los andamios, las tablas, los clavos y el pegamento en la estructura de cada creación.
Sin un rostro, sin una personalidad, sin esa presencia personal en los medios, era necesario que las colecciones hablaran por sí mismas. Y así ocurrió. Todo el tiempo y el esfuerzo que dedicaron los otros diseñadores a crear sus figuras públicas, Margiela lo utilizó en el estudio, en el trabajo.
Sus desfiles eran un manifiesto antimoda. Llevó a la prensa a los barrios más pobres de París, y desarrolló sus presentaciones entre gente local, con niños corriendo en la pasarela al lado de las modelos, con los invitados —que portaban sus costosos vestidos y bolsos— sentados en lavadoras e insumos de una tienda de muebles de segunda mano. En estos desfiles se presenciaban, a veces, decisiones de último minuto, como mostrar las prendas que vestían a las modelos todavía en las bolsas de plástico en las que llegaron al lugar, pues le había parecido a Martin que se veían mejor así, como un comentario a la industria y a las marcas ready to wear. Contrario a lo que se hace en las pasarelas comunes, Margiela invitaba a las modelos a ver, sonreír e interactuar con el público; quería que se les viera como personas, no como maniquíes o bellos ganchos para colgar ropa; esto causó euforia, y las reacciones del público lograban que sus eventos se convirtieran en una fiesta bastante inusual.
Lo llamaron “el hombre invisible”, “el misterioso Margiela”, y llamaron a su movimiento “el culto a la invisibilidad”, y más allá de ser una nota curiosa en una publicación de entretenimiento, su trabajo lo colocó como uno de los diseñadores más influyentes en los últimos 30 años en la industria de la moda. Se sabe poco de él; existen ahora un par de fotografías en internet, ninguna reciente. De hecho, en el documental Martin Margiela: in his own words, cuenta sus recuerdos mientras sólo se muestran sus manos, que exploran las cajas en las que obsesivamente conserva objetos, prendas, dibujos que documentan sus procesos, al lado de otras cajas con objetos personales y juguetes de su infancia.
El 29 de septiembre de 2008, la Casa Martin Margiela celebró su vigésimo aniversario en París. Esa noche, Martin Magiela dejó el mundo de la moda para siempre. La Maison Martin Margiela aún existe y se encuentra bajo la dirección creativa de John Galliano.
Quienes lo han conocido hablan de Margiela como se habla de una figura mitológica, como la aparición de un fantasma amigable y dedicado que hace magia con sus manos. Su formación y la manera en que condujo su carrera hicieron que sus piezas encontraran un punto intermedio entre productos de consumo y obras de arte posmoderno. Este creador quedará en la historia como la personalidad sin personalidad y el diseñador de moda antimoda. +