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George Steiner vs. Bob Dylan

George Steiner vs. Bob Dylan

04 de febrero de 2022

José Luis Trueba Lara

Aunque no tengo los pelos de la burra en la mano, creo que, cuando la sabiduría de George Steiner se nos viene encima, olvidamos un hecho fundamental para comprender una parte de su obra: fue profesor en muchas universidades. Este acontecimiento, aparentemente banal, nos pone frente a un detalle en el que vale la pena detenerse: su vida docente fue larga y le permitió experimentar —y padecer— sus transformaciones más escalofriantes. Efectivamente, sus enseñanzas transcurrieron entre los tiempos de gloria del profesorado y el surgimiento de la primera generación de estudiantes que tenía la piel muy delgada y estaba encandilada por la corrección política. A lo largo de esos años, quizá dejó de ser el profesor y estuvo a punto de convertirse en la marioneta de los alumnos.

A Steiner le pasó exactamente lo mismo que a otros docentes: los estudiantes terminaron por aburrirlo y lograron hartarlo. La idea de enseñar había perdido su sentido y en su lugar brotaba la certeza de que los alumnos eran de cristal y siempre tenían la razón. Tal vez por esta causa escribió uno de sus libros: Lecciones de los grandes maestros, en el cual puntualiza sus horrores y revela lo que ya no era posible en las universidades:

 

Considerar que Sófocles, Dante o Shakespeare están mancillados por una mentalidad imperialista, colonialista, es pura y simple estupidez. Desechar la poesía y la novela occidentales desde Cervantes hasta Proust por «machismo» es ceguera. Como también lo es la renuncia a la fuerza creativa de las gramáticas y los vocabularios bajo la presión del vandalismo y la reducción lingüística. Que Bach y Beethoven llegan a límites del imperio humano que sobrepasan el rap o el heavy metal; que Keats pone en solfa ideas a las que Bob Dylan es ajeno es evidente por sí mismo, sean cuales fueren las connotaciones político-sociales —y en efecto las hay— de tal convicción.

 

Hoy, las palabras que publicó en 2003 sólo muestran la apabullante victoria de la corrección política: censurar por machismo; quemar libros por no ajustarse a los nuevos cánones sobre los indígenas —como ocurrió con los cinco mil ejemplares de Tintín, Astérix y Lucky Luke que fueron condenados a la hoguera en las escuelas canadienses hace unas semanas—; borrar palabras en las obras de Twain con tal de no ofender a los afrodescendientes; asumir la obligación de usar un lenguaje “inclusivo” con tal titularse con una tesis que terminará llena de desdoblamientos, equis, letras innecesarias y arrobas que no se pueden pronunciar, y la entrega del Premio Nobel a Bob Dylan dejan en claro la derrota del pensador.

Es posible que algún lector haya festejado la derrota de Steiner y aplaudido el triunfo de la corrección política y de sus hijos más morrocutudos. Un vejete conservador, machista, misógino, colonialista e incapaz de comprender la maravilla de las letras de Dylan no merece la posibilidad de la victoria y, en un descuido, puede ser condenado a las llamas. Sin embargo, estas censuras y vítores —por “inclusivos” que sean— no le responden a Steiner. Sólo son una nueva Inquisición que dicta condenas sin detenerse para argumentar sus fallos. Ante estos hechos tengo la impresión que las Lecciones de los grandes maestros ponen sobre la mesa una discusión que vale la pena precisar.

La crítica a Dylan no pone en duda que sus canciones sean buenas y que vale la pena dedicarles algo de tiempo. Éste es un asunto personal, y seguramente Steiner no tendría una férrea opinión sobre él: la gente tiene total y absoluto derecho de escuchar lo que quiera, y lo mismo ocurre si eso le gusta o le deja de gustar. El problema que Steiner pone sobre la mesa no está en el gusto, ni en la popularidad; se encuentra en otro lado: la disyunción entre la literatura machacona y la que nos obliga a repensar el mundo y a nosotros mismos. Me explico: escuchar una melodía de Dylan resulta placentero, pero también es un hecho que no requiere ningún esfuerzo para comprenderse y desentrañarse. Lo que sucede con ella es idéntico a lo que pasa en las pantallas de los teléfonos inteligentes: es rápida, vistosa y, por supuesto, más o menos olvidable. Su valor literario —diría Steiner— es el mismo que tiene la quincalla, tan así que las letras de Dylan forman parte de una tradición de música popular que va y viene sin ir más allá de los moldes establecidos. “Blowin’ in the Wind” de Dylan e “Imagine” de John Lennon son frutos de la misma cepa.

Si la idea de Steiner es verdadera, el triunfo y el Premio Nobel de Dylan nos revelaron la victoria de la reiteración y la corrección política. ¿A quién le importa Proust, habiendo tantas novelas que narran el mismo tema: el inexorable sufrimiento de las mujeres, los indígenas y un largo etcétera a causa de una cultura patriarcal y machista? A nadie le importa que sean esencialmente iguales y los seres humanos regresen a su infancia para ver y ver la misma película sin sentirse hastiados. Lo homogéneo es el enemigo de Steiner. Ésta es una posibilidad… pero ¿qué pasaría si Steiner está equivocado? Confieso que no tengo respuesta para este interrogante, esa —quizá— la tienes tú.+