
Instrucciones para leer a Perec

Si hay una novela que me ha hecho cobrar consciencia de la arquitectura de un edificio, es La vida instrucciones de uso. En ella vemos de frente —casi como una casa de muñecas abierta a nuestra mirada y, sobre todo, a nuestra curiosidad— un edificio de la calle Simon-Crubellier en el París de la década de 1970. Pero la imagen de una casa de muñecas, como aquellas con las que se divierten los niños, se queda corta; porque en estos juguetes las dimensiones son tan pequeñas que en cada habitación apenas cabe una cama o una mesa o una televisión. En los capítulos de este libro, en cambio, caben más de dos mil personajes; múltiples historias de vidas pasadas, presentes e incluso futuras, y hasta el resumen de las revistas que leen sus habitantes.
Le debemos la obra a la mente inquieta, observadora y aguda del juguetón Georges Perec. Sí, sé que este último es un adjetivo extraño para describir a un escritor, pero resulta totalmente adecuado en su caso y más aún cuando se trata del libro al que me refiero. Porque ahí Perec mezcla realidad con ficción de forma tan prodigiosa que terminamos creyéndole todo y, al mismo tiempo, dudando de todo. Desde el epígrafe nos alerta con palabras de Julio Verne: “Abre bien los ojos, mira”. Y es que, si nos descuidamos, pasaremos por alto ciertas claves para entenderlo o incluso dejaremos que se burle de nosotros, como cuando dice que la familia Louvet se fue de vacaciones a Macondo. Quien no conozca Cien años de soledad o esté leyendo a Perec entre bostezos no se enterará de nada.
Con el tiempo, esta novela se ha convertido en una de mis favoritas. Y, sin embargo, después de haberla leído dos años consecutivos en mis círculos de lectura, también sé que se trata de un libro retador. Con estos párrafos, me gustaría ofrecer algunas claves que pueden ayudar a la lectura de este texto, tanto porque nos acercarán a lo que Perec se propuso hacer a través de la arquitectura del edificio de Simon-Crubellier como porque esclarecerán un poco la arquitectura del propio libro, es decir, su estructura y funcionamiento.
Comencemos por imaginarnos en esa calle parisina mirando el inmueble de frente. Gracias al libro, accederemos a cada uno de sus espacios: los distintos departamentos, los cuartos de servicio, los sótanos, la portería, el cuarto de la calefacción… Acceder significa conocer el espacio y a sus ocupantes: desde las personas que se mueven hasta los cuadros que cuelgan de los muros y los libros que aguardan sobre los burós. En cada capítulo, Perec elige un espacio para contarnos alguna de sus historias. Nos habla de Gratiolet, quien prepara un inventario de todas las imperfecciones del organismo humano; de Cinoc, quien reúne miles de viejas palabras en desuso para un nuevo libro; de Sherwood, quien colecciona objetos únicos en el mundo y se arruinó debido a su obsesión por hacerse con el Vaso del Calvario.
Cualquiera podría imaginarse, entonces, que éste es un libro de cuentos que no tienen nada que ver unos con otros. Pero no: lo prodigioso es que, siendo vecinos todos estos personajes, sus historias están interconectadas. Y, de hecho, hay un personaje que articula la mayor parte de esas existencias (cuya identidad no revelaré porque su búsqueda es parte del encanto de la novela).
Lo prodigioso, también, es que en ciertos lugares del edificio vemos convivir a los diferentes personajes. No sólo cuando alguno entra en casa de otro, sino también en los espacios comunes. De hecho, el primer capítulo del libro se desarrolla nada menos que en las escaleras: “Sí, podría empezar así, aquí, de un modo un poco pesado y lento, en ese lugar neutro que es de todos y de nadie, donde se cruza la gente casi sin verse, donde resuena lejana y regular la vida de la casa”. Todo aquel que haya vivido en un edificio sabe exactamente de lo que habla Perec, como sabe también de las eternas juntas de vecinos y los bandos que se forman en ellas. Todo ello, los detalles de la vida diaria a los que algunos autores no dan importancia, sí está en la obra de Perec. Él lo denominaba lo infraordinario. Y por eso a veces encontramos detalles que parecerían baladíes, pero que forman parte de nuestra cotidianidad. Nunca olvidaré que en algún momento Perec se detiene a describir una puerta del edificio, cuyo cristal lleva tiempo roto, sin que nadie se preocupe por reemplazarlo; en su lugar, lo que cubre el boquete es un trozo de periódico. Pues sorprendámonos: Perec se fija en el reportaje de aquella página.
Nuestro autor entra también en las pinturas que poseen los habitantes de cada departamento y explica largamente la escena que retratan. Lo mismo hace con los volúmenes que están en los libreros o en las cómodas de los personajes: observa la portada, describe la tipografía del título, narra algún episodio, se burla de sus clichés. Y cuidado, que si algún personaje escucha música en el momento en que entramos a su departamento, el narrador nos dará una deliciosa clase de música.
Tanto detalle, por supuesto, es capaz de impacientar al lector que está acostumbrado a las historias retacadas de acción, quien pensará una y otra vez: “Bueno, sí, muy bonito y todo, ¿pero luego qué? ¿A qué hora se conectarán todas estas historias y pasará algo de verdad importante?”. Y la persona aumentará la velocidad a la que lee, se saltará páginas enteras y buscará con desesperación el momento en que todo confluya. Pero es que Perec apela a otro tipo de lectura. La vida instrucciones de uso es un libro que hay que leer con calma, con tiempo y sin ansia por que todo se conecte. Esta novela no es para aquellos que leen por kilo con el propósito de presumir al final del año que leyeron más de cien libros. Para La vida instrucciones de uso yo sugiero considerar unos dos mesecitos. Porque sólo así podrá uno ponerse a escuchar las sinfonías que oyen sus personajes y buscar las pinturas que cuelgan de sus paredes; podrá investigar qué tiene de real la expedición arqueológica del señor Beaumont; podrá darse cuenta de todos los juegos con los que Perec intenta vernos la cara, como aquel de Macondo. En este libro no hay que ir buscando que todo se conecte: hay que ir gozando cada historia individual. Y tranquilos, que de todas maneras ya llegará el sorprendente momento en que encontraremos la conexión.
Esta obra está asociada íntimamente a la idea del rompecabezas, desafío que relacionamos con los niños, pero que en realidad pertenece a las mentes pacientes y agudas. Perec nos habla de los rompecabezas desde el preámbulo del libro y, conforme avanzamos, nos percatamos de que el edificio y la novela son el rompecabezas, mientras que los capítulos y los personajes son las fichas. En ese sentido, necesitamos conocer cada historia para armar en nuestra mente el gran conjunto que su autor preparó para nosotros.
Hay algo más sin lo que esta obra no puede ser entendida: la esencia de los ladrillos que sostienen su arquitectura. Incluso antes de la dedicatoria del libro, Perec nos advierte: “La amistad, la historia y la literatura me han proporcionado algunos de los personajes de este libro. Cualquier parecido con individuos vivos o que hayan existido realmente o en la ficción es mera coincidencia”. La segunda oración, totalmente contradictoria respecto de la anterior, inaugura los juegos del autor. La primera, sin embargo, ya anuncia que en este libro hay trozos extraídos directamente de la realidad. Toda literatura es así, a decir verdad, pero no todo autor es consciente de ello y no toda obra explota esa consciencia. Perec, en cambio, parece seguir a Roland Barthes cuando éste declara en La muerte del autor que “el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura”. Así pues, los ladrillos del edificio de Simon-Crubellier están hechos no de arcilla común y corriente, sino de una mezcla de cultura e imaginación. Uno de los retos del juego al que nos invita Perec es descifrar qué es real y qué no lo es. Por eso aquel epígrafe que ya citábamos: “Abre bien los ojos, mira”.
Todavía podríamos hablar del reto matemático que el propio Perec asumió al momento de definir cómo organizaría los 99 capítulos del libro, tal como hacían otros miembros del grupo Oulipo, al que perteneció. Pero eso, si se me permite sugerirlo, es mejor averiguarlo en internet ya terminado el libro, pues no resulta la cuestión principal ni lo que al autor le interesaba destacar; se trata, más bien, de una de aquellas cadenas que los escritores en ocasiones nos imponemos para hacer más disfrutable el reto de la escritura.
No me queda más que decir. Ahora a leer, que, cuando hablamos de Perec, es lo mismo que decir: a gozar, a pensar, a reír, a investigar, a descifrar su arquitectura.