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El librero de Carmen Villoro

El librero de Carmen Villoro

06 de agosto de 2021

Carmen tenía 17 años cuando ingresó a su primer taller literario: el del poeta Juan Bañuelos. Desde ese momento, fue en busca de sus maestros y de sus amigos enseñantes, hasta formar una lista que, entre otros, incluiría a Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Vicente Quirarte, Antonio del Toro y Ricardo Yánez, por sólo mencionar a algunos de los más notorios. Estas voces —que se entreveran con las de la Generación del 27, las de los Contemporáneos y las de Octavio Paz y Rosario Castellanos— le permitieron crear una obra en la que se mezclan el amor y la nostalgia; éstos dieron paso a poemas, prosas y libros infantiles. Conocer el librero de Carmen Villoro implica adentrarse en sus diálogos y sus querencias, en sus recuerdos y en la certeza de que la poesía no es una creación única, pues se revela como una construcción de todos los que comulgan con ella.

Todo lo que hay en mi biblioteca me ha servido de inspiración para mis libros, justo como sucede con los Contemporáneos, que formaron parte de las lecturas que realicé en uno de mis primeros talleres con Vicente Quirarte. Lo mismo me pasa con Octavio Paz, con Rosario Castellanos y con algunos otros poetas que me resultaron indispensables. Sin embargo, lo primero que influyó en mi obra no fue la poesía, sino la narrativa, en particular los cuentos que fui descubriendo cuando era muy joven. En la preparatoria tuve muy buenos maestros de literatura, que me llevaron a leer, por ejemplo, a Julio Cortázar. Ellos fueron mis primeros guías de trabajo y de vida, a tal grado que, durante toda la prepa, cargué en el morral —como si fuera un amuleto— la Rayuela, que con el paso del tiempo se convirtió en una gran ausente en mi biblioteca, algo que no ocurre con los autores de mi generación. En mi biblioteca están todos mis amigos. Incluso escribí un libro que se llama Leer a los amigos, en el que reuní algunos textos que hablan de ellos. Estos compañeros de generación me acompañan, pues los poetas nos concebimos como una gran familia y unos abrevamos en la obra de los otros. La poesía es una construcción colectiva.

Mi libro más querido me ha acompañado durante toda la vida. Estuvo en mi librero de infancia y en el de mi adolescencia y, además, perteneció a mi madre: son las Obras completas de Federico García Lorca. Si hubiera un incendio y tuviera que salir corriendo, y me dijeran: “Salva algo porque todo se va a quemar”, yo salvaría este ejemplar, que no sólo reúne poesía, prosa y teatro, pues a él también se sumaron dibujos y partituras. Es un libro bellísimo, que nos permite conocer a un creador que tenía una enorme versatilidad, un homo ludens, un autor que nos invita a jugar, a inventar incesantemente. Hay que tener cerca un libro como éste para ver si, por lo menos por ósmosis, algo se nos pega.

Es muy difícil pensar cuáles son los libros predilectos que están en mis estantes. Hay muchos que me gustan y son parte de mis favoritos; sin embargo, hay que arriesgarse a pensar en esto: la predilección por alguno tiene que ver con su contenido, con el descubrimiento de su autor o sus autores y, por supuesto, también está profundamente unida a una historia sentimental, a los hechos que explican cómo ese libro llegó a tus manos. La antología de poesía femenina en español de 1939 a 1950 que forma parte de mi colección tiene estas cualidades: me la regaló mi gran amigo Antonio del Toro cuando me invitó a ser parte de la tertulia a la que pertenecía y donde he hecho amigos con quienes sigo reuniéndome. Me regaló este libro porque notó que mi poesía podía alimentarse de las escritoras que estaban reunidas en ese volumen. Lo he leído y disfrutado y, además, ha dejado grandes huellas en mi alma y en mi trabajo. Otra de mis autoras preferidas es Wisława Szymborska, una poeta que me permite aprender de ella.

Yo sí presto libros, siempre me ha gustado compartir con mis amigos, con mis hijos y con mis alumnos. Algunos regresan, otros nunca vuelven. Su posible pérdida ya formaba parte de la idea del préstamo. Lo que más me gusta de esto es que vuelven con un comentario, con una conversación. Yo leo todos los libros en físico, aún no entro al mundo moderno de la lectura digital. Evidentemente, sí leo artículos y notas en la computadora; incluso esto me ha provocado el gran antojo de tener un lector de libros electrónicos y descargar muchas obras, aunque los impresos tienen un encanto que nunca tendrán los digitales. Por esta razón creo que las bibliotecas personales seguirán siendo como son, pequeñas y capaces de reunir los libros verdaderamente entrañables, los que uno quiere tocar, hojear y leer. Ésos nunca van a desaparecer y, al mismo tiempo, uno puede tener acceso a muchos libros digitales que forman una amplísima biblioteca de todos y que no necesariamente son entrañables. +