La ferocidad que llevamos dentro: Daniela Tarazona
Mariana Aguilar Mejía
Si pensamos en una escritora mexicana que rete a los lectores con estilos narrativos arriesgados e historias nada convencionales, llegaremos a Daniela Tarazona. La autora ha escrito tres novelas, cada una más inquietante que la anterior: El animal sobre la piedra (Almadía, 2008), El beso de la liebre (Alfaguara, 2012) e Isla partida (Almadía, 2021). Esta última le valió el Premio de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, de la fil Guadalajara. Las apuestas de escritura de Tarazona están habitadas por personajes y sentimientos fuera de la norma. La protagonista de Isla partida padece un trastorno neurológico; los personajes de El beso de la liebre viven con deformidades que los excluyen de la sociedad, y qué decir de la mutación de una mujer en reptil que ocurre en su primera novela.
En el discurso de aceptación de su último premio, la escritora reafirmó su fe en la literatura como uno de los espacios donde la honestidad profunda es posible; la literatura no existe para aleccionarnos, sino para relatar quiénes somos realmente:
“La deriva hacia una sociedad uniforme en la que seamos puros e idénticos, aparejada al olvido de nuestra riqueza interior, que va de lo horrendo a lo sublime, sólo nos acarreará sufrimiento. No somos correctos, no podemos ser lo que no está en nosotros, pero sí lo que guarda nuestro corazón”.
En su ópera prima, Daniela Tarazona probó jugar con la idea de la metamorfosis animal y el resultado fue una novela tan liberadora como emotiva: El animal sobre la piedra. Irma, la protagonista, que además narra los sucesos en primera persona, decide cambiar el rumbo de su vida después de la muerte de su madre. Para recomenzar su camino, huye de la ciudad en un viaje con destino a los manglares. Conforme pasan los días, Irma se da cuenta de que su cuerpo y su interior no son los mismos: atraviesan una mutación que ella no puede controlar. La piel se le endurece y adquiere un color verdoso; sus párpados se vuelven transparentes; ya no tiene pestañas; su único deseo consiste en buscar la luz y el calor del sol. Se está convirtiendo en una mujer reptil.
Al contrario de Gregorio Samsa, la protagonista de El animal sobre la piedra no siente angustia por su metamorfosis. Ésta parece seguir un destino orgánico que acepta de manera absoluta, sin angustia y sin idealismos. Ella sabe que se está transformando en un “animal prehistórico”, uno que puede sobrevivir incluso en las condiciones más terribles. El único faro de Irma es un deseo vital que nace de su voz más profunda y que la hace avanzar. Esa voz le dice qué debe hacer y el gran atrevimiento de Irma es escucharla y atenderla.
La voz también le dice, en su momento, cuándo debe irse de un sitio, cuándo debe descansar bajo el sol y cuándo ahuyentar a los otros. Todo en ella obedece a un instinto y en esa aceptación encuentra la plenitud. La mutación gana terreno conforme avanzan las páginas. Un día, Irma despierta y encuentra junto a su cama la pieza completa de su antigua piel, de la que se ha desprendido sin darse cuenta.
Otros animales peculiares aparecen en la novela. El primer indicio de que ocurrirá algo extraordinario en la vida de Irma es la visita de un gato gris que se niega a irse. Cuando en el viaje, en medio de su transformación, la protagonista conoce al hombre que se convierte en su compañero, éste va acompañado de un oso hormiguero llamado Lisandro. Este animal atraviesa la paradoja de ser salvaje y vivir en el ámbito doméstico. Lisandro ve reducida su vitalidad y se enferma por haberse convertido en algo que no le correspondía; mientras que Irma cuenta con más resistencia y habilidades cada día gracias a su obediencia al instinto.
Los relatos de trasmutaciones de seres humanos en animales nacieron al mismo tiempo que la imaginación de nuestra especie. El antropólogo Philippe Descola considera que en las culturas originarias no existe una diferenciación entre los animales, las plantas, los seres humanos y la geografía del espacio. Para las perspectivas no occidentales ni modernas resulta perfectamente posible que los animales tengan su propia experiencia del mundo. Estas narraciones, entonces, expanden las posibilidades de la vida humana y nos llevan a explorar dimensiones que quizá hemos olvidado o censurado, como la ferocidad, el instinto, incluso el deseo.
El animal sobre la piedra es, sobre todo, una obra de impacto profundo, silencioso, pero también un recordatorio de nuestra propia animalidad. El relato resulta ambiguo: nunca sabemos si la mutación de Irma ocurre o sólo está en su imaginación. Hay indicios para ambas posibilidades. Lo que sí queda claro es el conjunto de sensaciones y emociones que todos hemos experimentado y que resuenan en nosotros: la pérdida de rumbo ante un suceso inesperado; el deseo de huir; lo simple que en realidad resulta ignorar exigencias sociales cada vez más descabelladas; la posibilidad de abandonar el control y la racionalidad. Daniela Tarazona quedó hechizada con la inmovilidad de los reptiles y su capacidad de sobrevivencia. Esta novela representa un atisbo de aquello que se nos escapa cuando olvidamos que también somos cuerpos que buscan alimento, calor, compañía y un sitio al cual pertenecer. +
“Para mí esta vida es de placidez. Es como si estuviera sumergida en agua tibia. […] Soy exactamente lo que más deseé y, por eso, mi vivencia es certera. No hay orden en el tiempo por esa misma causa: mi sublimación se sostiene en la firme convicción de vivir con plenitud”.