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Los cimientos de la Nueva Ciudad de las Mujeres

Los cimientos de la Nueva Ciudad de las Mujeres

Claudia Posadas 

Mujer de letras tomar

En el comienzo de La ciudad de las Damas (1405), la ítalo- francesa Christine de Pizan (1364-1431), se lamenta: “Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres. […] filósofos, poetas, moralistas, todos parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio”. Christine es la primera mujer en vivir de su escritura y, también, primera en defender a la mujer en sus textos, como dice Simone de Beauvoir en El segundo sexo.

Es a partir de esta, podríamos llamarla, meta reflexión espacial (porque es ella misma quien, desde su espacio real de escritura o Estude la realiza, aunque como protagonista de su libro y haciendo de este espacio un escenario), que podemos situar el hito para la vuelta de tuerca en la concepción de una conciencia libertaria de lo femenino que ancestralmente había sido negada, y en la disciplina de La Historia de la Mujer.

Pizán, contemporánea de Juana de Arco (1412-1431), continúa: “… [así] yo que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras mujeres […] Pero, no podía entender el juicio de los hombres sobre la naturaleza de las mujeres. […] Sin embargo, yo me empeñaba en acusarlas porque pensaba que sería muy improbable que tantos hombres preclaros, hayan podido discurrir de modo tan tajante y en tantas obras […] Finalmente llegué a la conclusión de que al crear Dios a la mujer, había creado un ser abyecto. […] ya que si creemos a esos autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y males”.

¿Por qué decía esto y a qué señores interpelaba? ¿Quién era ella, la que, en los albores del Renacimiento, tomó la pluma y no la espada para enfrentarse al férreo androcentrismo de su tiempo?

La hija del astrólogo

Era la excepción. Nacida en Venecia, e hija del prestigiado doctor Tommaso da Pizzano, formado en la Universidad de Bolonia llega, a los cuatro años, a la corte francesa de Carlos V de Valois, junto con su padre, quien había sido llamado por este rey para servir como su físico (médico) y astrólogo. 

Tomás de Bolonia, educado en ese humanismo renacentista que se había originado en su país natal, bajo el ejemplo de su adelantada alma mater que admitía mujeres en su alumnado y cátedra, o bajo la impronta de Teón, padre de Hypatia quien procuró la formación de esta filósofa del antiguo Egipto, guió amorosamente la educación de su hija pese a un contexto que no consentía instruir a la mujer y les limitaba a un rol de madre y esposa, religiosa o manceba.

Christine tuvo acceso a los tesoros de la Biblioteca Real del llamado rey Sabio, como pocas (o ninguna) de las mujeres de su tiempo, y aunque fue casada por acuerdo como era costumbre, con Étienne du Castel el notario del Rey, fue feliz en su matrimonio y apoyada por éste para cultivar su intelecto.

El paraíso duraría poco y en 1380 muere el Sabio para dar paso al Loco (Carlos VI); en apenas una década mueren también su padre y Castel y con 25 años es despojada. Porque las mujeres no podían heredar ni gestionar bienes. Queda a cargo de tres hijos, su madre y una sobrina. El ambiente, de por sí adverso, se recrudecerá aún más con Francia en plena Guerra de los Cien Años (1337-1453).

Sólo tenía su formación y capacidad como instrumentos, aunque en condiciones limitantes. Pese a que este Renacimiento ya permitía educación a las mujeres de clase acomodada, ésta era restrictiva y la enseñanza de las siete artes liberales -como se llamaba a las ciencias- agrupadas en el trivium (gramática dialéctica y retórica) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música), era adaptada al modelo ancestral de que la mujer debía permanecer en su espacio doméstico cual gineceo griego. Podían estudiar idiomas, como Christine quien era versada en francés, latín e italiano; acaso música y pintura, pero no retórica. Les era vedado el trivium. Como decía el humanista Leonardo Bruni (1370-1444): “Una mujer no estudiará para hablar en contra o a favor de […] la voz común, […]; ella dejará la dureza del ámbito público a los hombres”.

Pero Christine tomó trivium y quadrivium por los cuernos y como también contaba con su excepcional voluntad, tomó corazón de hombre para pilotar su nave, como refiere en La Mutación de la Fortuna (1403), y en vez de volver a casarse o ir al convento, decidió vivir de su escritura y obtuvo el mecenazgo del rey Loco y su esposa Isabel de Baviera, y de la corte francesa.

Epístolas desde la Habitación Propia

La reina le otorgó su Estude en la Biblioteca Real, haciendo de este su cuarto de batalla en acción y ficción, y el antecedente del Cuarto Propio de Virginia Woolf. Escribió más de 300 poemas en los que, heredera de Safo, y las Trobairitz, cuestionó el discurso de idealización de la mujer encaminado a su “conquista y posesión” propio del amor cortés ( género de moda). También dirigió, excepcionalmente, porque era labor masculina, su Scriptorium, donde ella, sus calígrafos y su iluminadora Anastasia, produjeron y copiaron los manuscritos de su obra. A partir de 1399, con su Epístola del dios del Amor comienza su defensa de la mujer, misma que mantendría hasta el último poema que escribió.

Pedagogías contra fémina

Pesaba en la época, como lápida inamovible, el antiquísimo constructo del orden androcéntrico vertido en documentos de orden moral, religioso, legislativo, científico, filosófico y hasta en testimonios artísticos, que habían y han institucionalizado la anulación de la mujer como sujeto político, intelectual y jurídico, y han justificado y por tanto permitido, la violencia impune hacia ella.

Hablamos de los cimientos de nuestra civilización occidental en que la mujer era una especie de infante sin derechos de ningún tipo, supeditada a la potestad masculina. Hablamos de fojas y fojas de sentencias contra fémina, una especie de pedagogías de la crueldad, como las ha llamado Rita Segato, legitimadoras del edificio patriarcal que hasta del alma nos despojaron. Diría Aristóteles ( —384 a. C- 322 a. C—): “La hembra es como un macho mutilado. Le falta una sola cosa: el principio del alma”, o “El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada”.

Ahora, este “cimiento” ha sido decosntruido y no pesa más.

La Rosa contra los calcinadores de mujeres

En resumen, todo apuntaba a que la mujer era inferior aunque, debido a ese humanismo progre, se comenzó a discutir si aquello era natural o cultural. Y aunque nos parezca increíble, esto fue un avance en el desmantelamiento del discurso androcéntrico. Por supuesto, Christine afirmó que la causa era cultural, producto de una tradición misógina dicha por las hordas de preclaros señores representados en ese entonces por los clérigos de la Universidad de París, que por cierto apoyaban al invasor inglés.

Así comienza el movimiento crucial en la Historia de la Mujer, La Querella de las Mujeres, con de Pizán como estandarte, y enunciado en sus Cartas de la Querella del Roman de la Rosa (1398-1402).

Básicamente, Christine cuestionó en cartas, que era la manera de ese entonces de discutir públicamente, un libro, la nueva versión de un best seller de su tiempo, El Romance de la Rosa. Dicho volumen, ejemplo de los valores feudales corteses y que había quedado trunco al morir su autor, Guillaume de Lloris (aprox. 1200-1238), fue reescrito años después por Jean de Meug (1268-1278), ideólogo y mentor de estos parisinos, bajo una retórica que anulaba el orden cortés, legitimaba sus poderes políticos y refrendaba la tradición misógina.

Apoyada por de Baviera y sectores de la corte constituidos en una Hermandad de la Rosa, de Pizán se enfrentó a estos entendidos en las artes liberales, quienes la instaban a retractarse, ofreciéndole una penitencia saludable.

Eran implacables. En 1310, habían quemado viva en la hoguera inquisitorial a Margarita Porete, Beguina quien se atrevió a escribir, sin su autorización, el tratado místico El espejo de las almas simples. Pronto, pero iniciada ya la Querella, nuestra Rosa dejó el debate, pero prosiguió sus controversias en La ciudad de… 

Las tres Reinas Magas

Desconsolada, en ese íncipitde La ciudad, a la Christine alegórica se le aparecen tres damas, Razón, Justicia y Rectitud, quienes representan las virtudes propias de las mujeres que, angélicamente, siempre la habían custodiado y le guiarán en su camino reivindicatorio. Con su magia, estas reinas ayudan a nuestra protagonista a construir una Ciudad que sirviera de refugio y defensa a mujeres valiosas, míticas e históricas que, con sus actos, hayan demostrado la falsedad de los mandatos misóginos. Mientras desinstalan con argumentos cada una de las severas leyes de los hombres, Razón levanta las murallas, Rectitud edificios y calles y Justicia anima a las mujeres del pasado, las de su presente y las futuras, es decir, nosotras, a entrar a la Ciudad. Se insta a la mujer a ser fuerte y autónoma, y sobre todo, Christine aboga por su educación.

Yo: Christine

La escritura de Pizán significa un avance decisivo para la acallada conciencia libertaria de lo femenino, ya que Christine demostró que ésta es inherente a lo humano, independientemente del género y que la mujer es autónoma y perfectamente capaz de ser formada a partir de la educación, refutando por primera vez en la Historia de la Mujer, los mandatos misóginos y confrontándose abiertamente con los poderes patriarcales de su tiempo, dando así una voz pública a la mujer, como no les fue permitido a las filósofas de la antigüedad (Hiparquia, Aspasia e Hypatia).

Asimismo, este hecho le dio existencia a la mujer como sujeto político y jurídico susceptible de tener derechos y de conformarse como un ser económico, como lo demostró. Impensable para una mujer de su tiempo, pero ella fue una de esas conciencias que adelantan la evolución del pensamiento y la historia.

Sobre todo reivindicó el ethos y la individualidad de lo femenino, al hablar desde lo que sabía y sentía en mi ser de mujer y de todas las mujeres (siendo así la primera historiadora de la mujer), y reafirmándose en su emblemática frase, Moi, Christine.

Juana de Arco: última batalla 

Agobiada por la guerra y la situación inestable de un reino a punto de caer, se refugia en 1418 en el convento de Poissy, donde estaba su hija. En 1429, informada de la existencia de una joven heroína que había debilitado en batalla al invasor y facilitado la coronación de Carlos VII (el traidor), escribe su último poema, La Canción de Juana de Arco, probablemente animada porque en la figura de La Doncella convergían sus concepciones sobre la valía de la mujer.

Hacia la Ciudad Sorora 

En 1930, mismo año que murió Juana, Christine parte a la Ciudad Celeste de las Damas. Quiera la gracia, como dijo Regine Pernaud, medievalista, que se haya ido sin saber que Juana había sido asesinada en la hoguera por los mismos parisinos a quienes se había enfrentado, entregada como moneda de cambio por Carlos VII.

Ninguna fue vencida. Juana se alza triunfante en la historia, y Christine puso los cimientos de esta ciudad que es visagra porque convergen en ella todas las mujeres libres del pasado y porque nos abrió las puertas a las mujeres del presente, mostrándonos, además, el camino para desenmascarar y desinstalar el edificio patriarcal. Más de 600 años han pasado para que se entendiera a plenitud su mensaje y se le considerara precursora del feminismo. Debemos estar a la altura de su legado y seguir de-construyéndonos. Así que bienvenidas todas aquí, en este mundo, sonoras, sororas, vivas, a la Nueva Ciudad de las Mujeres.

Claudia Posadas, escritora feminista. Imparte el curso Mujeres precursoras acalladas en la Historia en la Universidad del Claustro de Sor Juana, que inicia el 15 de marzo. Descuento para lectores de  Lee+: Para mayor información: https://educacioncontinua.elclaustro.mx/producto/tallerconciencia-y-revolucion-femeninas-hacia-la-nueva-ciudad-de-las-mujeres-inicio-abril/

Bibliografía:

Trobairitz, María del Pilar Couceiro

El segundo sexo, Simone de Beauvoir