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Prohibido reír

Prohibido reír

Por Óscar de la Borbolla

9 de agosto 2022

Aunque hay risa nerviosa, risa histérica, risa desatada por el miedo e incluso risas sardónicas que intimidan, lo más frecuente es que la risa sea la compañera natural de la alegría, que estalle en los momentos en los que el regocijo hace que amemos la vida. Platón proponía borrarla en los poemas homéricos porque, según su punto de vista, “afeaba el rostro de los héroes”; para mí, sin embargo, ocurre exactamente lo opuesto: la risa limpia el rostro de cualquiera; un niño riendo o una anciana riendo me parecen mucho más relucientes: la risa reconcilia con la vida.

Más allá de razones estéticas, la risa es buena —dicen los expertos— para estimular la producción de dopamina, esa sustancia que actúa sobre nuestro sistema inmunológico reforzando nuestras defensas, y esto solo se consideraría motivo suficiente para que defendiéramos la risa.

Pero existe, además, un motivo mayor: la risa es la solución humana ante el absurdo, pues no sólo delata agilidad mental, sino que se trata de la mejor forma de volver inteligible el absurdo y será siempre lo que nos distinga de las computadoras, pues aunque éstas resulten muy veloces efectuando iteraciones, son incapaces de reír, de encontrarle la gracia a lo que computan.

Por estas y muchísimas razones más, parecía imposible que pudiera darse un movimiento que tendiera a limitar la risa, a prohibirla y, sin embargo, hoy aparecen indicios de que la risa pretende abolirse. No se trata de un intento nuevo, por cierto; siempre en las visiones totalitarias y dogmáticas se ha presentado esta tendencia, ya que el Control es serio, y las fuerzas controladoras han existido desde el comienzo de los siglos. Asociar la risa con lo diabólico fue un intento, entre otros, por hacer de este mundo un valle de lágrimas. Como lo documenta Milan Kundera en su novela La broma, en el socialismo también la risa traía graves consecuencias.

Sin embargo hoy, en una época supuestamente caracterizada por la relatividad, la tolerancia, la armoniosa convivencia de los distintos, no deja de resultar paradójico que florezca una tendencia que pretende sofocar la risa, anular el humor. La cada vez más extendida ideología de lo políticamente correcto avanza imponiendo su obtusa seriedad: la burla, la ironía, el sarcasmo, en una palabra, el humor, no son entendidos como una manera de hacer más llevadera la existencia, de encontrar el punto de vista no patético, de desbordar la univocidad, de festejar la polisemia, el doble sentido, la ambigüedad, sino que se perciben como una falta de respeto, como una manera de agresión, pues, como todo se toma literal, en su literalidad más chata, comienza a perderse el espacio hasta para la chanza inofensiva. Reír es hoy —para cada vez más personas— entrar en complicidad con aquel que hace del otro una víctima al ridiculizarlo: reír es un acto de crueldad que debe ser sancionado. Esta nueva forma de totalitarismo se extiende velozmente por las redes sociales, haciendo que aumenten los agelastas, como llamaba Voltaire a los incapaces de reír. Y obviamente, se está perdiendo la capacidad de asomarnos al absurdo del mundo sin deprimirnos, pues la risa era y es esa habilidad de encarar el absurdo de la vida de una forma no lógica, porque lo lógico ante una realidad absurda consiste en suicidarse, y el humor, en cambio, permite (o permitía, ya no lo sé) poder reírnos, sobre todo, de nosotros mismos: unos seres que nacimos para morir. La risa nos reconciliaba precisamente con esto. Pero quieren prohibir la posibilidad de reírnos hasta de nosotros mismos, pues no entienden que la risa no es un acto de crueldad, sino de liberación de la crueldad del mundo.

Nadie se ría de nada ni de nadie; seamos serios, tan serios y fúnebres como un traje negro o un ataúd, así estaremos a salvo de los linchamientos virtuales, aunque la vida real se torne poco a poco más gris.+