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Púlsares del confinamiento: Fragmentos del libro “Chicas en tiempos suspendidos” (2021), de Tamara Kamenszain

Púlsares del confinamiento: Fragmentos del libro “Chicas en tiempos suspendidos” (2021), de Tamara Kamenszain

06 de septiembre de 2021

Unas semanas antes de partir, la poeta y ensayista argentina Tamara Kamenszain (1947-2021) nos envió sus poemas para esta sección. Con su anuencia generosa: “Hola. Te envío un fragmento que tiene que ver con la pandemia. Es de un libro nuevo. Abrazo muy grande y puedes usarlo, citarlo, estrujarlo o lo que quieras hacer”, nos dijo, presentamos, conmovidos y conmocionados, estos dos textos pertenecientes a ese impecable volumen de muy reciente publicación, Chicas en tiempos suspendidos (2021) que, a la luz de su vida, obra y despedida, significa su gran testamento literario y su poética.

También, significa uno de los testimonios más simbólicos de estos “Púlsares del confinamiento”, porque en sí conjuga el corazón de los mismos que es mostrar la conciencia poética de lo femenino en la introspección debida a estos tiempos, ya que nos brinda un testimonio de lo humano en este caso ante la finitud, y una toma de partido por la ética y estética de la mujer que escribe y reflexiona, como una forma íntima, sutil, vital y no violenta de  resistencia, porque como dice Svetlana Aliexévich, “la Revolución tiene rostro de mujer”.

La autora pertenece a una promoción fundamental en la poesía argentina denominada “los neobarrocos”, o Generación de los 70, junto con Arturo Carrera, Néstor Perlongher y Juana Bignozzi, entre otros, que abrió rutas muy particulares y críticas de la poesía hispanoamericana, nutriendo la visión de lo poético. Sin embargo, pese a ser una voz en este universo, es también una presencia independiente del mismo y una figura crítica de vital importancia.

Poseedora de vasta obra, se menciona La novela de la poesía (2012), su gran antología poética puesto que implica una concepción muy preciada a la autora que es el considerar  la “novela” (en un sentido dramático-ontológico y estructural) y “el correlato” (en un sentido psicológico y simbólico) subyacentes que dan sustento y sustancia al poema ya que en éste, como ha dicho la crítica, “se cifra una trayectoria, una vida escrita”. Es decir, cada libro sería parte de una historia entre biográfica, invisible y generacional dicha y vista a través de la poesía.

Sobre la poética de Tamara Kamenszain se afirma en Medusario (1996), antología canónica de los neobarrocos y donde también es autora del epílogo, que “implica una observación cuidadosa y detallada de los recintos interiores. (…) esa posibilidad femenina de espiar en las costuras para ver las construcciones por su reverso”, lo cual “se origina en una rebelión interior, que comienza por desmenuzar cada una de las actividades grandilocuentes y pomposas de la tradición masculina”.

Chicas… cumple con estas premisas puesto que la autora apela a esa estética suya de revelar, “denunciar” el revés de lo vivido y observado, a través de una sutil ironía, de una inteligencia sarcástica, de un humor refinado, escrito en una prosa narrativa y contundente que se desarrolla en esplendor después de que la poeta aduce a sus supuestos poéticos de vida, de pensamiento y teóricos, una vuelta de tuerca citando esos versos del japonés Kobayashi Issa: “y sin embargo, y sin embargo” (el famoso nagara / sari nagara).

 

Digamos que la voz toma la forma de una sonrisa de Gato Cheshire que, desde la sombra junguiana de una psique juguetona y perspicaz, descubre el anverso, la paradoja, el desencanto que signan, más que las verdades absolutas, al mundo y sus órdenes.

            Por otro lado, se desinstalan las premisas “de la tradición masculina”, en este caso del canon, porque en Chicas… se revisita a las precursoras de la poética argentina (Alfonsina Storni, Juana Bignozzi (–“Experta en tratar con los vates”, “la poetisa de armas tomar”), Amelia Biagioni (–“nuestra loca del altillo, nuestra Dickinson”, “nuestra victoriana más osada”–) y de otras corrientes latinoamericanas (la uruguaya Delmira Agustini o la peruana Blanca Varela), a otras “abuelas”, las Abuelas de la Plaza de Mayo, a sus contemporáneas, e incluso a la autora misma, todas ellas juzgadas bajo la mirada de “los vates”. Dice Tamara: “Poetas y poetisas, chicas y abuelas se reencuentran en este libro en el que son las protagonistas de una suerte de carrera de postas sin principio ni final… Pero también es una carrera de obstáculos: hay que aprender a sortear a los vates”.

De acuerdo con la prensa argentina, la escritora declaró que Chicas… nació a partir “de algunas ideas, algunas lecturas de sus poetas mujeres favoritas”. En efecto, en esta re visitación reflexiona, a lo largo de sus páginas, no sólo en torno a la poesía de las autoras mencionadas, sino de autoras de otras tradiciones como Ane Carson, Emily Dickinson, Teresa de Ávila, Sor Juana, Margo Glantz (a la que dedica el libro) y jóvenes poetas argentinas y, en general, acerca de la poética escrita por mujeres.

Es así como T. Kamenszain despliega en este libro un recurso fundamental en su obra que es la fusión de la teoría literaria, filosófica y de pensamiento occidental con el poema. Esto se desarrolla cabalmente en esta poesía narrativa, en la cual se inserta sin esfuerzo el discurso de las ideas y los razonamientos el cual funciona o como la vuelta de tuerca señalada por la sonrisa Cheshire, o es sometido a este cuestionamiento sonriente.

            Veamos. El asunto teórico en Chicas… es, como se dijo, la reflexión reivindicatoria de la poesía ejercida por lo femenino, en la que el estudio amoroso sobre las antecesoras, estas “abuelas” denostadas por el “vatismo extremo”, diría la autora, bajo ese apelativo de “poetisas”, le proporciona a Tamara ese término mismo que se le presentó, dice en Chicas… “como milagrosa lengua muerta/ y explotando de anacronismo inclusivo”, y sin embargo, y sin embargo… en ese justo poema, la Kamenszain recuerda que Didi-Huberman dice que “el anacronismo es fecundo”, por lo que esta poeta-ensayista asume y se asume en el término, reapropiándose de él como una actitud y como una poética.

Chicas en tiempos suspendidos significa una poética reivindicatoria tanto de estas precursoras como de la estética en general de la autora misma, porque en éste libro reflexiona sobre lo femenino que escribe, sobre su circunstancia, contexto, psique, historia y pulsión, todo ello revisitado y puesto en vuelo por esa chica-poeta-pensadora que es Tamara K., por esa poetisa que es, que somos:

Mejor poetas que poetisas
acordamos entonces entre nosotras
para asegurarnos aunque sea un lugarcito
en los anhelados bajofondos del canon.
Y sin embargo y sin embargo
otra vez nos quedamos afuera:
no sabíamos que los poetas
gustan de volverse vates
mientras a las chicas en lenguaje inclusivo
la palabra vata no nos suena
porque las mujeres no escribimos
para convencer a nadie.

Por eso la poetisa que todas llevamos adentro
busca salir del clóset ahora mismo
hacia un destino nuevo que ya estaba escrito
y que al borde de su propia historia revisitada
nunca se cansó de esperarnos.

Este libro fue escrito durante el primer confinamiento (“como si no me perteneciera / de golpe se me cae pegada / a los días de la pandemia / una fecha: Marzo-diciembre de 2020”), es decir, en esos “tiempos suspendidos”, concepción que Jacques Rancière (uno de los “anti-vates”, junto con Enrique Lihn, que son mencionados como tal en el volumen) acuñó para referirse a la pandemia y de la que Tamara se apropia, por supuesto, irónicamente, ya que son tiempos alternos de develación-revelación-renovación para las chicas poetisas y, en ese sentido implica una poética, ligada, claro, a los aspectos estético-narrativos descritos.

            Pero también, dentro de la narrativa y el correlato que atiende esta obra, y a la luz de la temprana partida de la autora, es un testamento. Tamara revisa su historia, sus filias, su genealogía, su canon, “las alusiones a la cultura judía, el psicoanálisis, el tango, la soledad”; también, retoma y “re-doma” sus cavilaciones sobre la enfermedad que padecía (un cáncer), sobre el virus y la pandemia, y por supuesto sobre la finitud, en este libro donde, como refirió, “lo que empieza como poesía suele terminar como novela” aunque, cuando ya se dijo todo, “lo que empieza como poesía debería también terminar como poesía” y sí, en este caso termina o más bien, queda suspendido no en la novela de la poesía, sino la poesía de la novela de Tamara Kamenszain.

Fragmentos del libro de reciente aparición Chicas en tiempos suspendidos (2021)

Tamara Kamenszain

7.

Mi padre que sin embargo era abuelo,
se enojaba mucho cuando las enfermeras
lo llamaban así.
¿Qué se creen? ¿Acaso son mis nietas?
solía mascullar enojado
mientras su viejo cuerpo traqueteaba en camilla
rumbo a alguna internación.
Hoy cuando en el televisor monolingüe,
amo global de lo que dice la pandemia,
aluden a los viejos como abuelos
usan la misma mueca de bondadoso desprecio
que irritaba a mi padre.
Y sin embargo y sin embargo
cuando mis nietos me llaman abuela
con la naturalidad de quien nació sabiendo
cómo se ordena un árbol genealógico
no me siento mayor más bien me aniño
y encuentro mi propia infancia
sobreimpresa en la de ellos.
Pero lo que empieza como poesía
suele terminar como novela porque las palabras
son todas nobles hasta que se les pega
el virus del estereotipo.
Poetisa era noble
hasta que se la usó para despreciar
a nuestras propias abuelas
las grandes versificadoras del amor.
Abuela es noble cuando en la cadena inclusiva
que la transporta hasta les nietes
son ellos y ellas quienes me reclaman.
Quieren que les invente un idioma
para aprender a hablar.

 

8.

Los abuelos de la nada se llamaba un grupo de rock
como diciendo hay nada atrás de las generaciones
no vienen unas y después las otras
hay cortes hay quebradas hay saltos al vacío
no es necesario volverse meloso
para aludir a la edad
y menos a la muerte
y menos todavía a la enfermedad.
Yo a mi viejo le decía viejo
y su sonrisa cuando me contestaba sí hija
lo deposita de nuevo en el mundo de los vivos
un mundo donde las pestes y las guerras
habían formado parte de su vida
y nadie ni nada lo podía contagiar.
A él lo invoco ahora que estoy asustada
porque desde el televisor me llaman abuela
y no me reconozco.
Y sin embargo y sin embargo es cierto
que pertenezco a lo que la inteligencia de la caja boba
llama “grupo de riesgo”.
Entonces me pregunto:
si lo alarmista me deja todavía más asustada
y lo meloso no me tranquiliza
¿cómo hago para no contagiarme?
Mi psicoanalista diría
que a lo real se lo recibe sin tantas vueltas
porque es lo que hay y punto.
(Supongo que con real ella se refiere
a esa esquirla de realidad que no esperábamos
y que sin embargo sin embargo
aparece cada tanto
para sorprendernos)
Yo en versión quejosa le contestaría
que por lo visto lo real es un virus
al que ninguna metáfora disuelve
y debe ser por eso
que lo que nace como poesía
no puede nunca
terminar como poesía.
Delmira no alcanzó a ser madre
Alfonsina no alcanzó a ser abuela
Blanca Varela perdió a su hijo en un accidente de avión
y según dijo su nieta cuando fue a recibir
el Premio Reina Sofía en nombre de la abuela
desde que le pasó lo que le pasó Blanca
“ha perdido el don de la palabra sumiéndose en un silencio deliberado que con los años ha
llegado a convertirse en una condición fisiológica”.
La abuela de la nada parece haberle cedido la palabra a su nieta
para que sólo diga
que no queda nada por decir.

Datos biobibliográficos:

Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947–Ibidem, 2021). En 2012, con La novela de la poesía (Adriana Hidalgo Editora), quedaron reunidos en un solo tomo sus ocho libros de poesía publicados anteriormente, más el volumen homónimo al título y un conjunto de poemas que no alcanzaron en su momento la forma de libro, fechado entre el primero y el segundo: De este lado del mediterráneo (1973), Los no (1977), La casa grande (1986), Vida de living (1991), Tango bar (1998), El ghetto (2003), Solos y solas (2005) y El eco de mi madre (2010). En 2018 incursionó en la narrativa con El libro de Tamar. Entre sus ensayos se destacan Historias de amor (2000), que recopila sus tres libros anteriores; La boca del testimonio (2007), Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay (Eterna Cadencia, 2016) y Libros chiquitos (2020).  En 2014 publicó El libro de los divanes. Su último título es Chicas en tiempos suspendidos (2021).

Recibió, entre otros reconocimientos, el Primer Premio Municipal de Ensayo (libros editados en 1993-1996); la beca John Simon Guggenheim, 1988; el Premio Konex de Platino 2014; la Medalla de Honor Pablo Neruda, 2004; el premio de la Feria del Libro de Buenos Aires al mejor libro publicado en 2012 y el Premio Honorífico José Lezama Lima de Cuba, 2015. Fue finalista Premio Anagrama de Ensayo, con El texto silencioso, 1980.

Sus libros fueron total o parcialmente traducidos al inglés, francés, portugués, alemán e italiano. Fue Profesora Titular en la Carrera Artes de la Escritura de la U.N.A.

Curaduría y presentación de textos por Claudia Posadas.