De brujas y peores demonios
21 de junio de 2021
Fátima López
Eduardo Sangarcía se estrena en el género de la novela con un texto brillantísimo que ha obtenido, con justa razón, el Premio Mauricio Achar 2020, otorgado por Librerías Gandhi y Penguin Random House, Anna Thalberg (Literatura Random House, 2021) es una historia estremecedora sobre una mujer acusada de ser bruja en la época de la Inquisición.
Las supersticiones, el pensamiento mágico y el miedo a aquello que no entendemos porque está fuera de nuestro alcance lógico siempre nos han causado una suerte de fascinación y horror al mismo tiempo. A decir de Eduardo Sangarcía (Guadalajara, 1985), la idea de esta novela se empezó a generar a partir de la lectura del astrónomo Carl Sagan, en torno a sus ideas sobre la superstición y la investigación que hace sobre un clérigo alemán opositor al régimen inquisidor. Luego de una exhaustiva investigación sobre el Medievo y su temible Tribunal de la Santa Inquisición, Sangarcía empezó a desarrollar un texto sobre una mujer acusada de ser bruja. Los detalles tanto históricos como fantásticos en los que profundiza el autor nos introducen en ese arco de fascinación y pánico simultáneos: ritos mortuorios, instrumentos y métodos de tortura, criaturas terribles que existían en el bosque según el imaginario colectivo (hombres lobo, demonios) y extraños ritos a la luz de la luna. El demonio era ubicuo y capaz de poseer a las personas más apacibles, sin que éstas se dieran cuenta. Justo ése es el caso de la pobre Anna Thalberg. Obviamente, desde la perspectiva de sus acusadores.
El autor, formado en cuento originalmente, y con tres premios bajo el brazo —Premio Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés”, Premio “Julio Verne” de Ciencia Ficción y Premio Nacional de Cuento Joven Comala—, se lanza al llamado “género mayor” con un salto formal innovador y tremendamente fascinante para los lectores: capítulos de un solo párrafo hacen que la respiración del texto se vuelva vertiginosa y le añaden tensión y suspenso a la novela; detalles tipográficos que resuelven monólogos internos, y diálogos simultáneos. Nos encontramos ante una novedad absoluta y un virtuosismo formal, al mismo tiempo que se presenta una historia de horror sobre una pobre mujer, cuyos grandes pecados fueron ser pobre, fuereña y pelirroja.
“Sacaban a las mujeres a la fuerza de sus casas. Las llevaban a las torres de brujas y, una vez que entraban a estos lugares, era prácticamente imposible que pudieran salir, porque la propia máquina inquisitorial estaba construida de tal manera que era imposible demostrar inocencia. Si había alguien que denunciara, lo más probable era que el denunciado acabara quemado y que, para poder salvarse de las torturas, tuviera que delatar a otros. Era la manera en que este sistema funcionaba. Así que decían el nombre de sus vecinos y de sus conocidos para poder librarse de las torturas”, comenta Sangarcía.
La paranoia que causaban los ruidos en el bosque, las coincidencias extrañas, la enfermedad de un pariente y hasta la sequía eran atribuidos a la potestad del demonio, el cual usaba a las mujeres como instrumento para extender su maldad. La cacería de brujas, detonada por esta paranoia hacia la figura del demonio, podía causar que se tornaran vecinos contra vecinos, o que se terminaran familias enteras, aunque no existiese argumento lógico para acusarlas de tan terrible mal. La maquinaria de la Inquisición tenía su fundamento en la idea de la justicia divina, cuyos jueces eran examinadores, clérigos y torturadores bajo el objetivo de dar escarmiento público a cualquier persona que quisiese aliarse con el demonio. Así, los acusadores, enmascarados con el poder de Dios, se transformaron en verdaderos ejecutores de maldad, y causaron la muerte de miles de mujeres inocentes. ¿Serían estos miedos y supersticiones o los inquisidores los verdaderos demonios de aquella época?
La novela toma en cuenta no sólo la historia de Anna Thalberg, sumida en una profunda tristeza en la cárcel, esperando su veredicto, sino también los contextos de los personajes adyacentes: su marido; el clérigo de su aldea, quien busca ayudarla a recobrar su libertad; el examinador; el confesor… De esta forma, podemos entender el papel de cada uno en esa máquina de terror: la cacería de brujas durante el Medievo.
Anna Thalberg pone el dedo en la llaga sobre temas relevantes, como la misoginia, el clasismo, la falta de justicia que experimentan las mujeres, los juicios acusadores a aquel que se atreva a ser diferente. Se trata de una suerte de espejo que apunta, incluso, a nuestra época.
Las voces que narran esta historia otorgan a la novela una veta absolutamente original; capítulo a capítulo se precipitan, creando tremendo suspenso a pesar de tener anunciado el final. Anna se erige en su propio desenlace con gran dignidad, cosa que, como lectores, se agradece profundamente.
Con esta novela, Sangarcía lleva a cabo una suerte de homenaje a sus autores favoritos: Carlos Fuentes y António Lobo Antunes, a quienes considera grandes maestros de la narrativa. Otra de las inspiraciones para lograr el ritmo y la tensión de la novela fue Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, traducida por Sergio Pitol, y configurada como una novela de un solo párrafo. La idea de crear un texto narrativo que precipita la respiración del lector proviene justamente de ahí.
El jurado que otorgó el Premio Mauricio Achar 2020 estuvo conformado por los escritores Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza y Julián Herbert, así como los editores Jorge Lebedev y Andrés Ramírez. Este premio busca difundir la obra de nuevas voces de la narrativa mexicana, además de continuar con el legado del fundador de Librerías Gandhi, Mauricio Achar, incansable promotor de la cultura y del arte, y soñador irredento de un mundo en el cual los libros nos transforman. +
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