Aprender a decir sí y atrevernos a decir no
8 de marzo 2023
Por Ligia Urroz
El calendario marca 2023 y, a pesar de encontrarnos en un país con libertad de culto y de movimiento, queda un enorme camino por recorrer respecto a la equidad de género y los derechos humanos de las mujeres. En un estudio titulado “Girls”, del Financial Times, leí que al mundo le faltan 170 años para lograr la equidad de género. Por eso escribo: para que no sean tantos.
En cuantiosas sociedades del planeta, las mujeres hemos sido relegadas, subyugadas o vistas como ciudadanas de segunda. Recientemente se han vuelto patentes las atrocidades y la falta de derechos en países como Irán y Afganistán. Según Carmen Alborch:
Las mujeres hemos tenido y seguimos padeciendo serias dificultades en el ejercicio pleno de la ciudadanía: el reparto del trabajo, la distribución de la riqueza y el poder, porque todavía hay desigualdades en las posibilidades, en las costumbres, los valores y las mentalidades, en el acceso a la cultura y el propio ejercicio de la libertad.
Las mujeres seguimos cargando un lastre culposo donde sea que nos encontremos. Agredidas y violentadas, es necesario realizar mayores esfuerzos que los hombres para salir adelante. Ya lo había escrito Gloria Steinem en su primer artículo para la revista Esquire en 1962: la situación de las mujeres las obligaba a decidir entre casarse o hacer una carrera profesional. Han pasado más de 60 años desde que Gloria escribió ese texto, y las luchas por las libertades civiles y la igualdad continúan.
¿Por qué cuesta tanto trabajo lograr una plena equidad de género en la mayoría de las sociedades? Si viajamos a través de la historia y leemos las opiniones acerca de las mujeres que emitían los grandes, nos sorprenderemos. Pitágoras, escribió que “hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y al hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y a la mujer”. Entre algunas oraciones cotidianas y extendidas del judaísmo se escuchaba: “Bendito sea Dios nuestro señor y señor de todos los mundos, porque no me ha hecho mujer”. Platón también agradeció a los dioses que le hubieran creado libre y no esclavo, hombre y no mujer. Aristóteles consideraba que la mujer es un varón frustrado. Y si de santos hablamos, incluso Santo Tomás reflexionaba que “en lo que se refiere a la naturaleza del individuo, la mujer es defectuosa y malnacida”.
Se nos ha programado de tal manera, que resulta una empresa titánica y una labor de generaciones luchar contra el estigma de la culpa femenina. La primera epístola de San Pablo a Timoteo (Timoteo 2:11-15) dicta lo siguiente:
La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado el primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, seducida, vino a ser envuelta en transgresión: empero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en la fe y la caridad y santidad, con modestia.
Y ¿cuál fue el acto que hizo culpable para siempre a Eva? El deseo de saber, su enorme curiosidad.
El versículo 33:59 del Corán reza:
¡Oh, Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las demás mujeres creyentes que deben echarse por encima sus vestiduras externas cuando estén en público: esto ayudará a que sean reconocidas como mujeres decentes y no sean importunadas. Pero [aun así], ¡Dios es en verdad indulgente, dispensador de gracia!
Para la sociedad islámica, los seres humanos somos débiles por naturaleza y por ello resulta muy fácil caer en tentaciones visuales o de comportamiento. Por ello, las mujeres deben cubrirse y evitar despertar el deseo del hombre. Bastante injusto, ¿no? ¿Por qué no son ellos los que controlan sus ímpetus? Una cárcel dentro de otra.
Las mujeres hemos sido educadas para perpetuar sociedades controladas por las decisiones masculinas; transmitimos los estereotipos aprendidos a nuestros hijos e hijas. Por otra parte, aunque las religiones han sido bálsamo para nuestras miserias, también han ejercido un papel como vehículo de marginación social femenina. Es muy difícil romper paradigmas y sustentar nuevas realidades. Debemos asistir a la construcción de un nuevo modelo social: el de la libertad de las mujeres y, por ende, la de todos los seres humanos. Se requiere un enorme empeño individual y colectivo, pero el objetivo lo vale: al diseñar libremente nuestro proyecto de vida, beneficiaremos a la sociedad en su conjunto y desterraremos cualquier tipo de dominación.
Replicando la voz de Gloria Steinem —quien ha trabajado en pro de las leyes y las causas de las mujeres—, me pregunto: ¿cuántas décadas más tendremos que vivir con los fantasmas de las frases ofensivas, las miradas lascivas, las amenazas de violación, los manoseos, el exhibicionismo, la humillación, el hostigamiento, la intimidación, el acecho, la discriminación por embarazo, los golpes y asesinatos? Es un tema la mar de difícil y sólo lo podemos abordar a través de la comprensión mutua, la reeducación, la empatía y la libertad. Carmen Alborch deja una pista en este camino:
La importancia de procurar no engañarnos y ser honestas; defender lo que nos conviene; aprender a decir sí y atrevernos a decir no sin violencia y sin sentirnos culpables, especialmente cuando la negativa es coherente con nuestras convicciones, aunque defraude las expectativas o exigencias ajenas. Estos aprendizajes son ejercicios de libertad. +