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Queridas Redes Sociales:

Queridas Redes Sociales:

Ximena Hutton

No sé si les haya llegado esta carta, porque, claro, con tanto algoritmo dando vueltas, capaz que ni se enteran. Pero bueno, vale la pena intentarlo. Después de todo, ustedes siempre están ahí, como la tía que pregunta si ya tenemos novio a media cena de Navidad. Así que, aunque sea para desahogarme, acá va:

Me parece que se nos está yendo un poquito la mano, ¿no? Digo, una cosa era compartir la foto del gatito aplastado en el sillón o el video del perrito haciendo algo adorable, esas cosas tenían su encanto, no lo niego, pero esto de pasar horas y horas filtrando, etiquetando y reetiquetando hasta que la vida parezca una revista de modas me tiene preocupada. Y no es por ser aguafiestas, pero siento que estamos todos tan ocupados viendo cómo nos vemos, que nos olvidamos de ver cómo estamos.

¡Ay, las selfies! Esa invención del demonio que convirtió el arte de la fotografía en un eterno autorretrato. Parece que hemos vuelto al Renacimiento, pero en versión moderna y un poco más egocéntrica. Mientras a Da Vinci le tomó años pintar a la Mona Lisa, ahora, con un poco de luz y un filtro de “piel de durazno”, en tres segundos tenemos veinte versiones mejoradas de nosotros mismos. El problema, me parece, no es tanto mostrar la cara, sino perder la cabeza en el intento.

A propósito, no me hagan hablar de los filtros. Ah, los benditos filtros. Al paso que vamos, en cualquier momento vamos a necesitar uno para la vida real, para suavizar los bordes de la realidad y hacernos ver mejor en el espejo. Por supuesto, hay que estar siempre listos para la foto, no importa si nos encontramos en la playa, en el baño o escapando de una invasión extraterrestre. Total, con un poco de edición, todo queda divino.

Me parece muy triste que mientras estamos ocupados editando nuestras vidas, nos estamos olvidando de vivirlas. Nos reímos menos en la mesa y más en los comentarios, bailamos menos en las fiestas y más en los reels. Nos gusta más cómo nos vemos en las fotos que cómo nos sentimos en el espejo. Y eso sí que da miedo.

Y lo de los influencers, por favor. ¿Qué clase de nombre es ése? Suena a superhéroe que salva al mundo con tutoriales de maquillaje. Pero no nos engañemos: esto no es más que el viejo truco del flautista de Hamelín, nada más que ahora la flauta viene con suscripciones y anuncios cada tres minutos. Nos llevan de la nariz y nosotros encantados, haciendo clic y swipe como si en eso se nos fuera la vida.

Lo peor de todo es que nos volvimos coleccionistas de la aprobación ajena. Antes uno coleccionaba estampas, figuritas de fútbol, pines o postales. Ahora coleccionamos likes. ¡Qué cosa rara! Nos pasamos el día viendo cuántos corazones conseguimos por cada frasecita ingeniosa, cada plato de comida exótica (que, seamos honestos, ni siquiera estaba tan rica) o cada foto frente a una pared con grafitis que ni entendemos. Es como si todos quisiéramos ser famosos, pero sin saber muy bien de qué.

Y lo de las frases profundas, ni hablar. Nos hemos llenado de frases célebres y no sabemos ni quién las dijo. Resulta que ahora todos tienen algo sabio que decir, aunque muchas veces parece que sacaron la frase de una galleta de la fortuna. Porque claro, compartir reflexiones profundas queda bien, aunque la única reflexión verdadera sea el reflejo en la pantalla del celular.

Para colmo, en medio de tanta pretensión, la gente que realmente tiene algo que decir se pierde como un buen libro en una librería gigante y desordenada. Porque, vamos a ser sinceros, a veces parece que a las cosas importantes las programaron para que tengan menos alcance. Y así estamos: hablando de la nueva dieta de moda mientras el mundo se incendia (literalmente).

¿Y qué me dicen de las fake news? Esos caramelos baratos con finta de dulces que más bien saben a algo que podrías encontrar en el consultorio de un dentista. Las creemos sin chistar y, cuando queremos darnos cuenta, ya estamos discutiendo con un primo lejano sobre teorías conspirativas que ni Spielberg se animaría a filmar. ¡Ay, las noticias falsas! Antes las mentiras las contaban los adultos para que nos comiéramos las verduras, ahora se viralizan más rápido que el resfriado en invierno.

La verdad, queridas Redes, es que no sé muy bien cómo terminamos en esto. Quizás porque, como dicen, el problema no son ustedes, sino nosotros. Eso sí: no se hagan las inocentes, que un poquito de culpa tienen. No les pido que desaparezcan (aunque a veces no sería mala idea), pero sí que aflojen un poco con eso de hacernos sentir que la vida es un reality show y que, para ganar, tenemos que estar todo el tiempo sonriendo, brillando y siendo mejores que los demás.

En fin, les dejo esta carta con la esperanza de que se tomen un respiro y, de paso, nos lo den a nosotros. No sé si servirá de algo, pero al menos yo me quedo un poco más tranquila. Al final del día, lo único que quiero es que podamos volver a hablar más y postear menos, a sentir más y filtrar menos. Y si eso es mucho pedir, bueno… siempre nos quedará el gatito aplastado en el sillón.+

 

Sin más que agregar, se despide atentamente,

Mafalda (y sus ganas de darle unfollow a todo)