De (sillas y mujeres) inconformistas Diseño de la diferencia: el caso de Eileen Gray

De (sillas y mujeres) inconformistas Diseño de la diferencia: el caso de Eileen Gray

Aura Cruz y Rodrigo Velasco

Antes de que la Segunda Guerra Mundial estallara en Europa, el cambio se anunciaba por todas partes. En zonas germanas se fraguaron dos grupos de pensamiento que transformarían el mundo: el filosófico Círculo de Viena y la famosa escuela de diseño Bauhaus. Ambos aspiraban al desarrollo de la unificación, pero ¿qué querían unificar? El primero, al conocimiento filosófico y científico; el segundo, al arte y la técnica, lo que daría como resultado una disciplina más tarde conocida como diseño industrial.

            Entre estas dos escuelas hubo algo más que paralelismos. A decir verdad, también se desarrolló una compenetración: integrantes de una y otra intercambiaban correspondencia entre sí. La desesperación de su búsqueda parecía obedecer a la emergencia de un enemigo común: el totalitarismo. ¿Qué les causaba temor? El reavivamiento de inclinaciones nacionalistas que se cimentaban en una presumible superioridad racial. En Alemania ese gran terror tenía nombre: el nazismo.

            Para contraatacar aquella amenaza, los filósofos creían necesario desenraizar al lenguaje de todo vínculo étnico e histórico específico. Para ellos, el lenguaje era la representación más clara del pensamiento; así que, si transformaban el lenguaje, transformarían las ideas. Por ello propusieron que el lenguaje lógico se convirtiera en un sistema universal para combatir las intolerancias basadas en las diferencias de las lenguas históricas (y, por lo tanto, de las formas de pensar).

Por otro lado, los artistas y arquitectos (y después los diseñadores) de la Bauhaus buscaban la creación de un mundo material unitario, de plástica y funcionamiento universal, que dejara atrás cualquier reminiscencia histórica o hábito premoderno y que retomara aquello que, según ellos, nos ponía en un plano común: el ejercicio de la percepción y, más tarde, la consecución de la eficiencia. El diseño sería la vía para dar forma a un mundo nuevo, a la medida del “hombre nuevo”. Literalmente, se trataba del hombre, porque, aunque la Bauhaus aceptó mujeres entre sus filas, eventualmente las relegó a ciertos talleres que consideraba propios de su género. Esto sí que no tenía nada de nuevo.

Así, las dos nobles iniciativas confundieron unión con homogeneidad y diferencia con antagonismo. Como Goya había dicho hacía más de un siglo, “el sueño de la razón produce monstruos”.

            Muchos años después, en las carreras de arquitectura, no faltaría la ocasión de que diversos mentores insinuaran o incluso declararan una supuesta incapacidad de las mujeres para, por ejemplo, “percibir la tercera dimensión”. Muchos años después, escucharíamos en nuestros primeros empleos cómo a nosotras se nos asignaban los trabajos de interiorismo por nuestro carácter femenino, por nuestra atención a la sensorialidad y porque el espacio que lo comprendía ya estaría resuelto por un hombre…

Y, justamente, fue una mujer la que se convirtió en la enfermiza obsesión de uno de los más emblemáticos arquitectos del siglo xx, a partir de su atención por el ensamblaje del sitio, la arquitectura y su interior.

 

Gray en la sombra

La fotografía muestra al Hombre desnudo parado frente a un mural. Resalta la cicatriz en su pierna, resultado de un accidente náutico hecho con el aspa de una lancha. Éste voltea a la cámara con una expresión que podríamos definir entre sorpresa y la cara de un niño que fue atrapado en medio de una travesura. Los lentes de pasta y los trazos en el muro no dejan la menor duda de que quien interviene la fachada de esa casa lo hace sin permiso ni consideración.

La icónica imagen de 1939 muestra el momento en el que Le Corbusier, el emblemático arquitecto que compartió sus primeras experiencias laborales con el después director fundador de la Bauhaus, Walter Gropius, y autor de diversos principios que hoy algunos todavía siguen como la tabla de los diez mandamientos, vandaliza con un mural la casa E-1027. Esta vivienda le fue adjudicada durante mucho tiempo, lo cual él nunca negó; sin embargo, la autoría pertenece realmente a Eileen Gray, artista, diseñadora y arquitecta irlandesa, caracterizada por su trabajo crítico y perspicaz desde y hacia la modernidad, hoy referente de los estudios de género en el diseño.

Asimismo, dicha fotografía marca el momento en que Gray quedaría para siempre (ojalá que no) unida a Le Corbusier del modo que la historia ata a víctima y victimario, como ocurrió con Lennon y Chapman, Kennedy y Harvey Oswald, Colosio y Aburto. La diferencia, en este caso, estriba en que el victimario se volvió víctima, y la víctima quedó olvidada por muchos años.

Del feminismo a los feminismos, de la Mujer a las mujeres

Hablar de feminismo resulta complejo y múltiple. No se puede y tampoco se debe hablar de un solo feminismo. Sin embargo, si coincidimos con Chela Sandoval, es posible hablar de una conciencia opositiva compartida. Ésta implica que, aunque no hay como tal una Mujer, sino mujeres históricas, concretas, diversas y situadas, todas aquellas que nos adscribimos como feministas compartimos experiencias de opresión por género a las que hemos decidido hacer frente.

En este tenor, el feminismo confronta, en primera instancia, el canónico modelo del Hombre (así, con mayúscula) como medida de todas las cosas. ¿Qué imagen puede ser más evocadora de este canon si no el Hombre de Vitruvio? Pues sí, existe otra alternativa más cercana a nuestros tiempos: el Modulor, que el afamado Le Corbusier diseñó como escala universal y cuyas medidas eran las suyas propias.

La primera contrapartida a este modelo universal de lo humano fue propuesta por el feminismo de la segunda ola a través de la idea de otro sujeto canónico tan completo como el primero: la Mujer. Se trató de un primer paso para la asunción de la diferencia. Sin embargo, la profundidad y la radicalidad del cuestionamiento resultó aún más contundente al poner bajo sospecha la idea misma de un “modelo ideal” (Hombre o Mujer): sin canon, aparece la plena y expresiva diferencia de quienes estamos encarnadas, encarnades y encarnados; quienes contamos con historias situadas, como propuso la feminista Donna Haraway y como transformó en diseño y experiencia concreta la (¡por fin!) reconocida diseñadora irlandesa Eileen Gray.

De inconformidades a la Silla inconformista

Eileen Gray, diseñadora, artista y arquitecta dinamitó la modernidad desde dentro de sí: la revolucionó desde sus entrañas, si bien no sería reconocida en toda su dimensión sino hasta muchas décadas más tarde. La obsesión (y, presumiblemente, la envidia) hicieron de Le Corbusier un perseguidor de Gray. Para liberarla, y como un gesto simbólico ampliado a todas las diseñadoras, lejos de seguir hablando del que mucho habló de sí y de quien muchos otros siguen hablando, nos centraremos en ella, su pensamiento y su obra.

Además de poner en entredicho al mismísimo Le Corbusier al sostener que “la casa no es una máquina en la que vivir”, la creadora irlandesa también introdujo la idea de modelar el habitar contemplando a las personas en toda su complejidad: en sus ritos como en sus corporalidades específicas. Una vez colapsada esta estandarización conceptual del sujeto (ese viejo Modulor de 1.83 metros de altura, tan masculino y occidental), la diseñadora también hizo explotar la producción de objetos autoritarios e inapropiables.

Desde esta perspectiva, en 1926, Eileen Gray diseñó un objeto rebelde, dinámico, abierto, ejemplar: la Silla inconformista. Se trata de una silla que, más allá de su imagen asimétrica, cuenta con características para dar lugar a múltiples posiciones. El asiento ya no obligaría a una postura ni atendería a ningún cuerpo estandarizado, sino que ofrecería las condiciones para la experimentación corpórea y sensual a través de una materialidad cuidadosamente definida. Más que una preocupación decorativa, el enfoque sensible de Gray estaba dirigido a la experiencia estética: no se trata de un objeto armónico visualmente, sino de una invitación abierta para que quien sea que se siente ahí lo haga de maneras no prescritas. Varias décadas más tarde, entre los años sesenta y ochenta, diversos integrantes del grupo italiano antidiseño Memphis resonarían con las obras de Gray, una adelantada a aquella época humana (demasiado humana) en la que le tocó vivir.

Así, una mujer inconformista creó objetos, interiores y arquitecturas igualmente inconformistas, dispuestos a provocar experiencias vitales singulares. Volviendo a la idea del conocimiento situado de Donna Haraway, no es casualidad que una mujer introdujera esta aguda crítica al diseño moderno hegemónico: su mirada y su experiencia desde la diferencia existencial, así como su espíritu rebelde y decidido, pudieron dar a luz “diseños amigos”, sensuales y operables.

Di-segno: dar (otro) sentido al mundo

El diseño es algo más que un mero asunto estilístico. Eileen Gray, con una mano extraordinaria capaz de producir objetos bellos, comprendió hace un siglo que el diseño abre posibilidades más amplias para experimentar el mundo. El espacio que habitamos se encuentra fundamentalmente diseñado. Pensado de manera aún más radical, ese mundo diseñado también nos diseña de vuelta constantemente. Quien habita un lugar sin opciones de uso ni de sensibilidades diversas termina sometido a vivir bajo la lógica de Modulores que imponen su subjetividad a otras, borrando su experiencia del horizonte. Y no hay peor cosa que nos pueda pasar ahora (en esta época crítica para el planeta y para nuestra propia especie) que carecer de horizontes alternativos para reimaginar y rehacer el sitio que compartimos.

            Por esta razón, en este número de Lee+ queremos hablar de diseño de la diferencia; pues, para que el mundo abrace e incluya el derecho de existir de todes, humanos y no humanos, nos parece fundamental que sea diseñado por y desde otras perspectivas vitales. Éstas, lejos de necesitar condescendencia, pueden brindar un mayor valor a la Tierra que habitamos. Necesitamos mutar por lo menos en dos sentidos: en aquello que pensamos que es diseño y en la terrible tendencia de que unos cuantos se apropien del derecho a darle forma a nuestras existencias.+

Para saber más

  • Eileen Gray. Her Life and Work (Thames & Hudson, 2009), de Peter Adam.
  • Heroínas del espacio (Nobuko Diseño Editorial, 2008), de Carmen Espegel.
  • Eileen Gray: Design and Architecture, 1878-1976 (Taschen, 2006), de Philippe Garner.
  • Manifiesto cíborg (Kaótica Libros, 2020), de Donna Haraway.
  • “A sum of possibles. Eileen Gray and the overcoming of Modern design”, VLC Arquitectura (2023), de Alberto Ruiz Colmenar y Beatriz S. González Jiménez. Disponible en <https://doi.org/10.4995/vlc.2023.17094>.