Manifiesto: sobre cómo no rendirse. Bernardine Evaristo

Manifiesto: sobre cómo no rendirse. Bernardine Evaristo

Bernardine Evaristo

Introducción

Cuando en 2019 gané el premio Booker por mi novela Niña, mujer, otras, me convertí en una autora de éxito “de la noche a la mañana”… después de cuarenta años trabajando profesionalmente en el mundo de la cultura. No era que no hubiese obtenido logros y reconocimientos a lo largo de mi carrera, pero es cierto que no era una autora excesivamente conocida. La novela alcanzó el número uno de las listas de ventas de muchos países y recibió la clase de atención que yo siempre había anhelado para mi trabajo. En las innumerables entrevistas que se sucedieron, me vi describiendo la trayectoria que me había llevado hasta ese momento culminante después de tanto tiempo. Afirmé sentirme imparable y comprendí entonces, no sin cierto asombro, que así había sido desde que me independicé con dieciocho años para abrirme camino en el mundo exterior.

Al hacer la reflexión, situé el origen de mi creatividad en mi niñez, en mi extracción cultural y en las influencias que han moldeado mi vida. La mayoría de quienes trabajan en el mundo de la cultura tienen como modelos de vida a personas —escritores, artistas, creadores— que les han inspirado, pero ¿qué otros elementos son los que sientan las bases de nuestra creatividad y dirigen el rumbo de nuestra carrera? Este libro es la respuesta que yo misma me doy a esa pregunta, y mi idea es contestarla arrojando luz sobre mi ascendencia y mi infancia, sobre mi estilo de vida y las relaciones que he tenido, sobre los orígenes y la naturaleza de mi creatividad, así como sobre las estrategias de crecimiento personal y el activismo.

Para quienes acabáis de encontraros con mi escritura —ahora en esta meta recién elevada, este libro revela lo que costó seguir adelante y madurar; y, para quienes lleváis mucho tiempo intentando abriros un hueco y tal vez os identifiquéis con mi historia, espero que os resulte inspiradora para la travesía propia que ha de llevaros a alcanzar vuestras ambiciones. Así que aquí lo tenéis: Manifiesto: sobre cómo no rendirse, un libro de memorias y una meditación sobre mi vida.

Uno
Ascendencia, infancia, familia, orígenes

Como raza, la de los seres humanos, todos llevamos dentro las historias de nuestros ancestros y yo siempre he sentido curiosidad por saber en qué medida las mías me han condicionado como persona y como escritora. Sé que me preceden varias generaciones de personas que migraron de un país a otro en busca de una vida mejor, personas que se casaron haciendo caso omiso de los constructos artificiales que son las fronteras y las barreras culturales y raciales creadas por los hombres.

Mi madre inglesa conoció a mi padre nigeriano en un baile de la Commonwealth que se celebró en el centro de Londres en 1954. Ella estaba estudiando Magisterio en una escuela católica de monjas que había en Kensington; él era aprendiz de soldador. Se casaron y tuvieron ocho hijos en diez años. Durante mi infancia y mi juventud, se me aplicó el calificativo de half-caste, el término que se utilizaba por entonces para las personas birraciales. Como pasa con todas estas categorías (en inglés, Negro, coloured, black, mixed-race, bi-racial, of colour), funcionan como calificativos aceptados hasta que vienen otros a sustituirlos. Ahora sabemos que en realidad la raza no existe —no es un hecho biológico— y que los seres humanos tenemos todos el mismo ADN salvo por un 

uno por ciento que es distinto. Nuestras diferencias no son científicas, sino que se deben a otros factores como el entorno. La raza, sin embargo, sí que es una experiencia vivida, de modo que su trascendencia es enorme. Comprender que la raza supone una ficción no significa que podamos prescindir de las categorías, al menos de momento.

En mi infancia, el propio concepto de black British se consideraba en sí un oxímoron. Los británicos no reconocían a las personas negras como conciudadanas, mientras que, a su vez, la filiación de estas era con sus países de origen. Yo nunca tuve otra opción que la de considerarme británica: nací en este país y era el único en el que había vivido, por mucho que se me dejara bien claro que en realidad yo no era de aquí porque no era blanca. Aun así, para mí Nigeria era un concepto muy remoto, un país en el que había nacido mi padre y del que yo nada sabía.

Sé mucho más sobre mi familia materna que sobre la paterna. No hace tanto que descubrí que mis raíces británicas se extienden hasta trescientos años atrás en el tiempo, hasta 1703. No me habría venido nada mal conocer ese dato cuando era pequeña, porque así habría tenido un sentimiento de pertenencia más fuerte, y además me habría dotado de una buena munición contra aquellos que me decían —a mí y a toda persona de color de esa época— que me volviera a mi país.

Por supuesto, no estoy diciendo que haya que tener raíces británicas para ganarse el derecho a ser de aquí, y siempre hay que desafiar la idea de que solo en ese caso puedes considerarte como tal. Los derechos de ciudadanía no se limitan a los derechos de nacimiento y este asunto siempre ha sido farragoso para aquellos a quienes se consideraba “súbditos” del Imperio británico, pero sin que por ello se les concediera el beneficio de la “ciudadanía”.

Sé que el tema de los análisis de ADN es controvertido, porque los resultados dependen de cada empresa y de la muestra de estudio en que se basa cada uno, pero, aun así, a mí me resultan fascinantes. El análisis que me hice a través de Ancestry DNA, que profundiza hasta ocho generaciones atrás en el tiempo, revela una estimación de etnicidad que describe así mis raíces: “Nigeria: 38 por ciento; Togo: 12 por ciento; Inglaterra, noroeste de Europa: 25 por ciento; Escocia: 

14 por ciento; Irlanda: 7 por ciento; Noruega: 4 por ciento”. (Los dos países con los que no puedo vincular a antepasados conocidos son Escocia y Noruega.)

Así y todo, aunque soy igual de negra que blanca en lo que a ascendencia se refiere, cuando la gente me mira, ve a mi padre a través de mí, no a mi madre. Que yo no pueda reivindicar una identidad blanca si así lo quisiera (aunque no es el caso) es ya de por sí irracional y tan solo sirve para demostrar una vez más que la idea de raza es absurda.