Entrevista a Víctor Ebergenyi

Entrevista a Víctor Ebergenyi

4 de octubre 2022

Por Rodrigo Velasco

Donceles apareció hace 40 años como una colonia de clase trabajadora bajo un esquema de vivienda de interés social, con el objetivo de darles un lugar donde vivir a los trabajadores de este nuevo polo turístico: Cancún.

Su posición privilegiada, su gran conexión urbana y, sobre todo, que Puerto Cancún empezó a crecer a su lado ―dando lugar a esta relación tan común en nuestras ciudades, donde zonas ricas y pobres apenas se dividen por una reja― hacen de esta colonia un lugar idóneo para trabajar con modelos de vivienda incluyentes, que permeen hacia la calle y que se basen en modelos de participación ciudadana en los que, al final, todos los miembros de la comunidad se beneficien.

Entendiendo Donceles como un suceso no solamente arquitectónico, sino multifactorial, ¿cómo identifican esta colonia y cómo es el proceso para decidir invertir en un primer edificio ahí?

Juan Carral, mi socio, se mudó a Cancún hace 14 años. Yo digo que Juan es una persona bastante perspicaz y sensible a muchas de las dinámicas urbanas que se dan; no es indiferente a estas zonas de la ciudad susceptibles de recuperarse. Él estaba haciendo una obra en Puerto Cancún y la entrada de proveedores está justamente por la colonia Donceles. Esto nos convirtió en unos vecinos incómodos. Juan observó que esta colonia está muy bien ubicada en el entronque entre dos avenidas principales de Cancún: la López Portillo (que va de oriente a poniente y te lleva a Isla Mujeres, hacia Mérida) y la Bonampak (que te lleva de norte a sur, de Isla Mujeres a Tulum y a Chetumal; ésta se convierte en la carretera principal de la Riviera).

En esa encrucijada está Donceles, pegada a Puerto Cancún. Juan se percató de esto y buscó colaboradores para un proyecto de vivienda en este tejido urbano, que estaba bastante percudido por el paso del tiempo, sobre todo por sus orígenes. Se trata de una colonia de interés social de los ochenta: viviendas hipotecadas que en 2005, con el huracán Wilma, se inundaron y fueron abandonadas; como consecuencia, se volvieron focos rojos: hubo gente que dejó de pagar su hipoteca, gente que abandonó la casa… y urbanísticamente se convirtió en un problema.

El primer edificio, Donceles 1, era una casa abandonada; se trata de un lote grande, de forma trapezoidal. Contactaron a los dueños, la vendieron y la persona que le entró a la inversión de este primer edificio fue Juan O’Gorman (que es primo de Juan Carral), quien le dio un giro. A lo mejor Juan Carral nada más tenía la intención de hacer un proyecto de vivienda y unos edificitos, pero O’Gorman le dijo: “Nuestro edificio tiene que tener la frase que siempre decimos: construir de muros para afuera, o sea, nosotros construimos en nuestro lote, pero este edificio debe tener la repercusión positiva de una derrama económica hacia afuera de nuestros linderos”. Con esa intención, Donceles 1 recupera un pedazo de andador, y esto sentó las bases de todos los demás Donceles.

Con el tiempo, se dieron cuenta de que había demanda de este tipo de vivienda, y se hizo Donceles 2. Yo ya me había mudado para acá, y me invitaron a integrarme al proyecto como inversionista. En este caso, ni diseñé ni construí. Cuando hubo que recuperar el espacio público de enfrente del edificio, lo hicimos con nuestros recursos, que eran pocos, pero ya estaba plantada la vocación del proyecto Donceles: una intervención de vivienda viene siempre acompañada de una intervención del espacio público. Se trata de generar un beneficio para nosotros en lo privado, pero también con una derrama hacia el exterior; tiene que compartir estos beneficios con el resto de nuestros vecinos, porque en la medida en que nuestra relación con los vecinos y con el entorno sea positiva, nuestros edificios, nuestras casas van a estar bien. Para ese entonces, Juan O’Gorman falleció, pero ya se habían integrado otros socios al equipo.

El hecho de que apareciera un edificio ahí de pronto, para la gente que vivía en Donceles, era como ver un ovni. No había existido ningún tipo de inversión en la zona. ¿Cómo fue ese impacto con la comunidad, con los vecinos?

Nosotros llegamos a un contexto en el que cada aspirante a gobernador había prometido cambios a la colonia. Cuando llegamos, la comunidad ya estaba muy cansada. Por un lado, buscamos tener la sensibilidad de entender que la gente de Donceles llevaba más tiempo que nosotros en la colonia; por otro lado, elegimos dejar de lado toda esta soberbia de la formación académica del arquitecto, pero confiando en nuestros conocimientos, para negociar: “Está perfecto. Tú ves esto, tú quieres esto, pero en nuestra experiencia también funciona esto”.

Poder entablar un diálogo ha sido muy importante. Como en cualquier relación, hay momentos álgidos; encontrar el justo medio entre lo que ellos quieren y esperan, lo que nosotros estamos haciendo y lo que nos gustaría hacer requiere de una práctica y una negociación constantes.

Pensando en esta clase creativa de la que hablaba Richard Florida, aquella que va regenerando las zonas urbanas, ¿qué pasa cuando a esta comunidad, que ya está conformada, empiezan a llegar habitantes nuevos?

Juan y yo hemos tomado como ejemplo Ciudad de México, sobre todo la mezcla entre niveles socioeconómicos. El desarrollo urbano de finales del siglo xx y principios del siglo xxi ha generado guetos que no funcionan.

La mezcla de niveles socioeconómicos y educativos enriquece muchísimo las ciudades, porque se crea una transferencia de conocimientos y de riqueza, de empatía, de sensibilidad. ¿En la Condesa qué pasaba? Estaba la casa rica y al lado, la vecindad; el hijo del chofer que vivía en una vecindad jugaba con el hijo de la casa rica y se generaban vínculos. Esto permite que haya transferencia, todos crecemos. Me gustaría pensar que en la Donceles esta transferencia ha ayudado a un niño a ampliar sus horizontes, aunque ha sido complicado porque no siempre sucede así.

De alguna manera hay que empezar a crear espacios donde sucedan este tipo de cosas…

De ahí viene la importancia de recuperar el espacio público, no solamente enfrente de nuestras propiedades, sino con todos los vecinos.

¿De qué manera funcionan las intervenciones que han hecho en Donceles?, ¿cómo permean hacia la calle?

Nos dimos cuenta de que no teníamos que poner estacionamiento en los edificios: debía haber locales comerciales para generar una vida hacia el espacio público y, de ahí en adelante, todos tienen en planta baja. Esta plaza que acabamos de recuperar está rodeada de locales comerciales, que pretenden dar una vida y un uso público. El hermano de una de nuestras compañeras de trabajo puso un restaurante de pastas; nosotros, el bar; otro local es un despacho de arquitectura, pero está abierto al público; hay un chavo que abrió un estudio de fotografía: en un día llegan 25 personas a hacerse una sesión de fotos. La gente de Puerto Cancún viene a Donceles, se mete.

Lo que nos ha costado un poco de trabajo, y ahí también entra el papel de la arquitectura, es que la gente del barrio se sienta con la confianza de entrar a estos lugares, porque la arquitectura puede resultar también muy… no sé cómo decirlo.

…hostil hacia cierta gente.

Exacto, muy limitativa. Lo ves y dices: “Carísimo, mejor ni entro”. Creo que eso es lo que más nos ha fallado, pero estamos conscientes y estamos buscando la manera de lograr que cambie.

Si yo quiero convivir con alguien, por ejemplo, yo no voy a su casa ni él va a la mía, nos vemos en El Primo o nos vemos en el Café Donceles o nos vemos en la azotea, en la alberca y, cuando me canso y ya no quiero estar con ellos, me voy a mi casa. La Donceles, de alguna manera, se ha vuelto un gran proyecto de vivienda colectiva a nivel urbano, en donde se lleva a cabo una dinámica de barrio.

¿Y qué pasa con la gentrificación o el “aburguesamiento” de la zona?

La delgada línea entre la recuperación, la renovación y la gentrificación o turistificación existe, y creo que radica en que, salvo contadas viviendas, nosotros no hemos llegado a comprar las casas: nos las ofrecen porque están abandonadas. A nosotros no nos interesa sacar a la gente que ya vive aquí; nos interesa que se queden en el barrio y, si se puede, que encuentren una fuente de empleo aquí. No tienen que tomar el coche o el transporte público y eso es contrarresta la gentrificación.

Y viven en el mismo barrio que están diseñando. Al final del día, si tú no puedes vivir en un lugar que diseñas, no vale la pena concebirlo.

Precisamente eso nos está ayudado mucho, porque Juan y yo nos damos cuenta de las cosas en las que a veces cometemos errores, y hemos aprendido. Creo que cada edificio nos ha enseñado muchas cosas: constructivamente, arquitectónicamente y programáticamente.

¿De qué manera podría repetirse este ejemplo? ¿O crees que Donceles sea irrepetible?

No, nosotros pensamos que hay una Donceles en cada ciudad de este país, pero lo que debemos cambiar es la manera de pensar de la gente que invierte en estos proyectos. Juan y yo le llamamos “dinero valiente”, porque Pablo Gutiérrez de la Peza y Juan O’Gorman fueron personas valientes en su momento.

¿Qué pasa con los desarrolladores hoy en día? Llegan a una zona, construyen y quieren vender lo más rápido posible para recuperar su inversión e irse. Queda un edificio bastardito que nadie pela. Nosotros construimos y, como nos vamos a quedar con la propiedad, nos conviene que esté bien hecha, bien emplazada, bien planchada con los vecinos, que el espacio público alrededor esté bien, que se trate de un lugar donde nosotros quisiéramos vivir, porque eso se transmite y la gente quiere vivir ahí. Te haces responsable de los edificios que diseñas y construyes.

Nosotros vivimos lo que diseñamos, aprendemos, nos equivocamos, mentamos madres, sufrimos, disfrutamos, pero si no, ¿cómo compartes y cómo contagias este entusiasmo por hacer vivienda pensada, planteada y que va cambiando? Crecemos en cuanto a nuestras necesidades y nuestras expectativas, pero a mí no me avergüenza decir: “Vivo en la Donceles” en ningún momento.+