
El estado crítico de la crítica

A un crítico hay que darle su lugar, su importancia, como se le da a un escritor. Y cuando su crítica es importante, oportuna, cuando la obra examinada es relevante, hay que darle primera plana, en lugar de dejarlo relegado.
Huberto Batis
Fernando Sanabrais
Algo ha salido mal
Todo empezó días atrás. Encendí Waze con la intención de ubicarme y dejar a Niebla en su casa. Nunca he logrado interpretar un mapa adecuadamente. Si me preguntan por alguna dirección, termino dirigiéndolos a lugares incorrectos. Así que dependo completamente de Waze o de cualquier otra aplicación que me proporcione indicaciones; esa también ha sido, en ocasiones, la función de Niebla. Antes de subir al auto hablábamos de lo frustrante, ridículo y agotador que es conversar con alguien que lo cuestiona todo. En mi defensa, le dije que sólo lo hago con las personas que quiero, que admiro o que me importan. Ella miró hacia el otro lado de la calle y respondió: “Ojalá no me tuvieras tanto cariño”.
Yo continuaba insistiendo con la aplicación. No tenía demasiadas opciones. Sólo aparecía el mismo mensaje: “Algo ha salido mal”. Nada más.
Entonces, lo entendí: “justo ésa es la razón, Niebla. Algo ha salido mal: la aplicación falla, la película es un bodrio, el libro una pena. Allí nace el cuestionamiento. El origen de todo”. Pero ella me miraba con desconfianza. Seguía sin entenderlo.
Fue como recordé esa frase de Steiner que lo sintetiza mejor que yo: “La crítica literaria suele proceder de déficit de amor”.
Y es que el origen de la crítica suele provenir tanto de la insatisfacción y la escasez como de la pasión, de esa deuda de amor de la que hablaba George Steiner. No obstante, lo que antes fue un oficio de rigor y de memorables desavenencias, hoy parece que está por desaparecer. Entonces, ¿qué ha ocurrido con la crítica literaria?
Puñaladas, “Desolladero” y “Palos de ciego”
Con El Renacimiento, Altamirano trazó las primeras líneas de una crítica que era tanto estética como política y social. No se conformaba con elogios vacíos; su pluma era tan cortante que, tras una función, un hombre se le acercó y le asestó una puñalada: “Por mi crítica de la semana pasada”, dijo, “ahora estoy en el hospital, apuñalado”. Ésa era la crítica de aquellos tiempos: un ejercicio de riesgo, un duelo a muerte, no sólo con las palabras.
Más tarde, en el siglo xx, la tradición crítica continuó, pero con un matiz distinto. Surgieron publicaciones con críticos que no carecían de talento, aunque demasiado cuidadosos con el poder. Siempre educados, amables, pulcros, prodigaban elogios calculados a sus amigos y a los poderosos, causando daños mínimos e inflando reputaciones con exquisita mesura. Entre ellos se encontraban Antonio Caso, Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, entre otros.
Pero no todos se plegaban a la cortesía. También estaban algunos feroces: Salvador Novo, Jorge Cuesta y el grupo de Los Contemporáneos, llamados así por la revista que fundaron, que hicieron de la crítica un arte de precisión y ataque.
La crítica en México era en ese entonces un campo de batalla, un escenario de guerras personales y rencillas públicas. Como aquella entre Luis Spota y Salvador Novo. En ella, Novo, con su refinada crueldad, lanzó: “Spota lleva en el apellido de su padre la profesión de su madre”. ¿La razón? Spota, antes, lo había llamado “nalgador sobo”.
Dentro de esa tradición crítica se inscribió Metáfora, revista de combate que desató grandes polémicas, una de ellas en torno a la obra de Alfonso Reyes, el Regiomontano Universal. En sus páginas escribían Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Sergio Magaña, Emilio Carballido, entre otros. La dirigía A. Silva Villalobos, y apenas alcanzó 18 números. Sus polémicas y batallas hicieron que sus anunciantes se retiraran, asfixiados por sus enemigos. Uno de ellos fue, por ejemplo, José Luis Martínez.
Si el siglo xix sentó las bases, fue el siglo xx el que consagró a la crítica literaria como una disciplina imprescindible. La creación de suplementos culturales —México en la Cultura, Plural, Vuelta y Sábado— representó un auge sin precedentes. Estos espacios no eran meros contenedores de reseñas; eran trincheras en las que se libraba una guerra ideológica, un duelo entre la tradición y la modernidad.
Entre los críticos mexicanos de aquella época se alzaron voces legendarias, salvajes, irreverentes y provocadoras. Destacan Huberto Batis y Fernando Benítez, quienes dirigieron Sábado, suplemento del periódico Unomásuno, epicentro por donde pasaron los escritores más influyentes de ese momento.
Batis no se andaba con rodeos: decía lo que pensaba con un humor despiadado y una inteligencia sin concesiones. Abrió espacio a jóvenes promesas de ese entonces como Fernanda Solórzano, Guillermo Fadanelli y Xavier Velasco; y respaldó a personajes consolidados como Juan García Ponce o José Luis Cuevas. Detestaba la crítica cortesana y los favores literarios, lo que le granjeó tantos enemigos como admiradores. Su humor, tan punzante que hería a amigos y a rivales por igual, se hizo patente en obras memorables como Lo que “Cuadernos del Viento” nos dejó y Por sus comas los conoceréis.
Por ejemplo, en Sábado existía una sección titulada “Desolladero”, en la que se libraba un intercambio lapidario entre autores y lectores; en Cuadernos del Viento, dirigida por el propio Batis, brillaba la sección “Palos de ciego”, en la que los golpes se repartían sin tregua y nadie quedaba inmune.
Algoritmos
Así, nuestro país, con una tradición crítica apasionada y combativa, fue el escenario de debates intensos y de la gestación de innumerables voces que configuraron nuestro entorno cultural. Sin embargo, hoy esa crítica implacable, esa mirada incisiva que desentraña cada obra, parece haber quedado relegada.
Con la reducción de los suplementos culturales, han surgido nuevos espacios digitales donde predominan videos breves, reseñas apresuradas y un montón de opiniones inmediatas que en raras ocasiones profundizan en el texto. Existen críticos, pero los espacios que antes legitimaban su oficio se han reducido drásticamente. Tal vez por eso ya no se asumen como críticos literarios, tal vez la palabra misma se haya convertido en un lastre. Como afirma Socorro Venegas: “Nombrar es otorgar poder”.
Mientras tanto, fenómenos como Wattpad, que acumula millones de lecturas, y las editoriales masifican tendencias —dark romance, enemies to lovers, fake dating, por mencionar algunos—, los algoritmos dictan los principios de lo que merece ser leído. Por ello es indispensable contar con lecturas críticas y desafiantes que puedan examinarlas.
Mientras la literatura se ve reducida a tendencias de moda y algoritmos, la Crítica, aquélla con mayúsculas, la que incomoda y desafía, se desvanece. Leer no sólo por consumir, sino para interrogar, analizar e incluso confrontar, abandonando la frivolidad, la lectura exprés, la reseña complaciente y el elogio fácil.
Así que, efectivamente, vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué ha ocurrido con la crítica literaria? La respuesta es evidente: algo ha salido mal.+
Fernando Sanabrais. Venera la Crítica (así, con mayúsculas, como la Mar de Hemingway): la santísima, la despiadada, la inevitable. Es un crítico implacable, sobre todo de sí mismo; nunca está de acuerdo con su semblanza ni con la última frase, por ejemplo. Escribe, a pesar de todo.
