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Donde el tiempo se detiene: el 18 de mayo y la vida secreta de los museos

Donde el tiempo se detiene: el 18 de mayo y la vida secreta de los museos

Cada 18 de mayo, los museos del mundo abren sus puertas no solo para recibir visitantes, sino para recordarnos que el arte, la historia y la ciencia no son cosas del pasado, sino partes vivas de nuestra conversación presente. El Día Internacional de los Museos no es una efeméride más; es un recordatorio de que estos espacios no son meros almacenes de objetos antiguos, sino lugares donde se cultiva la memoria y se proyecta el porvenir.

En la Ciudad de México, los museos son mucho más que destinos turísticos. Son refugios, laboratorios, santuarios de preguntas y espejos rotos donde cada quien encuentra su reflejo. El Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), por ejemplo, desafía la noción tradicional de museo: aquí no se venera el pasado, se discute el presente. Sus exposiciones abordan problemáticas sociales, políticas y estéticas con una urgencia que desarma. El MUAC no adorna paredes, provoca pensamiento.

También está el Museo Nacional de Antropología, una joya que guarda la vastedad del México antiguo, pero lo hace con una dignidad que impone respeto. Sus salas no solo exhiben piezas, construyen puentes entre culturas. Caminar por sus corredores es convivir con la cosmogonía mexica, con la voz de los mayas, con el pulso de civilizaciones que no están muertas, solo hablan otro idioma.

El Día de los Museos es, en realidad, el día de nuestras preguntas sin resolver. ¿Qué valor tiene el arte cuando el mundo arde? ¿Qué puede enseñarnos una vasija rota, una escultura abstracta, una instalación sonora? Mucho más de lo que creemos. Porque en un museo no solo miramos: nos miramos.

Este 18 de mayo no es solo una invitación a visitar museos. Es una provocación: a detenernos, a escuchar lo que el silencio del mármol y la luz sobre una pintura tienen que decir. A ver en un lienzo no solo trazos, sino una posibilidad de entender lo humano desde otro lugar.

Celebremos, pues, no solo a los museos, sino a lo que representan: el acto íntimo y colectivo de preguntarnos quiénes somos. Y si un día eso deja de importarnos, el polvo no caerá sobre las piezas… caerá sobre nosotros.