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Los hilos del universo: de Cyrano a Ursula

Los hilos del universo: de Cyrano a Ursula

7 de septiembre 2022.

Por Mariana Aguilar Mejía

Si pudiera conservar para siempre una cualidad de la infancia, elegiría la capacidad de asombro. Estoy segura de que sin ella la vida resultaría miserable. Justo como el humor, el asombro es un gran recurso para transitar esta realidad llena de contratiempos y de situaciones que desearíamos cambiar. Podemos evadir los asuntos más irritantes de cada día a través de diversos métodos, pero les propongo uno que no falla: leer ficción espacial.

Además de intrigarnos, las historias cuyo escenario son planetas y galaxias lejanos revelan algo que nunca deberíamos olvidar: nuestra existencia individual, tan diminuta, está atravesada por convenciones que no tienen la menor importancia. Parece una broma del universo que en algún punto de la inmensidad exista un planeta que desarrolló condiciones para alojar vida, la cual adquirió conciencia y se organizó en sociedades, y que, por esta casualidad, tengamos que llegar a las nueve de la mañana al trabajo o agendar una cita en el sat

Los cuerpos celestes, imposibles de ignorar, desatan la imaginación. No podríamos asegurar si fue primero la literatura o la astronomía; en la Antigüedad formaban un solo conocimiento y, desde entonces, ambas disciplinas se acompañan. No importa si nos acercamos al cosmos con devoción, censura, terror o entusiasmo: éste permite que exploremos todas sus posibilidades y, además, las nuestras. La ficción espacial se ha encargado de mostrarnos a la humanidad misma, aunque para esto sea necesario salir de la Tierra.

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Cyrano de Bergerac tuvo el atrevimiento de escribir una novela sobre una sociedad establecida en la Luna (para quienes la Tierra era un satélite natural inhabitado). Por supuesto, el libro sufrió la censura de su época. Transcurría 1657 cuando se publicó El otro mundo o los estados e imperios de la Luna de manera póstuma. En esta obra se explican varios aditamentos para que una persona consiga alunizar; mi favorito es el siguiente: el personaje principal recolecta gotas de rocío en unos frascos, con los cuales forma un cinturón; cuando el rocío se evapora con el sol, este invento eleva a su portador al infinito. Esta tecnología de punta sólo se equipara con el traje de propulsión a chorro que hizo Mafalda con una soda.

Ya en la Luna, el protagonista de El otro mundo… vive peripecia y media en una sociedad de gigantes selenitas. Para empezar, lo confunden con la hembra de la mascota de la reina (el macho es otro humano, un español que llegó hasta allá por distracción). El lenguaje se desarrolla por medio de señas o a través de unos sonidos parecidos a la música. La moneda oficial son los versos, entre más sagaces, más valiosos, de modo que “los asnos se mueren de hambre y las personas de espíritu comen siempre en abundancia”.

En la Luna se llevan a cabo debates para determinar si el protagonista tiene alma o no, cómo sucedió con las culturas originarias de América durante la colonización europea. Cyrano de Bergerac retoma otra discusión de la época: sostiene la teoría heliocéntrica en contra del modelo ptolemaico todavía extendido entonces (según el cual la Tierra es el centro del universo y el Sol gira a su alrededor):

  • Creer que esa gran masa luminosa gira en torno a un punto en el que no tiene nada que hacer es tan ridículo como si cuando vemos una alondra asada imagináramos que, para guisarla, el horno hubiera girado en torno a ella.

La novela se burla del papel del ser humano en el universo y nos libera de la presunción de ser los más relevantes.

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1920 fue un gran año para la literatura de ciencia ficción: con algunos meses de diferencia, nacieron Issac Asimov y Ray Bradbury, quienes se convertirían en figuras emblemáticas de este género, aunque desde estilos e intereses singulares. Asimov pertenecía a una familia migrante en Estados Unidos. Su formación como lector empezó en el puesto de periódicos en el que trabajaba su padre, quien le permitía leer las revistas pulp con la condición de que no las maltratara. Este autor encontró su vocación en la ciencia y la tecnología. No sólo escribió cuentos y novelas, también contribuyó con obras de divulgación de todo tipo, entre ellas, la Guía de la Tierra y el espacio.

La imaginación cósmica de Isaac Asimov destaca en su serie de novelas Fundación. Estas obras narran la decadencia del Imperio galáctico, ocasionada por la sed de poder, la corrupción y el egoísmo. Para hacer frente al caos existen dos colonias de científicos llamadas fundaciones en los extremos de la galaxia. Asimov escribió esta saga después de leer sobre la caída del Imperio romano. Sin perder de vista los vicios inherentes a la humanidad, el autor confiaba en la razón para detener el impulso destructivo que crece en nosotros.

Mientras Asimov se entusiasmaba con la tecnología, su contemporáneo, Ray Bradbury cuestionó los límites de lo humano en el espacio exterior. Se trata del autor que ha iniciado a generaciones de lectores no sólo en la ciencia ficción, sino en la literatura misma. Con su desenfado característico, Bradbury se dedicaba a escribir historias cortas. Los editores las rechazaban porque éstas no se vendían tan bien como las novelas. Uno de ellos le dio al escritor un voto de confianza: le pidió que reuniera todos sus cuentos sobre Marte; si titulaban esta antología Crónicas marcianas, tal vez algún despistado la compraría pensando que era novela. Con este método se publicaron sus dos primeros libros: las crónicas y El hombre ilustrado.

Este último contiene algunas de las mejores historias espaciales de Bradbury. Gracias a la sinceridad de su estilo, los cuentos desmontan creencias rígidas que nos rodean. Por ejemplo, en “Los globos de fuego” varios sacerdotes se lanzan a la misión de evangelizar Marte, seguros de que llevarán la salvación a sus habitantes. No saben qué nuevos pecados hallarán en ese planeta, pero suponen que ellos como emisarios representan la brújula moral universal. Una vez ahí, se dan cuenta de que los marcianos son globos de luz llenos de sabiduría y altruismo, además de que, sin cuerpo, es imposible que cometan pecados (en cambio, la soberbia de erigirse como jueces sí que representa una falta a la ética más elemental).

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Pero si lo que necesitamos es uno de esos asombros que nos obligan a cerrar el libro durante unos segundos y gritar internamente, las historias de Ursula K. Le Guin resultan infalibles. Los mundos que esta autora construye ponen a tambalear estructuras como el binarismo de género o la monogamia. La madre de Ursula era escritora, y el padre, antropólogo. Como resultado, Le Guin escribe desde la atención y el acercamiento comprometido con el otro (aunque se trate de seres extraterrestres de ficción):

Yo no planifiqué estos mundos y estas gentes. Me los encontré, poco a poco, por etapas, al escribir relatos.

En su novela La mano izquierda de la oscuridad, la autora propone la exploración de un planeta de andróginos: Gueden. Los habitantes de Gueden no presentan sexuación más que unos días al mes, cuando pueden transformarse en hombres o mujeres según les apetezca. A este periodo se le llama “entrar en kémmer”. La posibilidad de elegir su género durante el kémmer tiene consecuencias fascinantes en la vida de estas personas: pueden gestar o no, enamorarse de quienes quieran, conocer a sus seres queridos en todas las formas, sin limitaciones de comprensión.

Otro de los planetas de Ursula se llama Seggri. Ahí, por una modificación genética muy antigua, la población de mujeres excede a la de hombres por mucho, así que las comunidades se componen exclusivamente de ellas. Los hombres permanecen aislados en castillos donde tienen ciertos privilegios, pero una vida incapacitante. Las ciencias, las artes, los oficios y, en general, la vida activa pertenece a las mujeres. Ellas hacen funcionar las universidades, las fábricas y los hospitales, incluso las familias son exclusivamente femeninas (aunque crían a los niños varones hasta la pubertad). En La cuestión de Seggri leemos los testimonios al respecto por parte de diferentes personajes.

En otra novela, Los desposeídos, Ursula K. Le Guin relata las luces y sombras de un planeta al que han migrado las personas menos favorecidas de una realidad capitalista, quienes desean ensayar un nuevo sistema. Todas estas ficciones tienen en común un elemento de esperanza: en el universo de esta autora existe una organización llamada el Ecumen, que se encarga de que los acercamientos entre planetas resulten pacíficos y enriquecedores. Estas narraciones suelen resolverse cuando los personajes miran dentro de sí mismos para obtener una profunda conciencia personal y una verdadera empatía por los demás. Además de interesantes, los relatos de Le Guin son luminosos gracias a que muestran otras maneras de ser y de relacionarnos.

Hay demasiada violencia alrededor del poder y la dominación […] pero yo estaba más interesada en explorar alternativas a la violencia y a la explotación, y éste es el propósito esencial del Ecumen, una congregación pacífica de mundos.

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Los viajes a la Luna de un autor del siglo xvii nos revelaron el camino de la comedia para ponernos en perspectiva. Isaac Asimov, un apasionado de la ciencia, creyó en la capacidad humana de crear máquinas y de razonar antes de acabar con el universo. Ray Bradbury se apropió de Marte para crear escenarios que nos confronten una y otra vez. Ursula K. Le Guin eligió caminos alternos a la resignación y el odio. Esta pequeña muestra de la ficción ambientada en el espacio representa apenas una estrella en la galaxia de obras que aún esperan nuestra lectura y nuestra sorpresa.