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Consularis stand-up
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Podría parecer improbable que el latín más puro, aquel que llamamos “clásico”, tuviera entre sus curadores al “más infame bromista de la antigüedad” (Mary Beard), a un incitador de la risa y del humor, como lo fue, según testimonios propios y ajenos, Marco Tulio Cicerón.
Nuestro hombre, aquel gran clásico de clásicos, fue un estadista, abogado, erudito y escritor romano, conocido por intentar salvar la República romana antes de su transformación en imperio tras las guerras civiles. Sus escritos incluyen discursos, cartas y tratados filosóficos y políticos. Es bien sabido que sus discursos contenían un arsenal retórico que hasta la fecha sigue siendo modelo y paradigma en cortes y juicios, pero que la sátira y la risa fueran parte de su arte no deja de sorprendernos. Vale la pena decir que su influencia no fue para nada menor: la mitad del siglo de oro de la literatura latina recibe el nombre de Periodo ciceroniano.
Mi primer acercamiento a él fue a través de La columna de hierro, una novela bastante reciente, donde es presentado como un modelo de seriedad y responsabilidad. Sin embargo, para autores como Plutarco, más cercanos a su época, Cicerón fue un amante de la risa, al punto de ser apodado consularis scurra, algo así como “el cónsul del stand-up”.
Contamos con una serie de anécdotas acerca de él, muchas de las cuales parecen dignas de ser llevadas a una caricatura. Por ejemplo, un día Cicerón escuchó en la calle a un político de medio pelo en campaña cuyo padre era un cocinero muy reconocido en un sitio público. Cicerón no dudó en interrumpir el discurso político del hombre para decir: “Por un asado, ¡seguro te doy mi voto!”.
En otra ocasión, durante un juicio en un caso de asesinato, uno de los testigos aportaba pruebas poco convincentes. Contra ello, Cicerón comentó en tono irónico: “Es tan persuasivo que podría convencerme de que el sol sale por la tarde”. Esta broma no solo hizo reír a la audiencia, sino que también debilitó el testimonio del testigo.
También sabemos de cierto juicio por parricidio en que la parte acusadora alegó que el mismo padre le había dado motivos a su vástago para matarlo. Cicerón resopló con las siguientes palabras: “Los romanos se aferran tanto a la justicia que ni siquiera un hombre muerto puede escapar de ser acusado de un crimen”.
Según Plutarco, a menudo Cicerón se dejaba llevar por su gusto por los chistes, lo que lo metía en problemas, ya que el humor, cuando se hace a expensas de otros, puede volverse en contra del que lo emite. Por eso el bromista debe ser como Jano, el dios de los dos rostros, que mira al mismo tiempo hacia delante y hacia atrás. El humor es un arma y, como cualquier otra, puede ser peligrosa. ¿Será que este humor desenfrenado de Cicerón fue uno de los factores que contribuyeron a su trágico final?
Para hablar de esos reveses, debemos saber que en la actualidad se considera que, junto con el de otros pocos (como el mismísimo Julio César), el latín de Cicerón es el más clásico (si cabe este término), donde dicha lengua encontró su mejor expresión. En él, una manera elegante y elevada de escribir o de pronunciar un discurso implicaba colocar el verbo principal hasta el final de la oración. Así, era posible que el interlocutor escuchara y escuchara sin estar seguro de cuál era la idea, herramienta retórica que podía aumentar la intriga… o tener otro efecto. Con ese motivo circulaba el chiste de que alguna vez un senador llegó quince minutos tarde a la sesión. Vio a Cicerón de pie en medio de la sala dando un discurso, así que se apresuró a ocupar su lugar. Una vez ahí, le preguntó en voz baja al senador que estaba su lado: “Oye, ¿de qué está hablando Cicerón?”. Aquel simplemente se encogió de hombros y respondió: “No sé, todavía no ha llegado al verbo”.
Una última broma contra nuestro orador. Se decía que a Cicerón le costaba trabajo ceder la palabra y, cuando fue cónsul, también las decisiones. Recordemos que en Roma había dos personas que ocupaban este cargo, algo así como dos presidentes. Pues en los años en los que Cicerón ocupó uno de estos puestos, se decía que en Roma gobernaba un día Marco y otro Tulio, es decir, él solo.
Ahora bien, Cicerón sabía que el humor es un recurso multifacético que puede adoptar una gran variedad de formas, dependiendo de lo que se busque lograr con su uso. Puede ser una herramienta poderosa para aliviar tensiones o, por el contrario, para intensificar una confrontación. En su libro El orador, Cicerón comparte que la clave está en cómo se emplea el humor y en qué contexto, ya que puede ser utilizado tanto para construir como para destruir. Declara que es una parte de la comunicación humana que puede llevar a reacciones tan diversas como la risa, la incomodidad e incluso el enfado.
Asimismo, dice que uno de los aspectos más fascinantes del humor es su capacidad para adaptarse a diferentes situaciones y propósitos. Si se busca mantener el respeto y la cordialidad en un debate o una confrontación, lo más adecuado es un humor ligero y agradable, que no implique ninguna agresión ni humillación. En este caso, el humor no debe tener la intención de menospreciar al oponente, sino de suavizar el tono del discurso, haciéndolo más ameno y accesible. Este tipo de humor crea un ambiente en el que las personas pueden estar de acuerdo en su desacuerdo sin que la conversación se torne hostil.
Este tipo de humor favorece la buena disposición del público, despierta la admiración por la agudeza de la mente y puede suavizar la dureza de un enfrentamiento. Según explica, la risa se produce cuando se genera una expectativa en el oyente, pero esta se rompe con una respuesta inesperada. Esta forma de sorpresa es la base de muchas manifestaciones humorísticas, desde chistes sencillos hasta los recursos más sofisticados de la retórica.
Sin embargo, el humor también puede ser usado de manera agresiva cuando la intención es derrotar a un adversario, ridiculizarlo o descalificarlo. En estos casos, se recurre a un humor más ácido, a menudo con un tono sarcástico o mordaz, que no busca hacer reír, sino poner al otro en evidencia y así destruir su credibilidad. Esta forma de humor puede ser devastadora, pero su eficacia depende de cuán bien se maneje el arte de la palabra y del contexto en el que se aplique.
Cuando se trata de atacar a alguien que ya está en una situación completamente degradada, el humor puede adquirir un carácter destructivo y se torna así en una herramienta de crueldad. En tales circunstancias, la risa que se provoca es muy lejana a la primera que mencionamos (la amable); por el contrario, es una muestra de desdén y humillación. Este tipo de humor puede llegar a ser legítimo en ciertos contextos, cuando se busca subrayar la completa caída o el fracaso de alguien, pero su uso plantea serias cuestiones éticas y morales, ya que puede destruir por completo la imagen de la persona atacada.
En el ámbito de la oratoria pública, de acuerdo con Cicerón el humor debe servir para ilustrar el argumento o para aliviar el tono del discurso, pero no debe rebajar al orador ni confundir su rol con el de un payaso. El humor tiene que ser un medio, una herramienta y no un fin en sí mismo, y debe subordinarse a la seriedad de la situación. Cuando el orador se convierte en un simple imitador o se dedica a hacer gestos exagerados, corre el riesgo de perder la credibilidad y la autoridad que necesita para que su mensaje sea tomado en serio.
Pero podemos tomarnos la licencia de volver a citar a Jano para hablar de las dos caras de Cicerón (o la cara de Marco y la de Tulio), pues este tenía una profunda admiración por las representaciones teatrales de su tiempo, en particular los espectáculos de los mimógrafos, es decir, los mimos de la Roma antigua, que eran más parecidos a comediantes de sketches de calle, satíricos y entregados a las audiencias de romanos comunes. Las representaciones cómicas y las actuaciones de los mimos le proporcionaban a Cicerón un respiro en sus días llenos de obligaciones y le permitían disfrutar de la capacidad humana para reírse de las dificultades de la vida.
Nuestro orador también valoró la presencia de actrices en los espectáculos públicos, un fenómeno que en su época fue relativamente reciente. Aunque la sociedad romana era muy conservadora en muchos aspectos, la inclusión de mujeres en el escenario fue vista por Cicerón como un nuevo modo de expresión y una fuente de reflexión. A través de la sátira social de los mimos, se podía experimentar una forma de humor que no solo era entretenida, sino que además tenía un componente intelectual.
Quizá estos espectáculos hayan influido demasiado en su propia forma de usar el humor. Ya hemos dicho antes que Cicerón fue apodado “consularis scurra” por algunos de sus contemporáneos. Podrá parecer una ocurrencia graciosa, pero no deja de reflejar cierta crítica a su uso del humor en la carrera política que construyó.
Hoy nos quedan obras suyas como las Disputas tusculanas, Sobre la naturaleza de los dioses y otras obras clásicas repetidamente apreciadas y emuladas a través del tiempo. Yo no puedo evitar pensar qué enriquecedor habría sido que este autor nos hubiera regalado un guion de sketch o de stand-up escrito en el más clásico de los latines.
* José Nava es un editor, traductor y escritor mexicano que mantiene un ávido interés por la literatura y cultura clásicas.