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Los símbolos del surrealismo: Entrevista con Jacobo Siruela

Los símbolos del surrealismo: Entrevista con Jacobo Siruela
05 de febrero de 2020
Yara Vidal

Hace poco más de sesenta años, el Club Français du Livre publicó una obra extraña que jamás llegó a los estantes de las librerías. Los 3,500 ejemplares que se editaron en 1957 no eran una maravilla tipográfica, la calidad de sus ilustraciones en blanco y negro dejaba mucho que desear y, como ya es de suponerse, el libro nada tenía para destacar por su manufactura. A primera vista, parecía una obra común y corriente. Sin embargo, los bibliófilos y los estudiosos anhelaban tenerlo, pero su adquisición era casi imposible: El arte mágico de André Bretón se había transformado en un fantasma, en una rareza que en muy pocas ocasiones podía mirarse. En ese volumen, el padre del surrealismo atrapaba la historia del arte desde los tiempos más remotos hasta las vanguardias que eclosionaron durante su juventud y, por si esto no fuera suficiente, en cada una de sus páginas se refrendaba la idea de uno de sus amigos, Claude Lévi-Strauss, quien estaba completamente convencido de que Bretón “tenía poderes de adivinación para detectar el arte genuino”. Así, durante más de medio siglo, este libro fantasmal estuvo condenado a mantenerse como una pieza inaccesible, como un murmullo que apenas podían escuchar algunos elegidos; sin embargo, gracias a la capacidad de Jacobo Siruela, El arte mágico volvió a materializarse en una edición que dejaba atrás los problemas técnicos de su impresión príncipe. Conversar con Jacobo era indispensable para recuperar la historia de un hallazgo y un renacimiento que nos obliga a repensar al arte y al mundo.

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El arte mágico —me dice Jacobo Siruela— es un libro bastante curioso: su tiraje no fue muy grande y formaba parte de una edición exclusiva en una colección de cinco volúmenes dedicada al arte. Esos tomos se agotaron rápidamente, en menos de un año no quedaba ninguno disponible, y provocó la inquietud por parte de los bibliófilos franceses y de casi todo el mundo. Para complicar aún más las cosas, el Club Français du Livre no quería volver a editarlo, aunque su autor se sentía bastante frustrado por esta decisión, en medida que estaba profundamente convencido de que su libro era una historia del arte vista desde la perspectiva del surrealismo. Finalmente, tras muchos avatares —incluidos varios problemas con los derechos de autor con las hijas de Bretón— el libro volvió a reimprimirse de manera muy digna en los años setenta en Francia, y de esta edición partió la nuestra, pues en España jamás se había publicado.

Creo que El arte mágico es uno de los libros de André Bretón que más puede perdurar. No sólo es un repaso de la historia del arte y una selección afortunadísima de imágenes, pues también nos ofrece la perspectiva de un autor que se esforzaba por recuperar el sentido mágico del mundo. Para él era claro que sólo el arte y la magia —entendida más allá de la hechicería— podían transformar por completo la realidad. Por esta razón, cada una de las páginas y de las imágenes de esta obra nos enfrentan a dos preguntas definitivas: ¿qué tiene de mágico el arte? y ¿qué tiene de arte la magia? Evidentemente, las respuestas que pueden darse a ellas siempre son ambiguas, justo por eso —al final del libro— se encuentra una serie de entrevistas a varios filósofos y pensadores como Martin Heidegger, Octavio Paz o Yasunari Kawabata. Ellas son un intento para precisar estos interrogantes. Algunos de los entrevistados estaban a favor de las ideas de Bretón y otros, por supuesto, estaban en contra”.

—Publicar El arte mágico en estos momentos tiene un gran valor, una gran importancia, en un mundo donde el mercado es el símbolo fundamental, las palabras de Bretón tienen que volver a ser leídas.

“Por supuesto. Hoy, el arte está rendido al mundo de los precios y, además, cuando se habla de vanguardias se cree que sólo son manierismos, cosas que ya se hicieron, pero con esto se olvida que los artistas importantes son los que expresan, los que se revelan a lo que está profundamente mediatizado por la repetición y la crítica social.

Yo creo que la crítica social no es una de las funciones del arte, para eso están los periódicos, la radio, las redes sociales, la televisión y las discusiones públicas; en cambio, el verdadero arte nos habla del interior del ser humano, de lo que necesita dentro de sí. Yo soy un romántico y por eso creo que es necesario tener cuidado con los artistas antisistema que son parte del sistema y lo mismo me ocurre con el grafiti, pues no existe un arte más convencional ni menos creativo que él. Sus letras regordetas están en todos los lugares del mundo para mostrarnos que en ellas no hay nada creativo y que solo tienen la cualidad de ensuciarlo todo. Pero si alguien afirma esto, de inmediato es criticado en aras de una defensa a una serie de valores ambiguos.

En este sentido, El arte mágico nos permite redescubrir las raíces de la modernidad, al surrealismo como una postura absolutamente creativa que fue capaz de poner a los seres humanos ante lo ‘transracional’ gracias a un lenguaje que fue capaz de adentrarse en lo onírico, en la imaginación y, por supuesto, en la libertad. Este hecho —que lo coloca muy por encima del grafiti y de los artistas antisistema que son parte del sistema— ha permitido que los jóvenes se acerquen a él con gran entusiasmo”.

—¿Es posible pensar que el valor de lo simbólico se está perdiendo?, las imágenes vacías y reiterativas parecen ocuparlo todo.

“Lo simbólico es fundamental para ser y seguir siendo humanos: lo que realmente construye los símbolos es la imaginación, la imaginación verdadera. Ella transforma las imágenes en conocimientos y saberes, ella es la que puede darle contenido a todas las imágenes, justo como sucede con los mitos religiosos, con los mitos literarios y con la magia de la que habla André Bretón. Lo simbólico nos hace ver la realidad de una manera muy diferente debido a que gracias a su presencia se unen lo racional y lo que está más allá de la razón: como ocurre con los sueños, por ejemplo.

Hoy vivimos unidos al cientificismo, a la ideología de la ciencia. Uno de los grandes retos que tenemos es recuperar el espacio de lo simbólico, nos tenemos que abrir a esa experiencia para recuperarnos como seres humanos. Necesitamos nuevas formas de experimentar y comprender el mundo; el símbolo, sin duda alguna, nos permite dar nuevos significados interiores al mundo exterior”.

LAS BÚSQUEDAS DE ATALANTA Y LO SIMBÓLICO

Jacobo Siruela dirige la editorial Atalanta, un nombre que obliga a recordar el mito, a adentrarnos en el terreno de lo simbólico. La pregunta sobre el significado de su elección para nombrarla es obligada.

“Atalanta es un mito hermoso —me dice Jacobo— y da sustento a nuestra labor: uno de los fundamentos de la editorial es entender el significado del mundo. En una de las discusiones que narró Joseph Campbell entre un ateo y un creyente hay algo fundamental que marca a nuestros libros. El creyente decía que las palabras que leía en la Biblia eran hechos, mientras que el ateo sostenía que sólo eran mentiras. Así habrían seguido, pero llegó un tercero y les dijo algo fundamental: no son hechos ni son mentiras, esas palabras son metáforas. Si uno mira al mundo de esta manera se enfrenta a la necesidad de desentrañar su significado. Las nuevas preguntas son precisas: ¿qué quieren decir las palabras?, ¿qué quieren decir nuestras concepciones del mundo?

El ateo y el hombre religioso son creyentes; en cambio, el que propone la idea de la metáfora es alguien que está dispuesto a buscar nuevos significados, a hurgar en los símbolos. Aquellos actúan por fe y suponen que lo conocen todo; en cambio, el hombre de las metáforas reconoce que no todo lo sabe y que tiene un camino por delante para desentrañar los misterios del mundo. La vida es un misterio y los que dicen que todo lo saben en realidad no saben nada”.

—Tus libros siempre nos muestran lo que dices: antes de adentrarnos en ellos creemos que tenemos el conocimiento, pero conforme avanzamos, este se va diluyendo.

“El objetivo fundamental de Atalanta es ese, el abrir espacios a las metáforas, a las dudas, a la comprensión del mundo más allá de lo reiterativo. Cuando fundé la editorial no la hice para ganar dinero, sino para no perderlo. Me interesa editar lo que nos gusta, como ocurrió con las Memorias de Casanova o con la primera novela que se escribió en el mundo, el Genji Monogatari que vio la luz a principios del siglo xi, por ejemplo. Esta obra es extraña, maravillosa, nació gracias a una prohibición: a las mujeres japonesas de aquella época no se les permitía adentrarse en el mundo de la creación literaria y su autora dijo: “voy a narrar la vida de la corte”. Y, con este simple gesto, inventó la novela.

En Atalanta nos interesa recuperar la memoria, nosotros no queremos hacer lo que marca el trabajo de las otras editoriales. Mientras que en el mercado una buena parte de los libros se dirigen a lo actual, a lo inmediato, los nuestros buscan la memoria y la imaginación. No se trata de ir en busca de los sueños comunes, sino de los imaginarios profundos, de aquello que nos hace falta para comprender el mundo.

Para Atalanta, México es fundamental: representa poco más de la mitad de las exportaciones, pero no sólo eso, tengo viniendo a este país muchos años y cuento con muchísimos amigos. México me encanta: es un lugar donde han sabido conservar el alma ancestral, es el sitio donde conviven la modernidad más rabiosa y el sustrato de muchas culturas antiguas. Un ejemplo de esto es el propio André Bretón, quien vino a estas tierras y no a otras. La historia de su idea de “México es un país surrealista” es inolvidable: en una ocasión le encargó a un artesano que le hiciera una mesa y se la dibujó en perspectiva. El ebanista se fue y, unos días más tarde, volvió con el encargo: una mesa construida en perspectiva”.+