Musée d’Orsay, el museo de nuestra generación

Musée d’Orsay, el museo de nuestra generación

Sergio Peraza

Cuatro décadas es un periodo breve para la vida de un museo. Saber que se trata de un museo tan joven resulta interesante: uno suele pensar que en París todo lo que vemos en un recorrido ya estaba allí desde hace siglos. Éste no es el caso del Musée d’Orsay.

Como estación de trenes, es decir, como estructura original, la Gare d’Orsay sí es una construcción veterana, pero afortunadamente la rehabilitación arquitectónica que recibió en la década de los ochenta le dio vida nueva. El museo abrió sus puertas al público en el invierno de 1986, cuando mi generación leía por primera vez El médico, de Noah Gordon; escuchaba a Def Leppard en inglés y, en español, rock en tu idioma. El mundial de futbol se jugó en México… En fin, ocurrieron tantas cosas de nuestra inolvidable juventud en ese año.

Este entrañable museo celebrará su 40 aniversario en 2026, y ya tiene sorpresas preparadas para entonces. Mientras escribo esto, nos encontramos a pocos días de la inauguración de los Juegos Olímpicos en París; se pretende una inauguración fastuosa recorriendo el río Sena. Incluso Airbnb lanzó una oportunidad inigualable: un sorteo en el que dos personas podrán hospedarse en el Musée d’Orsay durante una noche, rodeadas de lujo, con una visita especial a la colección, incluyendo las zonas a las que difícilmente accede el público.

Pero, volviendo a épocas pasadas, me parece maravilloso que durante el invierno de 1986 se abrieran las puertas de este museo. Líneas arriba mencioné que para su aniversario habrá sorpresas, y no sólo las efímeras y espectaculares, sino las de peso: en 2025 y 2026 se abrirán las salas de investigación y de conferencias, un fastuoso motivo para que investigadores del arte de todo el mundo trabajen en aquellas áreas, con el objetivo de que, desde el museo, surjan nuevas tesis, nuevos libros y, por supuesto, intercambios culturales profesionales. Esta apertura transformará el espacio en mucho más que lo que es actualmente, un paraíso de arte para los turistas habituales. 

Todo esto proviene de gestiones de la historiadora en arte Laurence des Cars, quien dirigió el Musée d’Orsay y el de l’Orangerie hasta 2021, y quien ahora se desempeña como la primera presidenta-directora del Louvre desde su creación (1793). Otra sorpresa del Musée d’Orsay es que pretenden cambiarle de nombre a Musée Valéry Giscard d’Estaing, un merecido homenaje al expresidente francés. Si el museo de arte moderno parisino en Beaubourg se llama también Musée Pompidou, ¿por qué no el d’Orsay puede ser ahora coloquialmente el Valéry?

El arte impresionista y postimpresionista atrae multitudes de todo el mundo al Orsay. En la primavera de 2024, en una de mis visitas, no pude acercarme ni a tres metros de los Monet ni los Van Gogh: no tuve la suficiente paciencia para arremolinarme entre el gentío. Por esto mismo, si lo que más deseas es hacerte la selfie frente a un cuadro de Pissarro, Manet o tu pintor favorito del impresionismo, te recomiendo que al ingresar al museo de inmediato subas al nivel 5, donde están los impresionistas, para llegar fresco y de allí ir bajando en un recorrido menos apretado.

Por lo que a mí respecta, más que las pinturas, me atrae la colección de esculturas. El Musée d’Orsay es por excelencia un espacio consagrado a la estatuaria. Desde la entrada, en la escalinata de acceso a su explanada, te topas de frente con tres enormes estatuas de animales: el elefante de Fremiet, el caballo de Rouillard y el maravilloso rinoceronte de Jacquemart. Estas esculturas no son de bronce, sino de hierro colado, y estuvieron antes en el Trocadero como conjunto de una fuente durante la Exposición Universal de París, en 1878.

No voy a contar la historia de la procedencia de la colección de estatuaria del Musée d’Orsay, pero, en resumidas cuentas, estas piezas se trasladaron de otros museos, donde permanecían amontonadas y algunas olvidadas en bodegas. Aquí, en la otrora estación de tren, se les proporcionó un espacio adecuado con luz natural y amplia capacidad de movilidad para apreciar cualquier escultura en redondo.

Para seleccionar qué esculturas se incorporarían al Musée d’Orsay primeramente se estableció un criterio cronológico sobre los artistas que ocuparían los espacios: se definió que serían los nacidos a partir de 1820 y fallecidos en 1870, aunque hay algunas muy buenas excepciones.

Pues bien, ese primer criterio estableció un parámetro breve en la historia del arte en Francia; pero, curiosamente, en ese periodo se realizó un número exorbitante de esculturas por encargos privados y públicos: en la historia de Francia no se habían creado tantas esculturas en un lapso tan breve. Se llegó a decir que existía una estatuomanía, porque se hicieron tantas que incluso se enviaban a los cuatro puntos cardinales (basta recordar la estatua de la Libertad, creada por Bartholdi, La Liberté éclairant le monde, que puedes ver a escala cuando entras al Orsay).

En el Musée du Luxembourg, en París se exhibieron y coleccionaron muchísimas estatuas. Éste era conocido en su tiempo por albergar la mayor cantidad de obra de artistas vivos, pero no era tan grande, y llegó el momento en que no se daban abasto. Se almacenaron muchas esculturas y se olvidaron otras tantas por años. Finalmente, se conformó un equipo de especialistas durante los ochenta, quienes se dieron a la tarea de buscar, encontrar, trasladar y reacondicionar tantas esculturas dispersas. Antoinette Le Normand, Laure de Margerie y Anne Pingeot son a quienes debemos la posibilidad de apreciar esa riqueza tridimensional en los más diversos materiales y en un mismo espacio.

El hecho de fundar un museo tan importante derivó en que los descendientes de grandes maestros y coleccionistas donaron al acervo del Musée d’Orsay piezas invaluables que nunca antes habían salido de los talleres. Bocetos maravillosos, maquetas que relatan el proceso creativo de los escultores en sus etapas cambiantes para lograr las obras definitivas. Esos bosquejos en cera, terracota e incluso yeso son de un alto valor, pues inculcan y educan para comprender lo compleja que es la elaboración de una estatua.

Mención especial merecen las maquetas y los bocetos del escultor Jean Baptiste Carpeaux, a quien se le dedica un espacio para sus obras de carácter público, desde los bocetos de terracota que por sí mismos resultan una magnífica obra de arte completa hasta su célebre y controvertida La danse: un conjunto escultórico que decoró la fachada el edificio de la Ópera Garnier hasta 1964, cuando el escultor Belmondo, para protegerla del medio ambiente, la replicó en materia más resistente. La original se retiró y fue llevada al Louvre inicialmente. Ahora la podemos disfrutar muy bien resguardada en el Musée d’Orsay.   

Me alegra la existencia de un espacio dedicado a Auguste Rodin, porque, aunque hay dos grandes museos exclusivos en la región parisina para la obra de Rodin (Hotel Byron y Meudon), no se puede entender la historia de la escultura francesa del siglo xx sin él. En el nivel 2 del Orsay se concibió, desde 2022, la terrase Rodin. En torno a las obras de este escultor, encontraremos a los contemporáneos que fueron sus aprendices principales, como Camille Claudel y Antoine Bourdelle.

En este enclave del arte, el nivel 2 del museo, hay otras dos terrazas entre salas, donde se exhiben esculturas desde 1880 hasta 1900. Mencionaré algunas dignas de detenerse para apreciarlas y conocerlas. 

El David de bronce, creado en 1871 por Antonin Mercié, inspirado por el David de Donatello, retrata a un joven delgado cuya fortaleza está en su semblante sereno, determinación y juicio, y no en su musculatura. David luego de abatir a Goliat, lo ha degollado de un tajo y enfunda su espada serenamente; victorioso, posa el pie sobre la cabeza del gigante.

Esta escultura trae a mi recuerdo una ocasión, en 1997, cuando yo vivía en la Ciudad Luz; coincidí en un viaje con mi maestro y amigo, el pintor Raúl Anguiano. Fuimos al Musée d’Orsay y pasamos un día completo dibujando las esculturas francesas mientras afuera caía una lluvia torrencial. El bronce del David de Mercié fue el que más disfruté dibujar por sus distintos ángulos de apreciación.

Otra escultura que a veces pasa desapercibida, pero que me resulta maravillosa, es el arcángel san Miguel, Saint Michel et le Dragon, creada por Emmanuel Fremiet en un estilo neogótico. Como dato adicional, si caminas en el exterior del Jardín de las Tullerías, en la esquina de la rue des Pyramides con la rue de Rivoli, frente al semáforo vas a encontrar esa maravillosa estatua ecuestre dorada dedicada a Juana de Arco, también de Fremiet. Pues bien, gracias al reconocimiento profesional obtenido por su dorada Jeanne D’Arc, el escultor recibió el encargo en 1894 de crear un san Miguel para ser colocado en la parte más elevada de la abadía del Mont Saint Michel, en Normandía. Desde entonces, allá en los cielos normandos, en todo lo alto del majestuoso templo y el sagrado monte de roca, en los días despejados se puede ver la silueta de esta ligera estatua alada, que corona la aguja de la torre central de la abadía. Está a 170 metros sobre el nivel del mar, por lo que, si tienes pánico a las alturas, es mejor conocer cómodamente este san Miguel en la planta 2, del lado del Sena, en nuestro museo favorito: el d’Orsay.

Necesitaría muchas páginas más para seguir comentando las esculturas que allí entretejen sus historias. Por ahora, deseo que estas letras siembren tu curiosidad para que la próxima ocasión que visites este joven museo, prestes mayor atención a las esculturas de carne de mármol y bronce, con sus cuerpos que nunca envejecen. +

Libros recomendados

¿Olvidar a Rodin? Escultura en París 1905-1914, de Musée d’Orsay

Rodin. Precursor de la escultura moderna, de Paz García Ponce de León

Auguste Rodin: cartas al maestro, de Rainer Maria Rilke

Carpeaux, la fiévre créatrice, Laure de Margerie 

19th century sculpture, de H.W Janson

The Musée d’Orsay, de Alexandra Bonfante-Warren 

Escultura, de Victoria Charles

El arte en la historia, de Martin Kemp