
Islas que sienten

La hora azul (Planeta, 2024), la nueva novela de Paula Hawkins, nos transporta a una isla escocesa envuelta en niebla, silencio y misterio. El hallazgo de un hueso humano escondido dentro de una escultura de la artista fallecida Vanessa Chapman despierta preguntas dormidas y vuelve a abrir la herida de una desaparición sin resolver: la de su esposo, Julian. La trama se mueve con el ritmo de un thriller, pero lo que la sostiene en lo más profundo es su dimensión psicológica. Ésta no es sólo una historia sobre descubrir qué pasó, sino también sobre intentar entender lo que sentimos cuando no sabemos cómo seguir adelante.
Más que el mero escenario de la novela, la isla de Eris, a la que únicamente se puede acceder cuando la marea lo permite, es una metáfora constante del mundo interior de los personajes. Cuando la marea baja, se puede llegar; cuando sube, todo queda aislado. Lo mismo ocurre con quienes habitan esta historia. A veces logramos cercarnos a lo que piensan, a lo que sienten, a las raíces de su dolor. Pero otras ese acceso se corta, como si algo dentro de ellos subiera de golpe y los dejara completamente solos, encerrados, incomunicados incluso de sí mismos.
La novela entera parece escrita desde esa lógica de la marea emocional. Hay momentos de apertura, de comprensión, de conexión. Y luego, sin aviso, llega el repliegue. Los personajes se cierran, se ocultan, se confunden. Lo mismo sucede con la historia: cuando pensamos que lo sabemos todo, la marea sube y nos cierra el paso. Hawkins no nos entrega sus conflictos en bandeja. Tenemos que leer entre líneas, prestar atención a lo que no se dice. La psicología en La hora azul no es explícita ni clínica. Está en los silencios, en las reacciones desmedidas, en los detalles ínfimos que revelan más que cualquier confesión.
Aunque los personajes están conectados por la trama, por los vínculos familiares o afectivos, cada uno de ellos se vive como una isla solitaria. La novela muestra con sutileza cómo el trauma, la pérdida y la culpa pueden aislarnos incluso de las personas que más queremos. Hay un sufrimiento íntimo que se resguarda con fuerza, como si ponerlo en palabras fuera una amenaza más que un alivio. Y ésa es quizás una de las verdades más profundas que trabaja la autora en esta historia: que a veces el dolor no se expresa, se arrastra. Se esconde detrás del carácter, de las decisiones, del silencio.
Vanessa Chapman, la artista en el centro del misterio, es también el corazón emocional de la novela. Su figura encarna muchas de las tensiones psicológicas que atraviesan la historia: la lucha entre la expresión y el encierro, entre el deseo de ser vista y el miedo a ser malinterpretada. Hawkins escribió incluso un diario ficticio para ella durante el proceso creativo, buscando entender no sólo su vida, sino su mundo emocional, sus contradicciones, su forma de mirar. Vanessa no es una figura decorativa. Es una mujer llena de matices, atravesada por su arte, por su historia, por una soledad que no siempre encuentra salida.
El título, La hora azul, hace referencia a ese momento del día posterior a la puesta del sol en el que la luz se vuelve incierta. Todo parece ligeramente borroso, como si el mundo no estuviera del todo definido, lo cual alude a la condición emocional en la que viven los personajes. Quieren ver con claridad, quieren entender, pero la realidad se les presenta turbia, ambigua, difícil de sostener. En la novela, esa incertidumbre forma parte del ambiente y, a la vez, como estado psicológico. Es la hora azul en la mente. Esa franja ambigua donde lo que creemos ver puede ser otra cosa, donde los recuerdos se mezclan con deseos, donde el amor convive con la desconfianza y el pasado sigue latiendo en el presente.
Hawkins no fuerza las respuestas. Deja que las emociones respiren. Que los personajes se contradigan. Que el lector se acerque y se retire, como hace el mar en la orilla. Ésta es una historia que entiende que lo psicológico trata de explicar comportamientos, pero, sobre todo, de habitarlos. De aceptar que a veces no entendemos lo que sentimos, pero igual seguimos. Y que en muchas ocasiones si hay algo más difícil que resolver un misterio, es mirar con honestidad hacia dentro.
Al terminar la novela, queda una sensación más que una certeza. Como si hubiéramos transitado un terreno brumoso, emocionalmente frágil, en el que el mayor descubrimiento no fuera un dato oculto, sino la posibilidad de ver con más humanidad aquello que antes parecía lejano. Porque algunas personas, como algunas islas, sólo se dejan conocer cuando la marea baja. Incluso entonces, hay partes de ellas que prefieren quedarse bajo el agua.+