
“El cielo de la selva” de Elaine Vilar Madruga: una herida abierta que respira entre raíces y sacrificios

Nombrado como libro del mes en Librerías Gandhi, este canto oscuro y resplandeciente editado por Elefanta Editorial es mucho más que una novela: es un conjuro, una elegía por los cuerpos silenciados, una selva viva que nos devora con belleza y con rabia.
Una selva que exige sangre
En el corazón de la historia late una hacienda devorada por la vegetación, una selva que no es sólo paisaje, sino dios hambriento. Las mujeres están condenadas a parir, no por deseo, sino por mandato; sus hijos son alimento, ofrenda para calmar una furia que nunca se sacia. Aquí, el miedo no viene de lo sobrenatural, sino de lo profundamente humano: la violencia heredada, los cuerpos que no se poseen a sí mismos, la maternidad impuesta como destino.
La narrativa se despliega como una ceremonia ancestral: coral, fragmentaria, múltiple. Voces que se cruzan, tiempos que se pliegan, heridas que se abren. Todo en esta novela parece hablar con ecos de otro tiempo, pero con urgencia del presente.
Una autora que escribe con cicatrices
Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989) ha hecho de la escritura un ejercicio de exorcismo y memoria. Poeta, narradora, dramaturga, ha publicado más de 50 obras, y cada una de ellas es un territorio donde confluyen el mito, el dolor, el deseo y la insurrección. Su prosa está marcada por una sensibilidad feroz, por una imaginería que no teme a lo abyecto ni a lo sublime.
En El cielo de la selva, la autora nos entrega una novela donde el cuerpo es paisaje, prisión y altar. Una escritura que sangra y florece, que interpela al lector y lo deja sin escapatoria.
El libro del mes que arde lento
No es casual que Librerías Gandhi haya elegido esta novela como su libro del mes: pocas obras recientes poseen tanta fuerza poética, tanta densidad simbólica, tanto filo. Es un libro que merece ser leído con pausa, con asombro, con respeto. Como quien se adentra en una selva sabiendo que no saldrá ileso.
Este junio, déjate alcanzar por esta historia que duele, que canta y que transforma. Porque hay libros que no se olvidan: se quedan vibrando en lo más hondo, como un tambor que no deja de sonar.