Entrevista a Rafael Pérez Gay. Todo lo de cristal y el libro de la memoria

Entrevista a Rafael Pérez Gay. Todo lo de cristal y el libro de la memoria

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José Luis Trueba Lara

Todo lo de cristal cuenta algunos de los veintidós cambios de domicilio en los que acompañé a mi familia y fueron parte de la educación sentimental del niño que fui en aquellos años. En esos días, cuando mi madre llegaba con las cajas de cartón —porque en la casa no había cofres, joyas ni embalajes, porque tampoco había dinero— todos comenzábamos a preparar la huida: éramos los reyes de la mudanza. Ahora nos ven y, un instante después, ya no nos ven. Mis hermanas con un profesionalismo envidiable recogían lo que estaba en los clósets y movían los muebles que esperaban los cargadores. Y al menor de la familia, o sea el que está hablando en este momento, le decían: “Vas a envolver todo lo de cristal”. Y yo lo hacía con lo único que siempre sobraba en la casa: los periódicos. Los cuales son artefactos de los que nunca podría desligarme. Ahí es donde comienza esta historia.

Todo lo de cristal es una memoria personal y colectiva que intenta resonar en la memoria de los lectores, pero también un libro de iniciación. Por eso, al final de algunos capítulos, se afirma: “Así aprendí sobre la culpa”, “así aprendí sobre la lealtad”, “así aprendí sobre el sexo”, “así aprendí sobre la mentira”, “así escuché la palabra gravedad por primera vez en la casa”. Se trata de un libro de recuerdos que tienen que ver con la iniciación y la formación del carácter.

Hasta aquí, todo parecería simple, absolutamente sencillo; sin embargo, al tener en mis manos el libro me asaltan las dudas: ¿lo que recuerdo y escribí es verdad o estoy inventando? Debido a esto, Todo lo de cristal también tiene una dimensión psicoanalítica. Consiste en un viaje al interior que se convierte en una especie de autoanálisis salvaje. ¿Cómo fue que me convertí en esto hoy? Ésa es la cuestión fundamental del libro.

El libro responde a las preguntas de identidad. Mientras escribía Todo lo de cristal, mi hija me ayudó a enfrentar muchos de sus dilemas. Le dije que estaba trabajando en un libro sobre la memoria y mis recuerdos, pero que no necesariamente tenía que ser un libro de recuerdos. Quería que fuera mucho más amplio, que se internara en el país, en los sueños del niño que fui. Ella me acercó a los trabajos de un neurocientífico colombiano, y en esas páginas descubrí que la memoria no necesariamente miente: ella recrea, restaura y es absolutamente creativa. Éste es un asunto en el que había pensado varias veces: ¿escribo ficción o no escribo ficción? Pero hubo una momento en el que empecé a sentirme cómodo: ocurrió cuando derribé el muro que separa el periodismo de la literatura y comencé a escribir muy cómodamente.

La ciudad que se revela en Todo lo de cristal no representa un mundo idílico. La Ciudad de México era dura, difícil, había que cuidarse muchísimo o podías tener problemas muy serios. Sin embargo, en esa época, los parques eran de los niños. Había una ciudad muy poderosa, muy viva, una ciudad de calles por descubrir, de calles misteriosas que te invitaban a recorrerlas; pero eso ya se terminó en muchos sentidos, terminó con violencia, terminó porque la ciudad se convirtió en un suburbio del infierno.

Por esta razón, si los jóvenes se acercan a Todo lo de cristal, lo podrían abordar como una historia de la Ciudad de México o la historia de una familia trashumante que iba de una casa rentada a otra. Por eso escribí sus páginas sintiendo los vientos de lo que estaba pasando. Por eso aparecen Díaz Ordaz y Uruchurtu, el regente del hierro que de muchas maneras transformó la ciudad: él la iluminó y construyó la Merced, pero tenía una rara obsesión por la noche; cerró los cabarets y, sospechosamente, odiaba la prostitución. Cuando ves que alguien odia demasiado algo, hay que preguntarse si no será que en el fondo le atrae demasiado.

En Todo lo de cristal, el 68 se mira desde la memoria del niño que fui. Recuerdo a mi padre en esos días, muy tembloroso, llegando a la casa y preguntando por mi hermana, que era una militante muy seria. Vivíamos en el bulevar Miguel de Cervantes, donde es Slim City, pero que antes de mutar era una zona popular. Mi papá ya sabía lo que había pasado en Tlatelolco: en ese momento estaba en uno de los puentes y a su lado se encontraba un hombre con un pañuelo blanco. “Vámonos compañeros, que viene el ejército”, les dijo a los que estaban cerca. Mi papá vio llegar a las tropas sabiendo que su hija estaba en la plaza. Por suerte para todos, mi hermana llegó después. Estaba triste, muy triste, completamente desesperada. 

Sin embargo, para mí, el 68 era más cercano a Fallaste corazón, la gran telenovela en la que Cuco Sánchez actuaba junto a Sonia Furió y Lupita Lara, que hacía el papel de una ciega. Todo lo de cristal es la mezcla de todo eso: un recuerdo personal y colectivo en el cual se entretejen las palabras que nunca faltaban en la mesa: el Excélsior de Rodrigo del Llano y de Julio Scherer y, al lado, su gran oponente, El Heraldo de México, que tenía una sección deportiva impresa a todo color. Ese pasado, junto con la única nevada y la pasta para hacer globos, con las mudanzas incesantes y el descubrimiento de la ciudad es una parte de la trama y la urdimbre de mi nuevo libro. +