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Guillermo Arriaga y la fundación de una nación a través del relato

Guillermo Arriaga y la fundación de una nación a través del relato

Guillermo Arriaga regresa con una novela que no solo reafirma su lugar entre los narradores fundamentales de la literatura contemporánea, sino que amplía su ambición narrativa hacia una región clave en la historia del continente. En El Hombre, su más reciente obra publicada por Alfaguara, el autor mexicano lleva al lector al sur de Estados Unidos del siglo XIX, en una historia coral que atraviesa las fracturas fundacionales del país vecino y expone, sin concesiones, las raíces de su identidad violenta y compleja.

Conocido por novelas como El Salvaje o Salvar el fuego —esta última ganadora del Premio Alfaguara en 2020— y por escribir guiones como los de Amores Perros y 21 Gramos, Arriaga ha construido un universo narrativo visceral, donde la violencia no es adorno ni pretexto, sino detonante de conciencia. En esta nueva novela, esa crudeza adquiere una dimensión épica. El Hombre sigue los pasos de Henry Lloyd, un personaje magnético y brutal que levanta un imperio personal en medio del caos histórico, y de Jack Barley, un niño fugitivo que, tras matar en defensa propia y asesinar a su familia, se convierte en la amenaza silenciosa que acecha todo lo que Lloyd construye.

Ambas vidas avanzan en paralelo, se rozan, se esquivan, hasta encontrarse. En ese cruce hay una tensión narrativa que sostiene la novela, pero también múltiples voces que enriquecen el relato. Está James, arrancado de su aldea en África y vendido como esclavo; Jeremiah, un hombre negro que se rehúsa a hablar la lengua de los amos; Virginia, heredera de una plantación en Alabama, cuya historia de amor con Lloyd se quiebra desde el dolor; y Rodrigo, un joven mexicano que presencia cómo la frontera se vuelve un territorio en disputa. La novela no se conforma con seguir una línea, sino que dibuja un mapa humano y político de casi dos siglos, con personajes que cargan consigo las marcas del tiempo y del poder.

Como en sus mejores obras, Arriaga evita la edulcoración. Su mirada es incómoda, frontal, profundamente empática. El Hombre no busca romantizar el pasado, sino exponer su violencia estructural, su herencia silenciada, su eco en el presente. Con un ritmo narrativo que alterna la tensión con la introspección, la novela se adentra en temas como la esclavitud, las guerras fronterizas, la construcción del capitalismo, la propiedad, la traición y la memoria.

Arriaga, cuya obra ha sido traducida a veintidós idiomas y que ha ganado premios tanto en literatura como en cine, no escribe para complacer. Es un autor que incomoda, que remueve, que obliga a mirar. El Hombre es una de sus novelas más ambiciosas y más logradas. No solo por la amplitud de su estructura, sino por su capacidad de narrar desde las fisuras. Porque allí donde las historias oficiales levantan monumentos, Arriaga abre grietas. Y en esas grietas, se cuelan las voces que usualmente quedan fuera del relato: los desplazados, los esclavizados, los exiliados, los que heredan una historia sin haberla elegido.

Esta novela no es solo una lectura intensa. Es también una reflexión sobre cómo se construyen los imperios y a qué costo. Sobre lo que significa el poder cuando se escribe con sangre. Y sobre la posibilidad, siempre frágil, de redención. Con El Hombre, Guillermo Arriaga no solo cuenta una historia. Nos entrega una genealogía feroz de lo que somos, de lo que olvidamos y de lo que aún estamos a tiempo de entender.