El club de los ambivertidos
El mundo actual es extrovertido, estridente y saturado. El ruido externo con sus múltiples estimulantes, sensaciones y su exceso de información ⎯concepto creado en los setenta por el sociólogo Alvin Toffler en El shock del futuro, donde profetiza cómo la aceleración del cambio tecnológico de la sociedad postindustrial ocasionará desorientación y estrés en las personas⎯, tiene su eco en nuestro interior: desde resonancias, como la rumia mental y las preocupaciones constantes, hasta estrépitos, como los trastornos depresivos y ansiosos. Sin embargo, a nadie le sorprende que esta exigencia por la inmediatez reclame también seres humanos más volcados hacia afuera, denominados por Jung extrovertidos. Así, en esta sociedad de consumo, regida por los mandatos de la posesión, la velocidad y la apariencia, se cree que las personalidades extrovertidas tienen más éxito social, profesional y económico, incluso. Por décadas, la cultura pop se ha encargado de reafirmar esta idea ilusa con la proliferación de personajes como los superhéroes, máximos ejemplos de la dualidad humana, sin explorar demasiado la tensión que conlleva. Mientras que obras como la novela de finales de los noventa El club de la pelea, de Chuck Palahniuk ―que más tarde se convertiría en la película de culto de David Fincher― van un paso más allá y nos demuestra que los extrovertidos y el lado excéntrico que todos llevamos dentro pueden ser también antipáticos, insufribles e impertinentes.
Escrita con un afán perturbador, pues Palahniuk trabajó en ella como respuesta rebelde a un rechazo previo de su editor, para su sorpresa, El club de la pelea sí inspiró deseos de publicación y luego recibió buenas críticas: los premios a mejor novela Oregon Book y el de la Pacific Northwest Booksellers Association, además de la adaptación cinematográfica antes mencionada que, a su vez, fue nominada al Oscar, y que protagonizaron Edward Norton y Brad Pitt. Pero su nacimiento creativo anunció el carácter turbulento de la trama y, sobre todo, la lucha entre sus dos personajes centrales: un narrador, al inicio sin nombre ⎯notemos que el hecho de que no sea nombrado ya es una metáfora de su obliteración por sobre su otro yo extrovertido⎯, y Tyler Durden, su alter ego. El primero, de carácter introvertido y desilusionado, con el “instinto aninador” de consumismo que ha tomado su vida, se encuentra con o, más bien, ―si ya hemos leído el libro o visto la película― imagina al segundo, un guapo, fuerte, carismático y subversivo extrovertido. Un desdoblamiento psicológico más que propio de los trastornos de personalidad, que enfatiza la poca confianza que la sociedad pone en los introvertidos, al grado de que necesiten convertirse en alguien más. Por ello, no es de extrañarse que la sección de autoayuda de las librerías esté plagada de manuales sobre “cómo dejar de ser introvertido” o cómo “sacar a tu extrovertido interior” (el oxímoron) o cómo “ser más extrovertido” y “ser exitoso, hablar en público, conquistar mujeres”… ustedes escojan. Porque, a los ojos de la sociedad, los extrovertidos suelen alcanzar más fácilmente el éxito.
Esta idea es reforzada mediante las figuras de los superhéroes. Pensemos en los conocidos Superman-Clark Kent, Spiderman-Peter Parker, Batman-Bruce Wayne, en los cuales la dualidad extrovertido-introvertido no genera gran tensión, pues los personajes pasan de una personalidad a otra en segundos y sin sufrirlo ⎯o no a grados ontológicos ni existenciales⎯. Pero, insisto, la fortuna y felicidad de los extrovertidos resultan meras falacias. Encontramos un ejemplo de ello en las tensiones o resistencias que experimentan antagonistas o supervillanos de las mismas historias: Hiedra Venenosa, Gatúbela, Amenaza, entre otras ⎯también es de notar que la mayoría sean personajes femeninos⎯, a quienes los poderes, en su mayoría relacionados con la seducción y que adquieren a través de su alter ego extrovertido y malvado, no les resultan tan naturales, y de ahí sus alteraciones psicológicas. En este sentido, los falsos extrovertidos o los extrovertidos por necesidad, que son aquellos introvertidos que por presiones sociales se ven forzados a interactuar con carisma y a salir de sí mismos en un ir y venir, viven sus interacciones con agotamiento y ofuscación la mayoría de las veces. Aunque Jung ya bien decía que nadie es enteramente extrovertido ni introvertido, todos, aun con tendencia a alguno de los polos, navegamos entre ambas personalidades para sobrevivir la tormenta del mundo social.
A diferencia de Marvel, al estilo de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson ―un clásico donde se explora el trastorno disociativo de la personalidad―, la novela de Palahniuk sí explora la tensión entre la dualidad del alter ego y, sobre todo, hace ver que el extrovertido, en el que a veces los introvertidos desean convertirse, no es el prototipo de prosperidad y dicha. En El club de la pelea, Tyler representa también un nihilista abusivo y, por supuesto, despiadado. Como muchos extrovertidos que, sin plena conciencia de ello, ocupan mucho espacio ―al grado de que quienes lo rodean deben empequeñecerse, como Marla Singer, el personaje femenino del filme, o, en el caso del narrador, hacerse a un lado hasta desaparecer―, el sexy Tyler es una figura que perturba e incomoda. Con ejemplos menos severos, todos nos hemos topado en reuniones o fiestas con extrovertidos que buscan ser el centro de atención, a tal grado de ridiculizarse o hartar al resto de los invitados.
Sin embargo, usualmente los introvertidos terminan puestos en el centro de la diana: se les califica prejuiciosamente de antisociales, antipáticos, ermitaños, poco comunicativos y expresivos, y se les exige cambiar, volcarse hacia el exterior, sin saber, claro, la vastedad de sus cualidades. Una de las máximas autoridades en el tema de la introversión, la doctora en psicología Marti Olsen Laney, en La ventaja introvertida: cómo la gente tranquila puede prosperar en un mundo extrovertido, afirma: “Los introvertidos tienen la capacidad de enfocarse profundamente, pensar críticamente y prosperar en la soledad, lo que los convierte en valiosos contribuyentes en diversos campos”. Y otras autoras, como las escritoras Holley Gerth y Susan Cain, y la educadora y periodista Jenn Granneman, se han sumado con sus propias contribuciones a tesis similares. Por desgracia, estos análisis resultan más o menos recientes porque, si bien, los introvertidos sí han estado por años asociados con la imagen del nerd, en el mismo estereotipo todavía conviven las descripciones ⎯basta ver las definiciones de los diccionarios de Cambridge y Oxford⎯ de “persona con alto nivel intelectual”, pero “pocas habilidades para la socialización” o “una persona que no es atractiva y es incómoda o socialmente vergonzosa”.
En ciertos contextos, no obstante, el término nerd se ha vuelto sinónimo de éxito. Figuras como Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckerberg ⎯en resumen, el clan Silicon Valley⎯, y los vinculados con el mundo del cine, George Lucas y Stan Lee, representan algunas breves muestras. Todos ellos, introvertidos declarados, y tal vez algunas de las razones por las que el mundo comienza a ver a los que prefieren la soledad sobre el bullicio con buenos ojos. La propia doctora Laney, en una entrevista con el doctor John Sheehan, de la Fundación Mensa para la Educación y la Investigación, dijo que “mientras la población está constituida por 75 por ciento de extrovertidos y 25 por ciento de introvertidos, con los miembros de Mensa ocurre casi lo opuesto: aproximadamente 65 por ciento son introvertidos y 35 por ciento, extrovertidos”. Quienes han tomado el trofeo de los perdedores son los denominados geeks, calificados como personas fascinadas con la tecnología, los videojuegos, los cómics y las películas de culto ⎯una de ellas, tema de este texto, por cierto⎯. En la comedia de situación televisiva The Big Bang Theory, los cuatro personajes masculinos caen en dicha categoría: todos científicos destacados de Caltech, pero con evidentes dificultades para relacionarse con personas fuera de su entorno, en particular con las mujeres. En resumen, unos “raritos” desadaptados. Por desgracia, paradójicamente, para el imaginario social, nerd o geek muchas veces representan dos caras de una misma moneda: los introvertidos, pues la primera acepción del término introversión para la Real Academia Española ⎯volvamos a las definiciones de diccionario⎯ es la de “condición de la persona que se distingue por su inclinación hacia el mundo interior, por la dificultad para las relaciones sociales y por su carácter reservado”.
Ahora bien, si regresamos a la novela de Palahniuk, el narrador sin nombre es un hombre económicamente consumado y sin preocupaciones financieras, dueño de su propio departamento y que trabaja para un fabricante de automóviles, mientras que Tyler es un artista de playa que tiene varios empleos nocturnos mal remunerados y que provoca problemas en todas las compañías para las que colabora. El primero, sin embargo, detesta su trabajo y la vida que lleva, sufre de insomnio y anhela la libertad social, mientras que el segundo es un primitivo loco magnético que vive sin miedo a las consecuencias. Ante dos personalidades opuestas, más allá de la crítica a la sociedad de consumo y al capitalismo ―tema central de la obra―, el retrato del protagonista desdoblado es un ejemplo de dos de las instancias de nuestro aparato anímico freudiano: el superyó y el ello, sin un yo intermediario. Lo curioso es que la sociedad, la misma que premia a los extrovertidos y señala a los introvertidos, tiende a suprimir las pulsiones y deseos ―lo inconsciente― y fomenta la instancia moral y enjuiciadora: el deber ser. En concordancia con esto, ni el narrador ni Tyler cumplen, al fin, las inalcanzables expectativas sociales.
El mundo es, en efecto, extrovertido, pero a veces demasiado políticamente correcto como para soportar a sus representantes, a quienes, si resultan fastidiosos o, peor aún, subversivos, se les reprime. Es decir, al igual que los introvertidos, los extrovertidos tampoco son los mejores adaptados. De ahí que ambos, extrovertidos e introvertidos, reciban constantes exigencias contradictorias: a los primeros, se les demanda ser más sociables como los segundos, y a los segundos, cuando se exceden, se les pide ser más mesurados como los primeros. Tal vez aquí los únicos que satisfacen las demandas sean los ambivertidos, de quienes nadie habla y cuyo concepto no lo acuñó ninguno de los multicitados Jung ni Freud, sino de Edmund S. Conklin, un psicólogo estadounidense que en 1923 lo empleó para describir a aquellos que se encuentran en el punto medio, entre los extrovertidos y los introvertidos. Los únicos que, con toda certeza, cumplen la primera y segunda regla del Club de la Pelea: “Nadie habla del Club de la Pelea”, pues en ellos no hay pugna interna que se libre.+