Un hasta pronto surrealista
I
Hasta pronto, Centro Nacional de Arte y Cultura “Georges Pompidou”, de París, á bientôt! Será hasta 2030 que volveremos a disfrutar de las exposiciones, la mediateca, los conciertos, el teatro y de todas las instalaciones de este museo, ya que muy pronto cerrará las puertas a su público habitual y a los miles de turistas que lo visitan. Desde 2023, la interrupción del servicio estaba planeada, pues daría inicio a la rehabilitación técnica y estética del espacio ―basta mencionar que las regulaciones urbanas de seguridad se han modificado considerablemente desde 1977―. El plan de obras se programa para cinco años. Por este motivo, haber visitado el Centro Pompidou el septiembre pasado fue para mí una oportunidad dorada.
Si ya conoces este raro edificio, estarás de acuerdo en que ya empezaba a sentirse old fashioned. Su escalera eléctrica exterior, tan innovadora a finales de los setenta, resulta opaca ahora. Ésta se encuentra insertada en un tubo serpenteante y transparente, que muchos turistas usan solamente para subir y observar París, sin prestar atención a la colección de arte moderno que alberga el museo. Después de 1977, cuando el edificio tuvo su última rehabilitación, ya ha corrido mucha agua en el río de la arquitectura internacional: el Pompidou tenía que someterse a una actualización, porque podía quedarse obsoleto.
Éste es el costo de la factura de la arquitectura “moderna”, que envejece sin elegancia ni mucho menos buena tecnología. A veces, lo que representa vanguardia en una época envejece a grandes pasos. Aquello que en su momento fue criticado por romper paradigmas, hoy forma parte de una moda pasajera, como los automóviles, los teléfonos, el fax… Nada como el gran arte y la arquitectura clásicos.
Tanto para arquitectura como para literatura, me atrevo a citar al escritor Italo Calvino en su libro Por qué leer los clásicos, en su prólogo, punto 14: “Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone”. El Georges Pompidou, por más moderno que fuera, no se iba a transformar jamás en un clásico. Se impuso en su época, pero nunca lo logró tanto como la Gare de Orsay o el Grand Palais, hablando de museos en París.
Sin embargo, el Georges Pompidou representó un maravilloso proyecto, diseñado por un par de arquitectos jóvenes a mediados de los setenta: Richard Rogers y Renzo Piano ―inglés el primero e italiano el segundo―, que rompieron con todo. Obtuvieron el contrato con el gobierno francés al ganar el concurso por encima de 650 proyectos provenientes de despachos de arquitectura mundiales.
Este par de arquitectos, como si fueran modernos Astérix y Obélix hippies, lograron sobresalir con una ambiciosa idea: obtuvieron el encargo de realizar el edificio para museo más moderno que jamás se haya realizado. Les llovieron críticas y demandas, pero sobrevivieron, y en los terrenos parisinos, donde alguna vez estuvo un gran mercado de abastos, se levantó esa especie de escenografía sci-fi, que en su tiempo fue llamada high tech architecture. A mí me evocaba los escenarios de la serie televisiva de ciencia ficción Space 1999.
Cuando uno ve por primera vez el Pompidou, el asombro es inmediato. Este edificio exhibe por fuera todas y cada una de sus tripas técnicas: sus conductos de ventilación tráquea, de agua intestinos, y de electricidad. Las venas están expuestas deliberadamente. Cada tubería, con su color respectivo relacionado con el servicio que presta. Todo esto, avant- garde en su momento, fue satanizado por un sinfín de críticos cuando se inauguró. Chocante era la palabra para definirlo, según muchos parisinos.
Pero el Centro Pompidou también causó emociones en artistas trascendentales, como en el caso del compositor griego Vangelis (Evangelos Odisseas Papathanassiou), quien se inspiró en este edificio para crear una obra musical basada en la experimentación electrónica. Un lp raro, lanzado por la RCA en 1978, titulado simplemente Beaubourg, porque en esos días llamaban coloquialmente de esta manera al Centro Nacional de Arte y Cultura “Georges Pompidou”. El gran Vangelis lo vio nacer: su apartamento quedaba muy cerca, y quedó maravillado con el gran museo moderno de París. En una entrevista, Vangelis declaró que con su disco buscaba hacer algo “realmente anticomercial”, y que quería mostrar el mismo coraje creativo que lograron Rogers y Piano. Como les sucedió a los arquitectos, el trabajo musical de Vangelis fue incomprendido en su tiempo.
Después de este recorrido de palabras por el museo, entenderán por qué haber podido disfrutarlo aún abierto este 2024 ha sido maravilloso, gracias a que se decidió que permaneciera así para los Juegos Olímpicos. Y la exposición elegida no pudo ser mejor: Surréalisme 1924 L’exposition du Centenaire. Y, en este punto de mi historia, abordaré este apasionante tema.
II
Septiembre de 2024. La generosa vida me regresa a la Ciudad Luz, justamente para inaugurar otra exposición con mis esculturas en la alcaldía del Distrito 6 de París. El día 5 vuelo desde México con mi familia. Apenas un día después de que se abra al público la gran exposición, que durará hasta el 13 de enero de 2025.
Es el centenario del surrealismo. Diría yo del movimiento surrealista, pero en estos tiempos de internet, de inteligencia artificial, decir movimiento ya no tiene peso. Hoy, cuando todo es inmediato, cualquier sujeto advenedizo puede causar “tendencia”. Pero gracias a la historia del arte aún podemos ponderar esto, y gracias a una inmensa exposición que reúne obras pictóricas, escultóricas, fotográficas y literarias en un mismo lugar, es posible dimensionar lo fabuloso que fue para la humanidad ese momento en el que un grupo de artistas rompió con lo establecido, pero sin manifestaciones estúpidas como arrojar sopa o pintura a un cuadro o untarse pegamento y adherirse al asfalto de una transitada calle, sino a través de la mente, del pensamiento, de la introspección, de la psicología, de los sueños, del erotismo y de las palabras que causaban imágenes, algunas de las cuales llegaron a ser cine filosófico.
Estar frente al Pompidou en sí ya es un viaje a través del tiempo. Haces fila y subes por el tubo transparente de las escaleras. Observo París. Los pensamientos se romantizan. Escucho de soundtrack Beaubourg, de Vangelis, y cuando llego a la sala que da inicio al viaje surrealista, el laberinto provoca vértigo.
Penetro directamente en un estrecho pasillo con fotografías en blanco y negro de personajes que hacen gestos. Mujeres y hombres que sólo por sus ropajes delatan que vivieron en tiempos en que imperaban la lana y el algodón. ¿Pero quienes son todas estas personas? Confieso que yo no reconocí más que a Dalí, con sus ojos cerrados y muy jovencito, en contraste con Giorgio de Chirico, con su nariz prominente y la madurez en el gesto. A André Breton, colocándose sus gafas. A René Magritte, que grita. Otros rostros los fui descubriendo mientras la inmersión comenzaba.
Una sala circular que se abre. Alrededor hay pantallas con imágenes diversas y un tanto incomprensibles para los no iniciados y, en el centro, el famosísimo y original Manifiesto del surrealismo. Libros, cuadernos de apuntes originales, escritos a mano, garabateados a mano por André Breton: Secrets de l’art magique surrealiste. Para leer todo con calma requieres tiempo, pero apenas estoy en la primera sala de la megaexposición.
Me recibe, luego de eso, un cuadro del chileno Roberto Matta, Le Poète (Un poète de notre connaissance). Matta fue exiliado siendo un joven en 1937. Necesitaba expresar esa fuerza revolucionaria que sólo el movimiento surrealista le dotaba. Por alguna razón, mi conciencia mexicana, habituada al color y al arte de mi país, me permiten apreciar tantas obras como si “estuviera yo en casa”. Pero, para los estándares estéticos de la Europa de 1924, se trataba de pinturas que saltaban a la vista, que ejercían una fantasía visual y también ―¿por qué no decirlo?― política. Breton viajó a México, paraíso surrealista, pero también país donde entonces vivía Trotski en la búsqueda de las teorías ideológicas que alimentaran su movimiento.
¿Hay que leer mucho sobre los movimientos políticos de ese tiempo para entender el arte surrealista? ¿Para digerirlo? ¿Para disfrutarlo? Yo pienso que no.
Frente a frente al inmenso óleo de Salvador Dalí Rêve causé par le vol d’une abeille autour d’une pomme granade, une seconde avant l éveil, de 1944, los tigres saltan a través del sueño, se precipitan. Es un cuadro conocido, efectivamente, pero verlo en vivo, alrededor de una atmósfera tan extraña, causa una sensación de placer. Como cuando se ve a un viejo conocido, pero ignoras cómo lo conociste.
Hablando de cuadros conocidos, es imposible no mencionar a René Magritte: por aquí hay una de sus obras, por allá otra, provenientes de colecciones del museo de San Francisco o de Chicago, están aquí reunidas entre muchas más. Me sorprende la variedad y cantidad de obras que tantos museos y galerías han prestado para la ocasión al Georges Pompidou.
Ha transcurrido una hora desde que ingresé a la exposición y aún no llego ni a la mitad del recorrido. Es un completo éxtasis encontrarse con obras que tal vez inconscientemente recuerdo por haberlas visto en un libro de arte, en un póster o quizás en un portavasos, como las pinturas de Giorgio de Chirico, prestadas por el Museo de Arte Moderno de Nueva York o la famosísima fotografía de Man Ray Le violon d’ Ingres.
También me emociono con lo que descubro por primera vez: la magnífica obra en conjunto de Max Ernst, quien es un caso aparte, quizás el pintor que más me ha maravillado en esta pléyade de grandísimos maestros de la pintura. De entrada, el cartel y la foto oficial de la exposición es L’Ange du foyer (Le triomphe du surréalisme), pintada en 1937. Me quedo pasmado ante la pintura. Su tamaño es importante: 117 × 149.8 centímetros. Y luego leo en la ficha técnica que no proviene de la colección de ningún museo, sino que es de colección particular. ¿Quién será propietario de esta magnífica obra? ¿La tendrá en su sala? ¿Se sentará en un sillón fastuoso con un buen whisky a verla? ¿Qué pensaría Breton de todo esto?
La exposición es larga, vasta, apabullante. Sigo encontrando pintores que no conocía antes y que me dejan boquiabierto, como la argentina Leonor Fini y su pintura 14 gatos en el bosque. Se me pasa el tiempo adivinado dónde diablos está cada felino. Hay fotografias como para admirarlas una por una durante una semana, pero no hay tiempo para verlas todas. Reconozco algunas y me regocijo; por ejemplo, las de Dora Maar. En algún momento tengo frente a mis ojos la primera impresión original de la revista Minotaure, tantas veces vista en libros y ahora aquí, en su dimensión real. Es un sueño esta exposición. Sin duda irrepetible. O tal vez, cuando se cumpla el bicentenario del surrealismo, se podrán volver a reunir tantas obras importantes.
Y no he mencionado una sola escultura; para eso necesitaría mucho más espacio para escribir, pero creo que lo dejaré pendiente para otra entrega. Al final de la exposición, me complazco de ver obras de Remedios Varo y de Rufino Tamayo, las cuales representan un familiar “hasta pronto, amigo, regresa al nuevo Pompidou dentro de 5 años”. +
Libros recomendados
1.-El Surrealismo. Jacqueline Chénieux–Gendron. Breviarios Fondo de Cultura Económica
2.- El Surrealismo. Walter Benjamin.Edit Casimiro.
3.- Surrealismo. Cathrin Kilngsöhr-Leroy. Edit Taschen.
4.- Porque leer los clásicos. Italo Calvino. Edit TusQuets
5.-Salvador Dalí. Robert Descharnes, Gilles Néret. Edit Taschen.
6.-La vida desaforada de Salvador Dalí. Ian Gibson. Edit. Compactos Anagrama.
7.-Picasso y Dora, una memoria personal. James Lord. Edit. Alba.
8.- Max Ernst and Alchemy. M.E. Warlick. Edit University of Texas press.
9.-Viajes inesperados, El arte y la vida de Remedios Varo. Janet A . Kaplan. Edit Era.
10.-Historia de la Arquitectura, el Siglo XX. Sir Banister Fletcher. Edit Limusa Noriega Editores/Universidad Autónoma Metropolitana
11.-La Sculpture au défi, Surrealisme et matérialisme. Didier Ottinger. Edit L´Echoppe.
12.-René Magritte, newly discover works. Sarah Withfield. Menil/Magritte foundations.