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Entrevista a Jordi Soler: El espacio de lo sagrado

Entrevista a Jordi Soler: El espacio de lo sagrado

17 de agosto de 2021

José Luis Trueba Lara

Delante de mí está el pequeño volumen. Su cubierta se divide en dos bloques, con los colores precisos que le cierran el paso a la duda sobre su contenido; se llama La orilla celeste del agua (Siruela) y fue escrito por Jordi Soler. Recién terminé de leerlo y sus ideas están frescas: “Hemos dejado de observar lo que pasa a nuestro alrededor; sólo tenemos ojos para la realidad filtrada, sesgada, acomodaticia que discurre sin interrupción, como la vida misma, en la pantalla. El cuervo, las nubes, el ojo de agua sólo tienen sentido para el ciudadano occidental si aparecen en la pantalla; la realidad ya no es lo que hay afuera, sino lo que se reconcentra en el iPhone: así se interpreta y se controla con más facilidad”.

Jordi tiene razón: nuestro mundo se reduce a una pantalla, a un espacio finito que nos engaña con la ilusión de lo infinito para anular la posibilidad de la redención. Y, justo por esto, quedo obligado a no discutir una de sus conclusiones: “En el siglo xxi, en la era del individualismo rampante, no puede haber más espacio sagrado que el que funda uno mismo. Hay que inventar un lugar en el que podamos refugiarnos cada día, cinco minutos o varias horas, un sitio al que siempre regresemos (no tiene por qué ser un espacio físico), un deslindamiento en donde sea posible abstraernos del ruido cotidiano y del abismo insondable de la pantalla, una esquina, un recodo, un estado de ánimo sostenido, construido a mansalva, que nos sirva de refugio y de trinchera”.

Miro la pantalla de mi computadora y la reunión en Zoom está por empezar: Jordi está allá, yo acá. Y, aunque un océano nos separa, sus palabras lo atraviesan.

La orilla celeste del agua está inspirado en la idea de la orilla —me dice Jordi—, en el lugar donde Quetzalcóatl se inmoló, y que seguramente es la costa del golfo de México. A partir de esa imagen, pensando qué es esa orilla, descubrí que se trata de la puerta hacia el otro lado, puesto que Quetzalcóatl, en cuanto se prende fuego, se transforma en Venus. Esa orilla es la puerta hacia otra realidad y, a partir de esa certeza, me puse a escribir cuatro ensayos sobre la realidad que está fuera del mapa.

Jordi se detiene un instante y sus palabras me hacen recordar la lectura de sus ensayos: “A los habitantes de la sociedad industrializada de nuestro siglo, criaturas desvalidas que buscan su lugar en el entramado cósmico, nos vendría muy bien adoptar un espacio sagrado, que no sea desde luego ni un templo ni ninguna de las instituciones de la espiritualidad New Age, que son el placebo que matiza el vacío que hay detrás de la pantalla”.

La apuesta por aquello que se encuentra más allá de los mapas y nos puede situar en el entramado cósmico no es una casualidad.

—Los cuatro ensayos —continúa diciéndome Jordi— tienen que ver con Carlos Castaneda, con André Breton, con un montón de músicos… con toda esa realidad que aparentemente no existe, pero que conforma de una manera determinante nuestra vida cotidiana. Pero esto no es todo, otro de los ensayos es mi teoría amorosa, que está basada en la idea platónica del andrógino: el ser redondo que contenía todas las posibilidades en sí mismo. Zeus, que estaba celoso del poderío de aquel ser completo, lo dividió y nos convirtió en hombres y mujeres.

En las cuatro breves piezas que componen este tomo, entramos en el universo más personal de Jordi Soler. A través de sus páginas, escritas desde la orilla celeste del agua, reflexiona sobre la música y el silencio; traza una cartografía del enamoramiento y sus vasos comunicantes; critica la era tecnológica y la pérdida progresiva de los espacios para la introspección y el pensamiento; reivindica el aquí y el ahora; defiende la mirada activa, el diálogo; evoca lecturas, discos, películas, poemas, piezas de la memoria: historias en el mar de historias. La orilla celeste del agua es, en fin, un valiente alegato contra un devastador modus vivendi anclado en las nuevas tecnologías y en la hipervelocidad del siglo xxi; una lúcida reivindicación de la realidad que está fuera de los mapas.

Jordi habla de uno de los mitos platónicos que ocupa un lugar fundamental en El banquete, acerca de los seres esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y dos órganos sexuales —una serie de cualidades que les permitían no necesitar de nadie más que de sí mismos—. Una ilusión que claramente se muestra en los tiempos del individualismo más feroz, el cual no ha sido capaz de resolver el desgarramiento provocado por la furia del Olimpo.

—De esta imagen nace un gran equívoco, que —desde mi punto de vista— fue un poquito inducido por Platón. Parecería que él nos dice que nos pasamos la vida buscando a nuestra mitad perdida. Pero yo pensaba, inspirado en un montón de filósofos y de escritores que llegaron a una conclusión similar, que uno no anda buscando a su igual, a su complemento perfecto, sino a su opuesto complementario. Es decir, en el amor no se trata de hallar a la media naranja, sino a la horma de tu zapato, por decirlo en términos terriblemente prosaicos. A partir de esta idea escribí uno de los capítulos de La orilla celeste del agua, un libro que publica la editorial Siruela en su Biblioteca de Ensayo. Esos libros pequeñitos, en los que Octavio Paz publicó Chuang-tzu.

—Y en los que están El elogio de la sombra de Tanizaki y algunos de los ensayos de Steiner —le comento para compartir el gusto por esos volúmenes—. Esa colección de Siruela es admirable, absolutamente indispensable.

—Bellísima —responde Jordi—. Yo he pasado de ser un admirador de esta colección a ser autor, lo cual me tiene verdaderamente feliz.

En este momento, mientras escribo las palabras de Jordi, me doy cuenta de que debí preguntarle cuál de los tomos de esa colección era su preferido. Tal vez su elección habría coincidido con algunas de las mías: el tomito que me obligó a recorrer las ideas de Plutarco que aún conservamos, las palabras de Ismaíl Kadaré sobre Esquilo, los ensayos de Steiner o el de Bergamín acerca del diablo habían estado en mis listas. Esta ausencia quizá se explica por las ganas de avanzar un poco en sus ideas sobre El banquete.

—Lo que decías sobre el mito platónico lo discutí hace algunos años con un amigo muy querido. Y llegamos a una conclusión parecida: en realidad, el mito de Platón no te condenaba a buscar a “A”, sino justamente a “No A”.

—Precisamente. Sé que lo he dicho en términos muy payasos, pero la idea era justo eso: no era un opuesto, no era un complemento perfecto, sino ese opuesto que te pone en tu lugar. A partir de que terminé de escribir este ensayo, comencé a pensar en el gran fallo que existe en las aplicaciones que siguen los pasos de Tinder. Éstas se basan en una serie de algoritmos que buscan empatar las similitudes entre dos personas. En ese momento yo pensaba: “Todo su fracaso está meditado por escrito en este libro, estas aplicaciones tendrían que funcionar exactamente al revés o, por lo menos, tendrían que tener un algoritmo mucho más complejo que también fuera capaz de buscar las diferencias que hacen que te enamores de una persona”, ¿no?

El recuerdo de mi lectura de La orilla celeste del agua vuelve sin miramientos para obligarme a tomar otro rumbo. En las primeras páginas del libro, Jordi escribió lo siguiente: “Carlos Castaneda nos cuenta, en el primer tomo de su deslumbrante aventura, su experiencia; el brujo yaqui Juan Matus, antes de empezar a instruirlo, lo invita a que encuentre su lugar, su espacio sagrado dentro de una humilde casucha de tablas. El brujo lo deja solo y Castaneda se pone a explorar diversas zonas, rueda de un lado a otro por el suelo, se estira y se acurruca durante horas hasta que, en un momento determinado que recordará el resto de su vida, sabe, sin ninguna duda, que ha encontrado su espacio sagrado”.

La pregunta no se hace esperar:

—Déjame volver a la presencia de Carlos Castaneda y André Breton en tus ensayos. Creo que en ellos la escritura tiene el inmenso poder de crear una realidad más allá de lo que todos los días se muestra delante de nuestros sentidos, y tal vez no sea exagerado pensar que ellos nos inventaron y nosotros sólo somos los personajes que podemos llegar a vivir en los mundos que crearon. La realidad aparte de Castaneda y el surrealismo de Breton podrían ser esto.

—Efectivamente, ésa es la realidad fuera de los mapas de la que hablo en La orilla celeste del agua. No hay duda de que sus páginas se nutren de Castaneda y Breton. De Breton, por el empeño que tenía en el hallazgo. La mayor parte de su obra, de hecho todo el movimiento surrealista, está basada en una actitud definitiva: el hallazgo, la búsqueda de lo que puedes encontrar. Es algo parecido a lo que te ocurre cuando entras a una librería y un ejemplar insospechado se muestra delante de ti; es algo casi idéntico a lo que te sucede cuando caminas por el bosque y la naturaleza te revela algo que no esperabas. Yo mismo, cuando escribo una novela, siempre estoy esperando el hallazgo; y Carlos Castaneda nos enseña el acecho, que es fundamental para lograrlo. Efectivamente, Castaneda muestra que don Juan Matus es la persona que tiene el poder de acechar el hallazgo. Por estas fascinaciones empecé a ensayar sobre estos dos personajes que nos han enseñado a mirar la realidad de una manera especial.

Una manera tan especial que está más allá de lo que vemos y de lo que está en los mapas que trazan tierras y rutas precisas. Leer La orilla celeste del agua representa la posibilidad de encontrar lo que está más allá: el espacio sagrado del que habla Jordi Soler y que, tal vez, nos ofrezca la posibilidad de la redención. +