Blonde, la Marilyn de Oates y Dominik
28 de septiembre 2022.
Por Irma Gallo
Menuda tarea en la que se embarcó el director australiano Andrew Dominik: adaptar al cine el novelón —por calidad pero también por extensión: en la edición de 2012 de Alfaguara tiene 933 páginas— de Joyce Carol Oates, Blonde.
La buena noticia es que salió bastante bien librado. No sólo porque el acierto de elegir a Ana de Armas como Marilyn Monroe, sino porque su película de 2 horas 46 minutos le hace justicia a la novela de Joyce Carol Oates, eterna candidata al Nobel —y una de mis favoritas—.
Apenas ayer escribí aquí que lo que me interesa de una adaptación cinematográfica es su grado de fidelidad con el espíritu del libro —no con la anécdota— en que se basa, y Blonde cumple esa condición. Ignoro cuántos años de investigación le habrá tomado a Joyce Carol Oates su trabajo, pero lo que sí sé es que utilizó y recreó diarios íntimos, poemas y testimonios de Marilyn Monroe para contar la historia de la actriz pero sobre todo para ofrecer al lector una exploración de su atribulado mundo interno. Y Dominik no traiciona la intención de Oates: los largos soliloquios de Marilyn, en su película, sus visiones del pasado y sueños recurrentes muestran al espectador que esta mujer era mucho más que una cara bonita y un cuerpo sexy.
Ana de Armas encarna con ternura, sutileza y paradójicamente una fuerza brutal, sin caer jamás en la caricatura ni en el melodrama, a la mujer que se resistía a seguir siendo tratada como una rubia tonta que sólo servía como objeto sexual. La pérdida de dos embarazos, la enfermedad mental de la madre, el abandono del padre y la consiguiente búsqueda de la figura paterna en todos los hombres con los que se relacionó —a los cuales llamaba daddy—, dejaron una marca indeleble en Norma Jeane Baker, que tanto Joyce Carol Oates como Andrew Dominik supieron reconstruir con toda su complejidad. Y Ana de Armas poner el cuerpo —nunca mejor dicho— y el cerebro, el corazón, las vísceras, para traérnosla de nuevo a la vida, aunque fuera solo por el espacio de menos de tres horas.
Otro gran acierto de la película es el cast de Adrien Brody como Arthur Miller —el Dramaturgo, en la novela de Oates, quien decide no llamarlo por su nombre—. Es el hombre mayor, de alguna manera también consagrado —aunque en la escena teatral, siempre más modesta que Hollywood—, que se casa con la “bomba sexy” a la que le lleva diez años, y que por más que trata de entenderla no lo consigue. Termina tratándola también como una tonta. Y después, el aborto accidental del bebé que ya tenía tres meses y medio de gestación —en la película— y cuatro —en la novela— precipita la ruptura de la relación. Adrien Brody ofrece también una caracterización entrañable del genio del teatro estadounidense.
Finalmente, quiero dejar aquí una reflexión que me vino a la mente mientras veía la película que se estrenó hoy en Netflix: si hace 23 años, cuando Joyce Carol Oates publicó su novela, todavía no estábamos preparados como sociedad para comprender la complejidad de Norma Jeane Baker-Marilyn Monroe, espero que en 2022 ya tengamos las herramientas necesarias para hacerlo. La evolución de los distintos feminismos desde 1962, cuando fue encontrada muerta en su casa, debería servirnos ahora para entenderla un poco mejor. No era una güera sexy tonta, era una mujer inteligentísima, con gran talento y deseos de convertirse en una actriz seria y respetada, que leía y escribía mucho —esa parte de su personalidad nos la sale debiendo la película—, y que en algún momento se rindió al alcoholismo y al abuso de fármacos, quizá porque había heredado algo de la enfermedad mental de su madre, o simplemente porque resultaba agotador vivir de esa manera: como una mujer tan adelantada a su tiempo.