Los últimos 71 días de Vincent van Gogh
Uno no espera obtener de la vida lo que ya ha aprendido que ésta no puede dar. Más bien, uno comienza a ver que la vida es una especie de tiempo de siembra… y la cosecha aún no está aquí. [Vincent] era sólo el hijo de un humilde predicador. Y, sí, tenía sus demonios, pero nunca le impidieron buscar la belleza. Porque cuando encuentras la belleza, encuentras la inspiración.
Fragmento de la serie Ted Lasso,
escena en el Museo Van Gogh en Ámsterdam
Vincent van Gogh vivió en el pueblo francés de Auvers-sur-Oise, a treinta kilómetros de París, desde el 20 de mayo de 1890 hasta su muerte, el 29 de julio del mismo año, a las 13:30 horas. Cuando llegó ese momento, su hermano Theo estaba a su lado. Éste moriría a los seis meses de la partida de Vincent, el 25 de enero de 1891, inundado por una tremenda tristeza y con complicaciones derivadas de la sífilis. Los dos están enterrados en el panteón municipal de Auvers-sur-Oise, en dos tumbas unidas por la hiedra. Las lápidas sólo muestran sus nombres y sus fechas de nacimiento y muerte, con la mayor sencillez. Los hermanos descansan rodeados de un bello campo de trigo, donde tantas ocasiones Vincent pintó los cielos azules que aún los bañan.
Yo llegué a Auvers un domingo. Era el 12 de agosto de 2018. Me atravesaban varias circunstancias peculiares: la primera, una dificultad para moverme, debido a una reciente fractura; la segunda, una creciente confusión interior, una especie de desolación que ya no quería cargar. Ésta es la historia de cómo conocer los lugares exactos en donde Vincent estuvo durante los últimos 71 días de su vida cambió por completo mi concepto de su historia y, de paso, me reconcilió con la esperanza. La hostilidad del ático del Auberge Ravoux, donde el pintor vivía, me hicieron reconocer esa inevitable soledad que nos habita en algunos momentos de la vida.
Van Gogh, deprimido, con el sueño de crear una comuna de artistas roto, angustiado por la mala racha de su hermano, la única persona con la que contaba en el mundo, pasó sus últimas semanas pintando de manera imparable. Dicen que una obra recién pintada se secaba en casa mientras él ya estaba creando otra. Su último trabajo fue Raíces de árboles, pintado la mañana del 27 de julio. Nunca como entonces, en ese viaje, pensé en la cualidad de encontrar en la belleza del mundo una razón por la cual la vida se justifica. Pero, en efecto, a veces vale la pena levantarnos para atesorar una luz, las raíces de un árbol, las palabras cotidianas a nuestro paso o cierto tono del día.
Cuando Vincent llegó a Auvers-sur-Oise, alquiló una pequeña habitación en el ático del Auberge Ravoux (Café de la Mairie) por tres francos y medio la noche. Usaba la “habitación del pintor” de la planta baja para pintar y guardar sus lienzos. Al principio, Van Gogh encontró a sus personajes en el corazón del pueblo, pero más tarde avanzó hacia los campos de la llanura en busca de algo más. Su distancia resultaba limitada, muchos de los lugares que pintaba están a menos de quinientos metros del Café de la Mairie. El doctor Gachet, especialista en enfermedades nerviosas, lo recibía regularmente en su casa. La familia Ravoux se acostumbró a que Vincent partiera todos los días para trabajar en el campo circundante. El artista era puntual y siempre estaba de vuelta antes de la cena. El 27 de julio, no regresó a tiempo, por lo que inmediatamente comenzaron a preocuparse.
Se aproximaba el final. Vincent, gravemente herido, entró en la posada alrededor de las nueve. Cuando el señor Ravoux le preguntó qué había hecho, el pintor respondió: “Traté de suicidarme”. Theo fue notificado a la mañana siguiente y corrió desde París hasta la cabecera de Vincent, la cual no abandonó hasta la muerte de su hermano. El artista estaba consciente y pudieron conversar. Theo le escribió estas palabras a su madre al día siguiente: “Vincent dijo ‘me gustaría mucho ir’, y una hora más tarde tenía su deseo. La vida pesaba tanto sobre él”.
Las criptas de los hermanos Van Gogh bajo el sol de agosto me conmovieron. Sin duda, ofrecer un corazón cercano es también una forma de arte. Habría que ensayar la idea de que la belleza se relaciona con los afectos. El espíritu de Vincent era profundamente piadoso. Sus obras retratan a las personas más desposeídas e interesantes tanto como a la naturaleza… Sin embargo, el espacio de Auvers-sur-Oise que me rebasó irremediablemente fue la habitación del ático, donde Van Gogh dormía. El tapiz color crema, la cama de herrería, la pequeña silla… nada era tan luminoso como él lo había pintado. Todos estos objetos contaban una historia melancólica. Yo me movía con dificultad. Sentía el cuerpo como un compañero cansado al que tenía que esperar. Gracias a mi momentánea condición física, me dieron más tiempo para contemplar el ático. Así comprendí su cansancio, esa vida que pesaba tanto sobre él, y admiré la esperanza con la cual Vincent van Gogh se levantaba a pintar todos los días. Aquella habitación ha sido conservada como monumento histórico en Francia desde 1985.
El pintor fue sumamente productivo en esos pocos meses, en los cuales realizó varias de sus obras maestras, incluyendo Campo de trigo con cuervos, Retrato del doctor Gachet y La iglesia de Auvers. Trigal con acianos pertenece al impresionante grupo de pinturas que Van Gogh realizó en la llanura de Auvers, con cielos espectaculares y vastos campos de trigo vacíos. La franja diagonal de césped con una especie de camino a la izquierda introduce tensión en la composición, en la cual aplicó el poderoso contraste de amarillo contra azul. Durante aquella breve temporada, experimentó libremente con nuevos enfoques, colores, pinceladas, formatos y temas provenientes de su nuevo entorno.
Los retratos también formaron parte de sus obsesiones. Vincent estaba convencido de que “el retrato con los pensamientos del modelo, su alma” era el futuro de la pintura, y el color, un medio para lograrlo. Van Gogh pintó al doctor Paul Gachet con un rostro melancólico y a Adeline Ravoux, la hija de los dueños del Café de la Mairie, mostrando una dulce timidez. Sus retratos de personas jóvenes al aire libre, especialmente de mujeres y niños, representaron una oda a la vida en el campo. Van Gogh creía que a los niños les iría mucho mejor si crecieran en ese ambiente, así que animó a su hermano Theo y a su cuñada Jo para que fueran a visitarlo. Ellos accedieron y llevaron a su pequeño hijo, Vicent Willem, en junio de 1890. El pintor les pidió a Theo y a Jo que volvieran con frecuencia. En febrero de ese año, antes de mudarse a Auvers, Vincent había pintado Almendro en flor por el nacimiento de su sobrino, por quien sentía ternura. El niño había nacido el 31 de enero de 1890. La carta que Theo le escribió a su hermano para contarle la noticia decía: “Le pondremos tu nombre. Deseo que sea tan decidido y valiente como tú”.
En mi propia visita a Auvers, el pueblo se percibía tan desierto como en los lienzos de Vincent. Los colores de la primavera no parecían totalmente alegres. El encanto de las casas era atravesado por una tristeza dominical. Imagino cómo aquel entusiasmo productivo del artista se iba desvaneciendo en una sensación de extrañamiento. En realidad, lo que se anunció como una tregua fue una continuación del declive. Se trataba de un hombre cuyos recursos habían llegado al final. El cansancio pesaba en todos sus esfuerzos. Aun así, luchaba contra los sentimientos de soledad y melancolía. Van Gogh continuó creando obras poderosas y sentidas. Cuando murió, el 29 de julio, a los 37 años, había pintado unos 74 cuadros en Auvers, una media de más de uno al día.
Michèle Petit escribió que “el alma es una devoradora insaciable de paisajes”. Esta autora apuesta a que muchas personas nos acercamos al arte en busca de un espacio preciso en el que necesitamos estar y que en el mundo real no resulta tan factible. Si pienso en esta explicación, quizá Van Gogh pintaba sin descanso el Auvers que necesitaba. También para mí el arte significa que hay lugares inexistentes en los cuales se puede vivir, y en esa comunión que es la experiencia estética me encontré habitando los paisajes de Van Gogh. Viví en aquellas piezas que experimentan la profundidad omnipresente de la naturaleza, así como su belleza, sus colores vibrantes y su soledad. Y encontré una conexión con mi propia vida, mi vulnerabilidad, pero también la fuerza y la alegría que siento cada mañana. El dolor y la esperanza.
Éste es un año de celebración para el Museo Van Gogh de Ámsterdam, fundado el 2 de junio de 1973, pues cumple cincuenta años. Para celebrarlos, presentó la exposición “Van Gogh en Auvers, sus últimos meses” el pasado verano. Se trata de un panorama general sobre la breve pero crucial fase final del desarrollo artístico de Vincent van Gogh. En esta exposición, es posible seguir al artista desde su llegada a Auvers-sur-Oise hasta sus últimas semanas de vida. La muestra fue realizada en colaboración con el Musée d’Orsay, de París, que posee importantes obras de este periodo, donadas por los descendientes del doctor Gachet. Muchas de estas piezas nunca se habían exhibido juntas, así que la exhibición representa un gran homenaje a este genio creador. Cuando supe de esta noticia, me emocionó la posibilidad de que grandes públicos pudieran conocer esta historia, que aún contamos por fragmentos, pero que ha encendido en muchos de nosotros un amor irrenunciable por la belleza. El dolor y la esperanza: así fueron los últimos 71 días de Vincent van Gogh. +