Novela

Novela

2 de mayo 2023

Por Jorge F. Hernández 

¡Feliz atrevimiento! Juntar palabras que son nombres o cosas, sus atributos o su esencia e ir narrando la hermosa aventura, la vida misma, el horror de madrugada o la andanza de unos labios. Imagino el solitario silencio en que alguien se libera de la métrica de sus propios versos y rebasa sin amarre alguno los contados diálogos de una comedia para narrar libremente un mundo entero, mejor o peor que éste… pero otro. Decía el poeta Pessoa que vivir es ser otro, pero ese impulso que lo llevó a multiplicar y desdoblarse en versos y relatos cortos no alcanzó para que navegase la novela, incluso antes de que se extendiera por imprenta; fue quizá en una mazmorra de la cárcel de Sevilla donde, entre sombras, un tal Cervantes murmuró en voz alta su propósito de hilar toda la vida de un hombre que, habiendo perdido la razón por lector, decide salir al mundo para enderezarlo. Y quizá en esa misma celda conversa con Cervantes un tal Mateo Alemán, que habría de signar la novela de un Guzmán, cuyas andanzas y delirios parecen cuadricularse con las de Alonso Quijano, llamado el Bueno.

Novela, entonces, es la nao donde caben todos los cuentos e incluso los poemas con y sin sus rimas; los ensayos que son pensamiento andante se vuelven ―dentro de la novela― en otras disquisiciones y demás inquisiciones; así como caben las crónicas y sus entrevistas, los aforismos y sus greguerías… todos los géneros en el embudo o duya de alta repostería envuelta en novela; mas no al revés o contrario, pues no cabe en un soneto la navegación entera de la novela, que rebasa o extiende su hipnosis inmarcesible más allá del cuento. De hecho, tengo certificado que toda novela vale por los cuentos que contiene, la lírica que enuncia o evoca, o bien, la memoria e imaginación que ensaya en eso que llamamos ficción.

Novela que proyecta en la pantalla de la mente el paisaje que se reinventa en el momento de leerse, tal como vuelve a la vida el Caballero de la Triste Figura cada abril por saberse leído. Parece incluso que, al llegar a la vista, las letras vuelven a escribirse y, en manos de la lectora ―en papel o pantalla―, la novela vuela invisible e impalpable, absolutamente sonora en la callada voz interior de cada párrafo… para volver a sonar en cada caricia de las yemas de otros dedos o en el espejo de agua salada que transpira. Novela lluvia o lágrima, hasta formar el mar por donde se busca incesantemente la inmensa ballena blanca de la obsesión o el niño de madera que boga sobre puras mentiras. Novela neblina, en la que otro Caballero Andante conversa en secreto con su Sancho los misterios de un asesinato pintado en escarlata o la lluvia que llega con Ilona, tan cerca del inmenso jardín novela que alguien deletreó para la eternidad.

Dice mi amigo Joao ―gigante lector― que la diferencia nodal entre las novelas del realismo ruso y del realismo mágico, brotado en América, resulta apenas una consonante: mientras que Dostoievski apunta hacia el dolor, García Márquez desató el color; apenas una letra para diferenciar los íntimos laberintos mentales… uno que mira hacia el abismo al mirarse a sí mismo, el otro que vuela con mariposas amarillas allí donde una Bella se suelta a volar por las nubes y un Gitano resucita cada año con el embrujo de sus imanes. Novela hilo de sangre y páramo de silencio, en la que Rulfo hizo hablar a las tumbas entre sí… Novela Manhattan, que, paso a paso, Dos Passos armó edificio por edificio en una rapsodia que habla en voz alta entre tantos cronistas y reporteros, ensayistas y reseñistas que pasaron del papel periódico a la caja tipográfica y, ahora, a la pantalla de mano.

Novela de mujeres y por mujeres que rompen las cadenas de lo impuesto y liberan el aroma de las sílabas, y novelas que equivocadamente llaman de niños, negación de que todo lector es siempre niño al abrir la ventana de las páginas o desempañar el espejo de esto que llamamos novela y que es ―evidentemente― muy difícil de explicar, porque no basta con señalar sus aristas o medir sus tamaños; no es justo limitar sus alcances o delimitar sus vicios o virtudes; no es necesario adjetivar cada una de sus manifestaciones ni mucho menos pontificarla o condenarla.

Intente usted el cuento que narra entre versos una historia que se desenrolla a lo largo de una extensión intensa, una extensa intensidad… Intente, entonces, edulcorar su fisionomía con relatos que apuntalan todos los nudos de su trama y encaminan como atardecer hacia el desenlace o punto final, en el que más de una novela exige su inmediata relectura o la continuación interminable de su conversación entre personajes, climas de paisajes y taquicardia de sus nudos. Verá entonces qué vano ha resultado el intento por intentar, con estos párrafos, el retrato de lo inasible, el mapa de lo ignoto, la cara de Novela… así: una y todas, sin título, pero privilegiada de mano en mano; proyectada en diferentes tipografías e iluminada por vela o pantalla luminosa. Novela narrada de memoria, tatuada en el corazón de quien la quiere transformar en imagen fluida o quien la memoriza y recrea para volverla intemporal e instantánea… inmortal.+