Los riesgos de ser surrealista

Los riesgos de ser surrealista

José Luis Trueba Lara

  1. Estoy sentado. Delante de mí están la pantalla y las teclas, que son tan blancas como las huellas de una nutria blanca en la nieve blanca. A como dé lugar, tengo que escribir algunas notas sobre el surrealismo, pero las tentaciones me asechan sin compasión: en este momento, podría darle vuelo a la escritura automática hasta llenar la superficie de estas páginas, aunque también existe la posibilidad de encontrarme con algunos amigos para darle vida a un cadáver exquisito gracias a la maravilla del Zoom. Sin embargo, el automatismo me lleva por un camino distinto: crear un poema con los encabezados del periódico de hoy.

 

Saldo blanco en Yucatán

El Estado de México en la mira

¡Tengan sus huracanes! Ellos quieren petróleo

Lo personal es político

¿Cuántos frentes fríos habrá en octubre?

 

El poema quedó mono. En menos de cinco minutos, las palabras que se publicaron en El Financiero me permitieron ensamblarlo. Hoy me siento un vanguardista con todas las letras. De no ser por el frío que hace, saldría a la calle para pasear a mi tortuga en un biplano con alas de mosca y, desde las alturas, convertiría a los relojes en mujeres acinturadísimas, cuyas tripas permitirían el paso de la arena (nótese que en esta idea está la huella de un verso de André Breton). 

Lo pienso durante un instante y desisto de manera absoluta: la gripe me obliga a quedarme en casa.

 

  1. Leo lo que he escrito y me quedo pensando: ¿dónde nacieron las técnicas que caracterizan al surrealismo? Intento una respuesta: la escritura automática no resulta lejana de las palabras que garabateaban los médiums en las sesiones espiritistas. El peso que le daban a los sueños seguramente está emparentado con Freud, quien nos obligó a volver a mirar lo mismo que el Bosco. En ellos también está la búsqueda del mal y lo sombrío: las páginas del Conde de Lautréamont y del Marqués de Sade marcan sus creaciones y le abren la puerta al negrísimo humor de Jonathan Swift. Su modesta proposición para devorar a los niños no era ajena a su ideario. 

Los surrealistas son los herederos de la muerte de Dios y el parto del inconsciente, de los mensajes que vienen del más allá y el anhelo de horrorizar al mundo. ¿Esto explica el peso que algunos de ellos le dieron al tarot? ¿Esto da cuenta de las acciones de quienes se sumaron a los grupos que seguían los pasos de Gurdjieff y Ouspensky? Los casos de Dalí y Remedios Varo no pueden pasarse por alto.

 

  1. La posibilidad de mostrar mi valentía se asoma en la pantalla. Podría rajarme un ojo (a la manera de Luis Buñuel en Un perro andaluz) para jurar que Wikipedia dice que el surrealismo es una de las vanguardias que irrumpieron en las primeras décadas del siglo xx. ¿Quién puede dudarlo? Surrealismo termina en ismo, al igual que dadaísmo, cubismo, fauvismo y futurismo. 

Me detengo. Voy al librero para tomar el ejemplar que puede sacarme del atolladero. Lo abro y no me sorprendo con el milagro que acaba de suceder. La página precisa me estaba esperando:

Varios rasgos diferencian a las vanguardias de los movimientos artísticos precedentes […]. De entrada —me dice Tzvetan Todorov—, las vanguardias no se limitan a reivindicar su novedad, sino que también proclaman el rechazo radical al pasado. Mandan al olvido de la historia a todos los que las han precedido y afirman que su arte no se limita a ser algo nuevo, sino que convierte a todos los demás en caducos. Además, como se han otorgado una finalidad tan sublime, consideran que todos los medios para alcanzarla son buenos, en especial los revolucionarios […]. Por último, aspiran a ampliar el ámbito de intervención artística para que abarque la totalidad de la vida social y política.

La idea de encabezar una revolución siempre es tentadora, y lo mismo ocurre con el deseo de transformar la vida en un espacio intervenido por el arte. Pero no puedo olvidar que el nacimiento de las vanguardias corrió al parejo de los grupos políticos que intentaron moldear a los seres humanos para despojarlos de las taras del pasado y convertirlos en los seres del futuro. Comunismo, fascismo, nazismo también terminan en ismo.

El deseo de pensar que estoy equivocado se hace presente, pero la pregunta maldita se le adelanta: ¿acaso André Breton no vino a México para convencer a Trotski de que firmara el manifiesto que uniría al surrealismo con las propuestas revolucionarias del desterrado? En este caso, surrealismo y trotskismo riman a la perfección. Sin embargo, este hecho no basta para comprender a los surrealistas. ¿Podemos pensar en la resistencia sin las palabras de Paul Éluard? ¿Acaso podemos olvidar los días que Louis Aragon pasó en la guerra civil española o en sus críticas al gobierno francés, que fue incapaz de frenar al nazismo?

Los surrealistas no pueden ser reducidos a una sola opción política, aunque los tiempos sombríos los acompañaron durante una parte de su vida. Este hecho, quizá, me permitiría pensar que en ellos existe un individualismo que los obliga a asumir posturas irreconciliables. Tal vez por ello, estos artistas terminaron por fragmentar y hacer a un lado a quienes podían transformarse en sus clérigos, en los guardianes de la ortodoxia imposible.

 

  1. La posibilidad de dejar mal parado al surrealismo es un insulto que me ganaría la desaprobación de los lectores. Vale más que me olvide de lo escrito y me ponga a leer el primer manifiesto de André Breton:

 

Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación, en el sentido que ésta les induce a quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la calidad de loco, lo cual todo ser humano ha de procurar saber por su propio bien.

Sigo adelante y, al cabo de unas cuantas páginas, encuentro la maldición que vivimos las personas que creemos estar en nuestro juicio. A cambio de un plato de lentejas, vendimos o depreciamos aquello que podría llevarnos por nuevos caminos:

El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, al igual que la noche, se considera irrelevante.

Y, antes de cerrar el archivo, descubro que el surrealismo tiene la fuerza necesaria para atrapar a sus fieles y condenarlos a perpetuidad. Una vez que hemos puesto un pie en su territorio no podremos dejarlo y, si acaso fingimos que podemos alejarnos, sus huellas nos llevarán a la rebelión incesante:

El surrealismo no permite a aquellos que se entregan a él abandonarlo cuando mejor les plazca. Todo induce a creer que el surrealismo actúa sobre los espíritus tal como actúan los estupefacientes; al igual que éstos, crea un cierto estado de necesidad y puede inducir al hombre a tremendas rebeliones.

 

  1. Dejé de escribir durante varias horas. La fiebre y el teclado se repelen. Mientras caminaba hacia mi estudio, iba pensando en algo que tal vez sea desagradable: en un supermercado bien surtido o en una tienda departamental lo suficientemente grande, podría comprar reproducciones de los cuadros más populares del surrealismo. Los relojes de La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí, se convirtieron en un tópico, en un lugar común y, en el peor de los casos, en una estética domesticada.

Tengo la impresión de que, cien años después de que Breton publicara su primer manifiesto, el poderío del surrealismo se convirtió en un manierismo que se conforma con su potencial decorativo. Si Dalí forma parte de las mercancías de Sam’s, los tigres ya están domesticados… pero, ¿qué pasaría si hoy, en vez de estar escribiendo, me abandonara al delirio, al frenesí de los sueños, a la posibilidad de la locura y a la libertad sin límites? Mis actos serían reprobables y quizá me internarían en una institución psiquiátrica (jamás lo harían en un manicomio, pues la corrección política está marcada en las palabras de quienes serían mis carceleros). Hoy, ser surrealista es imposible. +