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Tejidos de memoria y rebeldía: Punto de cruz de Jazmina Barrera

Tejidos de memoria y rebeldía: Punto de cruz de Jazmina Barrera

28 de febrero de 2022

Áurea Camacho

Existen muchas novelas de crecimiento –o bildungsroman, como le dicen los alemanes que tienen palabras enormes para nombrar todo– que se han ganado nuestros corazones y cierto reconocimiento en la cultura general. Este tipo de novelas consiste en mostrarnos el camino de aprendizaje de un personaje, que pasa de la ingenuidad del niño a la “madurez” del joven o adulto. A veces el desenlace es doloroso, a veces agridulce, otras (las menos) es alentador, pero siempre hay una transformación profunda, sobre todo en el aspecto emocional. Hay grandes ejemplos de este tipo de novelas: En busca del tiempo perdido, de Proust; Retrato del artista adolescente, de Joyce o El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. Sin embargo, no hay tantos ejemplos de este tipo historias, contadas desde la perspectiva femenina; algunos serían: Emma, de Jane Austen; Mujercitas, de Louise May Alcott; Proleterka, de Fleur Jaeggy o Persépolis, de Marjane Satrapi. Aquí es donde Punto de cruz (Editorial Almadía) de Jazmina Barrera se vuelve muy relevante. Es una novela de crecimiento contada por una mujer, sobre tres amigas y los recuerdos que se desempolvan al morir una de ellas.

Esta novela me hizo transportarme a mi época adolescente, pues, encontré muchos puntos en común con mi experiencia: tal vez porque lo leí cerca de mi cumpleaños número 40, o quizás porque me gusta bordar y leer, como a las protagonistas; o incluso porque una de ellas tiene mi segundo nombre: Citlali. Es posible que haya conectado tanto con Mila y sus amigas, porque sus referencias, sus canciones, las películas que ven y el contexto en que se desenvuelven me son familiares.

Esto no quiere decir que solo lectores de mi edad vayan a disfrutar la novela, porque esos recuerdos de las amistades adolescentes son entrañables para todos. Todos podemos reconocernos en esas chiquillas queriendo comerse el mundo, descubriendo la sexualidad, el amor, el desamor, los golpes de la vida adulta, las dudas para escoger una carrera universitaria o un trabajo.

Lo que Jazmina narra a través de la voz de Mila es esta complicidad que se crea con ciertas personas a lo largo de la vida. Al crecer, nos perdemos entre miles de ocupaciones y esos lazos quedan como meros recuerdos que nos hacen viajar a la pasado. Otras veces, somos bastante afortunados para seguir teniendo a esas personas en nuestra vida actual. También es cierto que muchas otras amistades se pierden para siempre, ya sea por eventos trágicos como el de Citlali, o por desencuentros, separación de caminos o cambio en las prioridades. Y sólo nos queda el recuerdo y el aprendizaje.

Además de contarnos esta historia llena de nostalgia, Jazmina nos convida retazos (nunca mejor usada la palabra) de la historia del bordado. El bordado no es sólo un elemento anecdotario dentro de la novela. Jazmina nos muestra cómo el bordado ha sido fundamental en la historia de vida de las mujeres, desde la Antigüedad y hasta nuestros días. En México, por ejemplo, los mitos fundacionales de varias de sus culturas prehispánicas están relacionados con el bordado, un telar o alguna mujer tejiendo. El bordado adquiere un simbolismo enorme porque no sólo era considerada una tarea meramente femenina, sino que además representaba el sometimiento de la mujer a las labores menores, domésticas, sin valor. Sin embargo, vemos cómo las mujeres de diferentes ámbitos han resignificado el bordado dotándolo de rebeldía, usándolo como medio para crear un lenguaje propio, secreto. Los hilos, la aguja y la tela sirven como contenedores de obras de arte transgresoras; un medio tradicional para un mensaje subversivo.

Y pareciera que Mila, Dalia y Citlali se sumaron a esa larga tradición, al principio por intuición y después con toda la intención de hacer algo distinto, único, revelador. Bordar se convierte en algo más que las une, por muy diferentes que sean. En el bordado expresan sus fobias, experimentan, se desahogan. El bordado es su alivio, su medicina y su terapia. Y toda mujer que haya bordado o tejido lo sabe. A veces al bordar la mente se va, divaga, entra en una especie de trance. Las manos bordan, pero la imaginación vuela. El bordado te conecta con las mujeres de tu pasado y tu futuro; con todas las mujeres, de alguna forma. De ahí su fuerza y su poder. No es de extrañar que nuevamente haya muchas mujeres bordando y no sólo servilletas o toallas, sino verdaderas obras de arte. Incluso, hay mujeres que bordan su propio cuerpo.

En un libro como Punto de cruz, con mujeres como protagonistas y escrito por una mujer, no podía faltar la experiencia corporal. El mítico paso de niña a mujer no se puede obviar en este viaje iniciático. Pero no sólo se trata de los cambios físicos y emocionales, sino de lo expuestas que quedamos las mujeres (muchas veces sin saberlo) a los depredadores. No hay una sola mujer que no haya sabido, visto, escuchado o experimentado el abuso en alguna medida (desde una mirada lasciva, un tocamiento o hasta una violación). Y Jazmina relata todo esto sin convertirlo en algo morboso o tétrico, con una naturalidad que a veces asusta. No debería ser natural, ni normal, pero lo es.

La historia de Citlali podría ser la de muchas, la de cualquier amiga, la mía. Espero que no sea la de mis hijas. Citlali sirve como un hilo (nuevamente las referencias textiles) que nos lleva del presente, al pasado; de la vida a la muerte.

Al final, la vida adulta se impone y acompañamos el dolor de Mila y Dalia, las vemos en un reencuentro incómodo y entrañable a la vez, donde el recuerdo de Citlali es el amortiguador. Los “hubiera” se cuelan como remordimientos, culpas o dudas. Pero también hay reconciliación y esperanza. El cariño que hay entre ellas se impone. Sabemos que Mila y Dalia retomarán lo que su amiga dejó pendiente y, si en cada bordado dejamos un pedacito de nosotros, así también Citlali vivirá por siempre, con la ayuda de sus amigas.+