Flor de Mayo

Flor de Mayo

Por Jesús Pérez Gaona

si me dijeras basta, Amor, deidad sin rostro;

si me riera, y tú también, de pronto,

renunciando a tu gesto de dudosos martirios,

tú también, pobre ídolo, tú también te rieras

Tomás Segovia, Anagnórisis

8 de agosto 2022

Algo lo despierta. Ahora son las cuatro y cinco de la madrugada. Escucha. El envolvente silencio fuera de su apartamento parece darle una falsa sensación de paz. Para entonces el desagradable sabor dentro de su boca y el confortable calor dentro de su cama se unen en algo incompatible. Incompatible como él y Verónica.

Cierra los ojos.

Imagina.

Siente sus pechos cerca, su aroma a crema de eucalipto y esa desnudez incendiaria típica de una mujer así, siempre dispuesta para él.

Una mujer para mí, se repite.

Y ahora sería un buen momento para no estar solo, sino con ella.

Los calzoncillos para dormir molestan al pene erecto. Y ella siempre dispuesta para él.

Tras acomodarse la entrepierna, prende –o extingue de a poco– lo que esta noche no ha ardido (aún). Comienza a soñar que se acercan… gesto tras gesto, centímetro a centímetro. Muerde el labio inferior de Verónica. Y finalmente arde, arden. La cama arde aquí mismo. Aviva un fuego que tiene rostro de incendio. Se trata de otro capricho nocturno.

¡Florecita!, como quiso que se llamara, responde al capricho y se une al juego: gambito y contragambito. Abre y despliega sus muslos desnudos en torno a él, para que la penetre. La penetra. No está seca. Nunca ha estado seca. Sería imposible que estuviera seca.

Húmeda y con un pubis tatuado, quizá sobre la cicatriz de una cesárea.

No hay palabrería ni foreplay. Verónica es de fácil orgasmo y gran lascivia. No pide demasiado. Al menor contacto –al morder el labio, con ese solo gesto– puede saber su voluntad.

Sobran cobijas para hacer lo que están haciendo. Para hacer lo que el hombre está haciendo. Las arroja al lado para moverla mejor, para moverse mejor, al menos como desde el inicio pero con nueva movilidad. Eso les gusta a ambos. Esa es la idea que el hombre tiene de ambos: movimiento. Moverse bailando rítmicamente hasta caer en aquella inevitable desesperación. Las nalgas para hacer presión, nada más.

Disfruta maniobrando con la cadera de ella. Siempre dispuesta para él. Florecita, orquídea salvaje, aprendió a desaparecer sus manos para no interrumpirlo.

Unos pechos al aire, una tensa inclinación hacia atrás y el reiterado movimiento de pelvis, sin más besos que los arrojados al aire entre gemido y gemido, integran un cuadro industrial, mecánico. El sudor no espera para lubricar el aparato posmoderno que forma este par de cuerpos agazapados. Cuerpos de uno. Inmanencia total.

Durante el fugitivo tiempo en la nube, el hombre insiste en no separar sus manos de la cadera de Verónica, cubierta sólo por una diminuta ropa interior. Ella, entretanto, goza hasta el más delgado pliegue de la verga de su acompañante, disfruta hasta el último segundo del trance. Siempre lo hace. Acostumbra hacerlo. Es imposible no hacerlo.

Tanto lo excita saber que hace unos minutos dormía, y que por un momento tiene sobre sí a una de las mujeres con quien le gustaría alguna vez compartir la cama, que se frota con más violencia la península que es su miembro.

A partir de este segundo no importará cómo esté ella (ni quién sea ella), porque han pasado la línea. Ambos están por venirse. La terca humedad, una tautología del placer.

Los labios de Florecita, correspondiendo, adivinando, vuelven al pene del hombre. El vaho de su boca sabe a carne. De nuevo, lengüetazo tras lengüetazo, siente la humedad de tal cavidad. Siente, no lo imagina. Pues en busca del pecado la mente no podría ser más útil.

Aunque no todo monte es orgasmo, con esta magia puede hacerlo todo, como hurgar la suavidad de un par de senos tiernos, mientras ella no para de trabajar con la lengua. 

Quizá hoy sea una mujer, mañana podrían ser dos. Aunque –siendo honestos– el hombre no posee gran ingenio. Tampoco es el más entusiasta de su destreza. Dicho sin rodeos, jamás mostró mayor ambición como no sea por mujeres con caderas amplias, esas Venus de Willendorf como Verónica.

¡Ay, Verónica!, dice la sombra entre las sombras.

El hombre ignora por qué lo inspira así, a diferencia de otras chicas. ¿Por qué Florecita puede estimularlo de ese modo? Tal vez sea su lindo rostro. Tal vez sólo sea su mirada. Quizá… 

Quizá sean los labios rojos que ahora se turnan con la lengua en pos de un estímulo, aquel que detone una eyaculación.

Enseguida, sin romper la armonía, capullo en primavera, el ano de Florecita (zona prohibida para cualquiera) abandona toda resistencia y se abre ante él. Nada impide variar el acto para domar a la divina garza, y triunfar así sobre la hembra que tiene frente a sí, diosa primitiva hecha a mano. Trabajo manual, pero trabajo honesto.

Para orgullo del hombre y satisfacción del animal, nuestro cazador hará caer en la trampa a un nuevo bicho femenino, construido de la nada, que después de capturado volverá al reino de la oscuridad, invariablemente.

Su única bala, siempre de salva, será disparada en cualquier momento.

Y en cualquier momento disparará…

¡¡¡Verónica!!!

…se mueve la presa, pero él insiste… apunta… insiste…

¡¡¡Florecita!!!

…la tiene… se escapa…

¡¡¡Cabrona!!!

…cae en una honda palpitación… ella en un último suspiro…

¡¡¡Así, así!!!

…más velocidad, más intensidad, más voluptuosidad…

¡¡¡Mááss!!!

…es su oportunidad, está a punto de disparar…

¡¡¡Agh!!! ¡¡¡Ogh!!!

…apunta, descarga… ¡¡¡fuego,

                                                    fuego,

                                                                  F U E G O O O!!!

¡¡¡Go, go, go!!!

Dispara y da en el blanco, obscena, vigorosa, placenteramente. Da en el blanco, que derrama.

El latido aumenta de un momento a otro. Convulsiona el cuerpo mientras desmaya el alma. Nada nuevo, pero cada vez como si fuera la primera vez.

Sííí…, dejó oír aquel susurro de éxtasis. Susurro a nadie.

A las gotas de sudor se las traga el frío, y la mano en el miembro está calientísima y pegajosa.

¡Qué delicia!, piensa. Insuperable.

Polvo y piedras humeantes tras otra refriega en sus ensoñaciones parapoéticas, así lo llama él. Todo por Florecita. Todo esto fue por Florecita (rosa primaveral, y en época de caza, hiedra venenosa). Ella nunca estuvo aquí como un nuevo brío para que el hombre se beba, para que se exprima a sí mismo, envión tóxico, y expulse aquello por lo que no le permitirían el ingreso al gremio de los satisfechos. Todo ello sin mayor daño que un pijama sucio.

Todo quedó intacto en lo que se refiere a su doble moral, a pesar de aquella novela patriarcal que inventó hoy.

La mano izquierda al fin auxilia con papel a la derecha, derramada de semen.

Se limpia. Se lava y se seca.

Una vez oculto cuanto evidencie lo que acaba de hacer, vuelve a la cama desocupada. Cosa difícil de encubrir en su cabeza después de imaginar incluso el aroma y el ritmo de la mujer. Sin embargo, por esta noche ha sido suficiente.

Ha habido noches que esto no es suficiente.

De afuera vienen ruidos, las carcajadas de algunos trasnochados. Se equivocó, la calle no está sola ni en silencio, como tampoco lo estará Verónica. En unas horas más, en punto de las 8:00 seguramente, su marido irá a dejarla a la oficina.

Esto será en un par de horas y él ya no puede dormir. Cierra los ojos pero ya no puede dormir. Tanto movimiento en serio lo despertó. Sueña despierto. Sueña lo que acostumbra soñar cuando piensa en Verónica.

Dejará al ingeniero (¡dejará al fin a su esposo!) para entregarse a una aventura conmigo, su enigmático compañero del primer piso, el mismo a quien durante medio año ha sonreído y mirado con cierta curiosidad desde que supo que la flor de mayo era su favorita. Ella me ha mirado y sonreído sin que hasta ahora ni uno ni otro nos atrevamos a nada más.

El deseo y el pensamiento entre el sueño y la vigilia. La vigilia del sueño entre el pensamiento del deseo. El pensamiento que exige una vigilia sin sueño por el deseo.

Ella, una mujer para mí, se dice de nuevo.

Bueno, eso desea, ansía, alucina hoy, mientras no encuentre a otra mujer que lo acompañe en más paroxismos de madrugada.