Beatus ille vs. industrialización: un recorrido literario

Beatus ille vs. industrialización: un recorrido literario

 Herles Velasco

Aunque hay todavía quien lo rebate, la huella negativa que la humanidad está dejando en el frágil equilibrio de los distintos ecosistemas de nuestro planeta es evidente. En 2000, el químico atmosférico Paul Crutzen bautizó a la era geológica determinada por este impacto nocivo como Antropoceno, término que abarca desde la Revolución Industrial de mediados del siglo xviii hasta lo que llevamos de ese joven siglo xxi. La quema masiva de combustibles fósiles, la deforestación, la producción industrial y la urbanización son las principales causas de este fenómeno, que ha dejado una marca difícil de corregir, sobre todo porque no existe una intencionalidad clara por parte de la sociedad para dar marcha atrás a los procesos que lo han provocado; muy por el contrario, la tendencia apunta a reforzar estos esquemas perjudiciales, que presagian un futuro cada vez menos prometedor para los seres vivos de este planeta.

En la literatura, la relación de la humanidad con la naturaleza —sus luchas, sus impactos, tanto los más sutiles como los más evidentes— está presente desde los orígenes mismos de los registros orales y escritos que devinieron en poesía, dramaturgia, cuentos, novelas y ensayos, en los que podemos presenciar, de primera mano, el registro sensible de la complicada interacción entre quienes poblamos este mundo y nuestro entorno. Sin embargo, en esa balanza entre lucha y adoración, la humanidad ha pasado la mayor parte de su historia inerme ante los embates de la naturaleza, como espectadores pasivos de los fenómenos del entorno, que, en buena medida, se han reflejado a través de los siglos en las obras que creamos.

Los primeros intentos por explicar los fenómenos naturales dieron origen a las mitologías a lo largo y ancho de nuestro planeta: aquellas narraciones seminales en las que deidades invisibles se manifestaban a través de los astros o de los elementos esenciales. Ellos podían dar vida, pero también provocar desastres que amenazaban y amenazan nuestra existencia. En la Odisea, Ulises se ve en peligro constante por el mar, la lluvia y los vientos; en muchos sentidos, su guerra en contra de los elementos naturales lo convierte en héroe.

Horacio, todavía antes de nuestra era, contrastaba en un poema que algunos conocen como Beatus ille (cuya traducción del latín significa “feliz aquel”) las dichas del hombre que está, digamos, más conectado con la naturaleza, tanto que “ni se asusta ante las iras del mar”. Tanta mella hicieron los versos del poeta latino que los renacentistas veían al beatus ille como una de las cuatro máximas a las que debíamos aspirar como humanidad. Y también están por ahí las Geórgicas, de Virgilio; las luchas de Sigfrido, en El cantar de los nibelungos o San Francisco de Asís, con su Cántico de las criaturas. Ejemplos sobran.

Más cercano a nosotros en comparación con aquéllos, está William Blake, poeta, pintor y grabador inglés del siglo xviii, un artista profundamente comprometido con la exploración de las complejas relaciones entre la naturaleza y la sociedad. A través de sus obras, Blake reflexionó sobre la conexión intrínseca entre estos dos conceptos y cuestionó la forma en que la sociedad industrial de su época había alienado al hombre de la naturaleza: un pensamiento común entre los artistas del romanticismo, quienes abogaban por mirar hacia los mundos interiores y el entorno natural, en contraste con la colectividad social y los progresos tecnológicos.

Blake exploró la antítesis entre la inocencia natural y la experiencia adquirida en la sociedad. En su colección de poemas Canciones de Inocencia y Experiencia, muestra a la inocencia en la mejor de sus connotaciones, como una conexión armoniosa del humano con la naturaleza, y a la experiencia como la corrupción y alienación causadas por la sociedad (busque, por ejemplo, el poema “El cordero y el tigre”). Blake fue un crítico de la Revolución Industrial. Los conceptos posteriores del Antropoceno están también en libros El matrimonio del cielo y el infierno y Jerusalem, en los cuales muestra su desprecio por la explotación del medio ambiente en aras del progreso. Para Blake, la sociedad industrializada había separado a las personas de su conexión esencial con la naturaleza, y esto había llevado a la alienación y a una pérdida de la armonía original, ese “paraíso perdido” tanto material como espiritual.

Por otro lado, Henry David Thoreau, escritor, filósofo y naturalista estadounidense del siglo xix, conocido por su profundo compromiso con la naturaleza y su crítica a la sociedad de su época, llevó lo literario a la experiencia de vida, a lo Rimbaud. Mediante sus escritos, Thoreau exploró la relación entre el individuo, la naturaleza y la sociedad. El autor creía que la sociedad moderna se había vuelto excesivamente materialista. En Walden, relato basado en su experiencia de habitar una cabaña aislada en el bosque, abogó por un estilo de vida más simple y autónomo. A través de su experimento de vivir inmerso en la naturaleza, buscaba liberarse de las ataduras de la sociedad convencional y descubrir una forma más auténtica de existencia.

Para Thoreau, la naturaleza era una fuente de inspiración y sabiduría. Pasaba largos periodos explorando los bosques, los lagos y los campos, pues encontraba en ellos una conexión espiritual profunda. El filósofo creía que la contemplación de la vida natural permitía al individuo comprender mejor su lugar en el mundo, así como alcanzar mayor claridad en su conocimiento interior, cualidades más importantes para él que las que proveía el “progreso” en las todavía nuevas ciudades.

Fedor Dostoievski retrató la naturaleza humana como una amalgama de impulsos contradictorios y luchas internas. El autor ruso abordó la alienación característica de la sociedad moderna. Sus personajes, como Raskólnikov, en Crimen y castigo, enfrentan conflictos morales y psicológicos profundos; a menudo se sienten ajenos, desconectados de los demás, luchando por encontrar su lugar en un mundo que les resulta hostil y opresivo. Dostoievski cuestionó ampliamente a la sociedad rusa de su época y a sus instituciones, pues la influencia corruptora del poder y la opresión social lo acuciaban. Por ejemplo, en Los hermanos Karamazov, exploró los efectos perniciosos de la desigualdad; denunció las consecuencias destructivas de estas condiciones en el individuo y en la sociedad. Pareciera que, como pensaba Blake, las desgracias devienen de una desconexión con algo profundo, que, evidentemente, tiende a deshumanizar.

Charles Dickens, el novelista británico más famoso del siglo xix, es conocido por su capacidad para retratar de manera vívida y conmovedora a la sociedad victoriana. Sus obras también problematizan la relación entre la naturaleza y los seres humanos, revelando las injusticias sociales y las desigualdades económicas de la época, causadas directamente por los efectos de eso que hoy llamamos Antropoceno. Dickens pertenece a ese grupo intemporal de escritores que buscan mostrar en lo que nos hemos convertido y generar una crítica de los entornos que construimos.

Ya en nuestros tiempos, encontramos voces como la de Margaret Atwood, escritora canadiense conocida por sus obras distópicas y su preocupación por los problemas medioambientales. En novelas como Oryx y Crake o El año del diluvio, Atwood aborda temas como el cambio climático, la manipulación genética y la explotación desenfrenada de los recursos naturales. Su escritura reflexiona sobre los efectos destructivos de la actividad humana en el planeta y lanza preguntas sobre nuestro futuro en el Antropoceno.

Barbara Kingsolver, novelista estadounidense, se ha destacado por su compromiso con la ecología y la sostenibilidad en su escritura. Su novela Verano pródigo está ambientada en la era del Antropoceno, por lo que los personajes se enfrentan a desafíos relacionados con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Kingsolver utiliza la literatura como una forma de crear conciencia sobre los problemas medioambientales y apela a un cambio de actitud que se materialice en acciones cada vez más urgentes.

Richard Powers, también estadounidense, escribe desde un enfoque de interconexión entre naturaleza y humanidad. Prácticamente en toda su obra, Powers explora cómo el Antropoceno ha afectado los ecosistemas y la vida silvestre, y cómo las personas se relacionan con el mundo natural en medio de cambios drásticos. El autor examina las ramificaciones éticas, sociales y emocionales de vivir en una era dominada por las acciones humanas.

En la llamada no ficción hay también material para adentrarse en estos temas. Por ejemplo, La sexta extinción, de la pulitzer Elizabeth Kolbert; The Shock of the Anthropocene, de Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz, y El gran desvarío, de Amitav Ghosh, en este último, encontraremos una sección con un análisis tanto cultural como literario.

Desde el inicio de la Revolución industrial, en los conflictos humanidad-naturaleza, llevamos un marcador más bien negativo. Hemos pasado del temor al conocimiento y, de ahí, al control y al desprecio. Esto no se trata de una apología de la catástrofe; es apenas un asomo brevísimo, desde nuestro lugar como humanidad, a la relación con la naturaleza (con excusas literarias): nuestra fascinación; nuestros temores y amores, y también nuestras —permítame el eufemismo— tonterías. +

 herles@escueladeescritoresdemexico.com