La belleza es un derecho humano: el de la alegría de existir. Una entrevista a Michèle Petit

La belleza es un derecho humano: el de la alegría de existir. Una entrevista a Michèle Petit

Mariana Aguilar Mejía

Ésta, más que una entrevista, es una carta de admiración, cariño y curiosidad para celebrar la existencia de un libro tan necesario como Somos animales poéticos (Océano, 2023). Michèle Petit reúne con precisión historias de personas de todas las geografías y épocas que han encontrado en la belleza del arte y la literatura una explicación y una tabla salvavidas ante el horror, el dolor y la pérdida, en todas sus dimensiones. Tenemos el honor de dialogar con una escritora, investigadora, mediadora y lectora con una sensibilidad, un talento y una generosidad enormes.

Querida Michèle, gracias por un libro tan maravilloso como Somos animales poéticos.

Antes que nada, quisiera agradecer la generosidad de tus palabras. Y, en esta oportunidad, la generosidad de mis lectores latinoamericanos. Desde hace más de treinta años, tengo con ellos una historia de amor, nada menos, lo que emociona a la niña en mí que vivió en este continente hace… unos siglos. Tengo también con ellos una conversación que me enriquece mucho. 

Explorar la belleza desde la conversación con tantas personas permite que nos acerquemos con autenticidad a ella, aunque no se defina. Este libro deja la sensación de encontrarnos con algo auténtico. ¿Cómo lo lograste?

¡Me alegro si lo logré! Creo que escuchando, sencillamente, a estas personas que encontraba. No todas tenían la oportunidad de ser escuchadas. Sin embargo, cada una, cada uno tenía algo que ofrecer: una historia, una experiencia. “No todo el mundo es artista, pero cada alma tiene su canto”; dice François Cheng. Presté atención a ese canto, a su belleza.

Mencionas que la literatura tiene un gran papel de iniciación a la vida. ¿Recuerdas cuál fue la primera experiencia que te hizo sentir “¡Claro! De esto se trata la literatura”?

Si pienso en mis primeras experiencias con los libros y particularmente con la literatura (en el sentido amplio de la palabra), lo que sentí, como mucha gente, fue el descubrimiento de otra dimensión, algo que se ensancha. De un mundo para mí, un paisaje para habitar. Más tarde, sentí que eso que llamaban “literatura” me daba para explorar en mí misma continentes que desconocía. Para leerme y sentirme menos sola.  

La metáfora de que la literatura nos ofrece un territorio personal es hermosa. ¿Cómo es el territorio que los libros le dieron a Michèle Petit?

En la infancia, fue un territorio poblado, con amigos (yo era hija única y mi soledad era grande). Un espacio alegre, de colores vivos, cuando, en esos años de posguerra, el mundo que me rodeaba era triste, gris como los edificios de París en aquel entonces. Me daba un espacio con sorpresas, cosas inesperadas, posibilidades que despertaban deseos, ensoñaciones. Se me prometía un mundo en el que la vida tendría más fuerza.

En tus ejemplos, se nota un gran interés en la formación estética de la infancia. ¿Crees que la belleza puede convertirse en un puente entre generaciones, algo que nos permita conectarnos con los niños?

 Es cierto que se trata de un puente, y así lo viven muchos mediadores culturales, trátese de docentes, bibliotecarios o de la abuela que cuenta a sus nietos unas leyendas o unos recuerdos de su propia infancia en una lengua un tanto diferente de la lengua utilitaria de lo cotidiano, o que sale con ellos a un jardín para conversar con los árboles. Son momentos muy importantes, privilegiados. Desde muy pequeños, los niños son sensibles a la belleza, a la melodía de la voz, a los ritmos de la música y del baile, a la belleza visual.

El papel de los mediadores entre el arte y las personas resulta esencial. ¿Qué características piensas que debe tener un buen mediador?

La calidad de la presencia, la atención minuciosa y personalizada, la escucha me parecen fundamentales. En los contextos críticos que estudié, los mediadores culturales le muestran a cada persona una gran confianza en sus competencias y valoran sus formas de expresión, a diferencia de lo que ocurre en un marco educativo clásico, en el que los docentes identifican, sobre todo, lo que no es correcto en la producción de los alumnos. 

Más allá, lo que resulta esencial es, quizá, un arte de hacer. Paulo Freire decía que un educador es también un artista, que rehace el mundo, lo redibuja, lo repinta, lo “redanza”. El educador, el facilitador cultural, es quizá, ante todo, un artista. Cuando hablo de arte, no me refiero a tener un don; me refiero a una inventiva, una creatividad, un modo de transmisión que comporta una dimensión poética, una parte de juego. Esta dimensión artística no se toma bastante en consideración. Menos ahora, con la obsesión de la rentabilidad inmediata.

Lo cuento en el libro: en los talleres que estudié, los niños, los adolescentes y también los adultos son considerados en su dimensión sensible, psíquica, física, y no sólo cognitiva. Muchos mediadores descubren la necesidad de tocar a la vez varios registros sensibles, de solicitar el cuerpo. Suscitar idas y venidas entre lo sensible y el lenguaje. 

En Somos animales poéticos cuestionas la “ideología de la productividad”, que excluye las artes y las humanidades de los planes de estudios y de la vida. Lo bello puede resultar útil, pero no es su tarea serlo. ¿Cómo crees que podemos empezar a cuestionar este modelo tan utilitario? 

Prestando atención a lo que llamo, después de Calaferte, lo “esencial inútil”. ¿Viste cuán tristes, cuán melancólicos nos volvimos cuando estuvimos reducidos, durante la pandemia y los confinamientos, a lo estrictamente “útil”: la alimentación, los cuidados (en sentido estrecho) y lo necesario para llevar a cabo el trabajo?, ¿cuando estuvimos reducidos a la condición de seres biológicos y a nuestros roles económicos?

De lo que se tratan todos los textos de este libro es de aquello “esencial inútil”, esa dimensión fundamental que necesitamos día tras día, de la misma manera que necesitamos dormir y soñar. Todos tenemos derecho a esa dimensión. Por supuesto, también tenemos derecho a mejorar nuestro desempeño en la escuela o en el mercado laboral, para buscar un trabajo más interesante y mejor remunerado. Tenemos derecho a una información de calidad para ser una ciudadanía activa, capaz de analizar un texto, argumentar, construir razonamientos desde un enfoque crítico. Pero también tenemos derecho a aprender por el simple placer de existir, sin que ello resulte de utilidad inmediata; por sentirnos parte del mundo, mirarlo mejor, escucharlo mejor: el primer paso para cuidarlo. Todos tenemos derecho a la belleza, a la fantasía, a la ficción, a alimentar nuestra ensoñación, sin la cual no hay pensamiento.

 Algo encantador de tu libro es que reconoce la belleza en todas sus expresiones, incluso en la forma en la que una vendedora acomoda los caracoles marinos que ofrece o en cómo se ordena una habitación. ¿Qué importancia tiene la belleza en las cuestiones pequeñas de la vida?

La belleza es una dimensión esencial para los seres humanos, una necesidad universal, aunque respondamos a ella de formas muy diferentes según la época, el grupo cultural, la categoría social y la individualidad.

Desde tiempos muy antiguos y en diferentes regiones del mundo, los seres humanos han necesitado realizar ritos y forjar objetos que les parezcan bellos para marcar los grandes momentos de la existencia, comunicarse con otro mundo, domar los misterios de la vida y de la muerte, sentirse conectados con los elementos y los animales; pero también para marcar las cuestiones pequeñas de la vida a las que te refieres: desde hace milenios, adornamos los recipientes en los que guardamos los alimentos, decoramos las paredes de nuestras casas, pintamos o escarificamos nuestros rostros o nuestros cuerpos. Y contamos historias. O sea que la belleza también está relacionada con la pura alegría de existir.

Esperamos que Somos animales poéticos llegue a muchos lectores, especialmente a aquellos que desean entregarse a la belleza de la realidad y a quienes pueden convertirse en mediadores de la experiencia estética para otros. ¿A qué puertos te gustaría que llegara tu libro? 

Ante todo, me gustaría que llegue a esos mediadores de la experiencia estética que mencionaste. Es para celebrar su arte y agradecerles por lo que he aprendido de ellos que escribí este libro. Más allá, quisiera que Somos animales poéticos nos recuerde a muchos que la vida resiste, incluso en épocas tan brutales como la que vivimos.+

 

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