Bailar frenéticamente

Bailar frenéticamente

3 de febrero 2023

Por Yara Vidal

“Oh, aquí viene la bailarina del futuro: el espíritu libre habitará el cuerpo de una mujer nueva; más gloriosa que las egipcias, las griegas, las romanas, que todas las mujeres de los siglos pasados… ¡La más alta inteligencia en el más libre de los cuerpos!”.

Isadora Duncan (1877-1927), bailarina y coreógrafa estadounidense,
considerada la creadora de la danza moderna

En la danza que hace temblar a los gobiernos subyace un impulso natural a la disidencia. Demos un paseo por el placentero ejercicio del baile: una forma de rebeldía contra el sistema y el control.
La subversión del baile en la sociedad moderna es algo fascinante. Movimientos e individuos que incendiaron todo para expresarse han dejado un legado imborrable en el mundo artístico. En febrero se celebra el Black History Month, y no quise dejar pasar la oportunidad para hablar de cómo la comunidad afroamericana ha irrumpido en el mundo artístico y político a través del baile.

Cada movimiento del baile fue creado por alguien y contiene una historia. Cada paso, ángulo o ritmo cuenta emociones que quedan trazadas en un tiempo particular. La historia de las naciones y de las compañías de danza resultan personalizadas porque los bailarines entrelazaron sus pasiones, y muchas veces la verdadera manera de subsistir en el mundo de la danza implica sacrificios descomunales. Si a eso le agregamos el lastre de la discriminación, la esfera del baile clásico semeja un sistema de corte militar y la posibilidad de romperlo se encuentra en el talento innegable de artistas que nacieron para quemarlo todo.

Hace más de cien años

En el libro Dance usted (Anagrama, 2022), Luis Costa relata los momentos históricos en que la juventud se ha definido por gustos y hábitos insurrectos. Estos grupos, configurados como nueva clase, supusieron un escape a través de la creación del baile, que al día de hoy sigue alebrestando jóvenes, porque donde hay ritmo hay jazz, hay swing y hay vida. Uno de esos primeros bailes públicos individuales conocidos es el cake walk, surgido de aquella pulsión desenfrenada de cuando los esclavos de las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos se mofaban de sus amos en un espontáneo y grotesco baile. De la época del burlesque afroamericano, destaca un dúo maravilloso e insuperable: los Hermanos Nicholas, compuesto por Fayard y Harold. Su técnica acrobática, maestría y coreografía audaz los llevaron a ser considerados por muchos los mejores bailarines de claqué o flash dance de su tiempo. Gracias a su talento, dejaron un legado importante en películas. También destacan personajes de la época como las Hermanas Whitman, Willie Bryant y Bill Robinson, recordado en el cine como Mr. Bojangles.

El charleston

Se dice que el charleston se basa en el juba, un baile traído a Charleston, Carolina del Norte, por esclavos africanos. El baile era popular entre los trabajadores portuarios a principios del siglo XX. El juba implicaba pisotones, patadas y bofetadas rítmicas, por lo que se convirtió en una expresión de desafío para la comunidad estadounidense en ese momento. La juventud afroamericana se volvió frenética y este ritmo terminó por convertirse en un fenómeno de la cultura pop en 1923, gracias a la canción “The Charleston”, compuesta por James P. Johnson para el espectáculo de Broadway Runnin’ Wild.

Para 1911, el charleston fue utilizado por las Hermanas Whitman en su famoso acto teatral, y formó parte de las producciones escénicas de Harlem. El baile también fue llevado por los soldados hasta los confines de la Primera Guerra Mundial y, al final de ésta, se convirtió en un elemento esencial de los locos años veinte (también conocidos como la era del jazz), pues muchos estadounidenses blancos se sintieron emancipados después de la guerra. Durante esta época, las mujeres se cortaron el cabello, se quitaron los corsés, bebieron a escondidas durante la Prohibición y bailaron en bares clandestinos bajo el resplandor de los recién instalados focos eléctricos.

La famosa bailarina americano-francesa Joséphine Baker agregó la característica de cruzar los ojos mientras bailaba charleston. Considerada la primera vedette y estrella internacional, fue espía contra los nazis y activista por los derechos de las personas negras. Se convirtió en un icono musical, sexual y político. También resultó la primera mujer afrodescendiente en aparecer y protagonizar una película, Zou Zou (1934). La bomba de Joséphine inmortalizó la libertad en cada paso.

Algunos objetaron el hecho de que el nuevo estilo de baile permitiera a las mujeres bailar solas, sin pareja, con todos los riesgos morales que ello conllevaba. Este ingobernable ejercicio de libre albedrío, individualidad y felicidad por el baile llegó a ser prohibido en múltiples estados estadounidenses.

En plena dominación nazi, cuando el baile aparecería como fuente de rebelión y subversión, los swingjugend (que se traduce como “jóvenes del swing”) desafiaron al partido, incumpliendo la ley que les obligaba a afiliarse a las Juventudes Hitlerianas y les prohibía bailar y reproducir este género. La publicidad y la condena al baile se podía leer en los periódicos: “El swing y la música de negros debe desaparecer”.

El jitterbug

En las décadas de 1920 y 1930, las parejas competían por dinero en maratones de jitterbug: eventos de una extraña mezcla entre resistencia y actuación escénica. Con frecuencia, ganaban bailarines profesionales que viajaban de pueblo en pueblo compitiendo. A los participantes se les permitían breves descansos para ir al baño y una siesta ocasional, lo que provocaba que los eventos duraran más de mil horas. Los compañeros se turnaban para sostenerse en posición vertical y bailar mientras el otro dormía.

Un hombre llamado Homer Morehouse murió de agotamiento durante uno de estos maratones en 1923, y Seattle prohibió los eventos a finales de los veinte, después de otra muerte reportada. Esto quedó documentado en la novela ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy (1935). El mismo autor vivió esas escenas de degradación propias de un reality actual. La novela fue adaptada a película en 1969, bajo la dirección de Sydney Pollack.

Los pasos de la rebelión

La pista de baile siempre ha servido como un espacio para la expresión y el disfrute de la libertad frente a la opresión, la segregación, el control y el horror. En México, recordamos el Baile de los 41, en el que sorprendieron a hombres disfrazados de mujeres en tremenda fiesta en plena época porfirista (1901). Todos los participantes fueron arrestados, incluyendo los organizadores. Entre éstos, el yerno del entonces presidente Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier y Antonio Adalid, apodado Toña la Mamonera, ahijado de Maximiliano I y Carlota de México.

En el mismo tenor, durante la noche del 21 de junio de 1969, policías de Nueva York irrumpieron en el Stonewall Inn —el famoso bar gay en Greenwich Village―. El cuerpo de policía se sorprendió al encontrar a los asistentes llorando la muerte de su amada Judy Garland, y aun así prosiguieron con su operativo. Gracias a esa irrupción, surgió la revuelta de Stone­wall, cuando las disidencias sexuales salieron a las calles para hacer escuchar sus derechos.

Moviendo al espíritu

Echemos un vistazo a los individuos que desafiaron con su talento a las compañías contemporáneas dominantes en el mundo del baile clásico. Las historias de estos bailarines y coreógrafos demuestran que la danza negra no existe de manera independiente a la historia negra, sino que expresa sin palabras la narrativa de un pueblo a través de movimientos, producciones y la carrera de los individuos. Su coreografía plantea problemas sociales; su programación fortalece a las comunidades y se inspira en la historia. Las actuaciones de estos bailarines se vinculan con lugares, personas y eventos icónicos. Se pueden explorar temas que van desde el activismo hasta los derechos de las mujeres, la interseccionalidad LGTBI+, así como la literatura y el arte.

Arthur Mitchell, primer bailarín principal afroamericano del New York City Ballet

Nos faltaría espacio para escribir todo lo que significa la herencia de Mitchell. Fundó una escuela de danza y la primera compañía de ballet afroamericana: Dance Theatre of Harlem. Entre otros honores, Mitchell fue nombrado MacArthur Fellow, y lo ingresaron al Hall of Fame de los señores Cornelius Vanderbilt Whitney, en el Museo Nacional de Danza. También recibió la Medalla Nacional de las Artes y una beca Fletcher.

Desmond Richardson, primer bailarín principal afroamericano del American Ballet Theatre

Después de lograr el éxito en el Alvin Ailey American Dance Theatre y el Frankfurt Ballet, se unió al American Ballet Theatre (ABT) como bailarín principal en 1997. Richardson creó papeles principales para el ABT en Othello and Remanso, además de aparecer en clásicos como The Sleeping Beauty y Romeo & Juliet. Richardson es conocido no sólo por su talento, sino también por su larga e ilustre carrera en la danza, desde el ABT hasta Broadway y la pantalla grande.

Misty Copeland, primera mujer afroamericana en ser la prima ballerina del American Ballet Theatre

Copeland fue descubierta por casualidad durante una clase de ballet gratuita en un Boys and Girls Club en San Pedro, California, a los 13 años. Copeland comenzó su carrera en el ABT Studio Company en 2000 y rápidamente ascendió. En 2007 fue promovida a solista en el American Ballet Theatre. La gran oportunidad de Copeland llegó cinco años después, cuando bailó el papel principal de Firebird en el Metropolitan Opera House, convirtiéndose en la primera mujer negra de la compañía en hacerlo. Misty Copeland ascendió a bailarina principal en el ABT en agosto de 2015. Se trata de la primera bailarina negra de la compañía en ocupar ese puesto en 75 años de historia. A partir de su experiencia, escribió los libros Life in Motion, The Wind at my Back y Ballerina Body. Copeland se ha convertido en todo un ícono mundial de inspiración. Gracias a su avance, ahora hay múltiples programas en Nueva York, principalmente con el American Ballet Theatre, para expandir los horizontes de integración y entrenamiento para las comunidades que han sido privadas de representación dentro de los cánones del baile clásico. Ella continúa viajando por el mundo, conociendo a jóvenes bailarines afrodescendientes e inspirándolos a perseguir sus sueños.

El baile en la poesía

Los tiempos difíciles requieren bailar frenéticamente (New World Library, 2010) es un poemario escrito por la autora estadounidense Alice Walker, ganadora del Premio Pulitzer, poeta, narradora y activista. En el prefacio comenta que es la más pequeña de ocho hermanos y que, para 2010, cinco de ellos habían muerto. Anda, pues: comienza tu rebelión, que lo bailado nadie nos lo quita.

Comparto pérdidas, problemas de salud y otros desafíos comunes a la condición humana, especialmente en estos tiempos de guerra, pobreza, devastación ambiental y avaricia, que van más allá de la imaginación más creativa. A veces todo esto resulta demasiado como para soportarlo. Fui una persona con depresiones profundas periódicas, un signo de sufrimiento mental en mi familia que ha afectado a cada hermano de manera diferente, y he madurado en alguien que nunca soñé que sería: una optimista desenfrenada que ve el vaso siempre lleno de algo. Puede estar medio lleno de agua, precioso en sí mismo, pero en la otra mitad hay un arcoíris que sólo podría existir en el espacio vacío.
He aprendido a bailar.
No es que no supiera bailar antes; todos en mi comunidad sabían bailar, incluso aquellos con varios pies izquierdos. Simplemente no sabía lo básico que es mantener el equilibrio. Que los africanos siempre están bailando (en sus ceremonias y rituales) muestra una conciencia de esto. Un día me sorprendió, mientras bailaba, saber que los maravillosos movimientos por los que los afroamericanos son famosos en la pista de baile se produjeron porque los bailarines, especialmente en los viejos tiempos, estaban retorciendo varios nudos de estrés. Algunos de los movimientos de la parte baja de la espalda que nos han parecido simplemente sensuales, sin duda se crearon después de un día de trabajo inclinado sobre un arado o una azada en la plantación de un conductor de esclavos.
Deseando honrar el papel de la danza en la curación de familias, comunidades y naciones, contraté un salón local y una banda local e invité a amigos y familiares de cerca y de lejos a unirnos en acción de gracias, para bailar nuestras penas o al menos para integrarlas más suavemente en nuestra existencia diaria. La siguiente generación de mi familia, lamentando la reciente muerte de una madre, mi cuñada, creó un animado baile en línea que me reafirmó la idea de que, aunque todos hemos encontrado nuestra parte de dolor y problemas, todavía podemos mantener la línea de la belleza, la forma y el ritmo: un logro no pequeño en un mundo tan desafiante como éste.
Los tiempos difíciles requieren un baile frenético. Cada uno de nosotros somos la prueba.
Alice Walker