Los libreros de Gandhi
07 de junio de 2021
Los libreros son muy extraños: en cada uno de sus volúmenes se esconde un ser humano que está dispuesto a iniciar una conversación en el preciso instante en que lo invocamos. Aún más, sus palabras lo reflejan, y desnudan su alma. Justo por eso, cuando los tomamos nos su cede exactamente lo mismo que con las demás personas: algunas se convierten en amigas para toda la vida, y le robamos tiempo al tiempo para estar con ellas; otras apenas nos acompañan en algunos momentos, así que terminan por convertirse en un recuerdo que apenas se puede evocar, y, por supuesto, no faltan las que no nos importan o las que nos resultan insoportables.
A diferencia de nuestros anaqueles, en los cuales nuestras amistades se muestran sin pudor, los libreros de Gandhi se revelan como una ciudad antiquísima donde todos tienen cabida: en esa urbe, las viejas calles y sus pobladores están dispuestas a recibirnos sin importar los siglos que nos separan. Se miran las nuevas avenidas, que pueden asombrarnos con su velocidad, su cosmopolitismo y su modernidad. Incluso, si nos fijamos bien, en esa ciudad de libros también hay barrios peligrosos; lugares sorprendentes, y espacios donde nuestras creencias más duras pueden ser puestas a prueba. Por si todo esto no bastara, están los lugares de los niños; las calles de las diversiones más estrafalarias, y el material que alimenta las tristezas más profundas.
Como toda ciudad, los libreros de Gandhi nos ofrecen recorridos infinitos en los que se corre el riesgo de extraviarse. Sin embargo, si los observamos con un poco de cuidado, nada nos tardamos en descubrir la nomenclatura de sus calles: ahí se ven las avenidas de la literatura; las calles de la historia; las callejuelas del ensayo y del teatro, o los parques de la literatura infantil y juvenil. Pero como esta nomenclatura apenas nos revela las grandes líneas de la ciudad, a las puertas de ella se encuentran los guías, que pueden acompañarnos. Algunos de ellos son los que sonríen en esta foto y, con toda seguridad, conocen los atajos y los lugares que se ocultan de nuestra mirada. Caminar con ellos es asumir la posibilidad de un paseo seguro, aunque la posibilidad de extraviarse no se puede desdeñar: ahí, en uno de los libreros, está la presencia definitiva que aún no conocemos y que vale la pena hallar.
Querídos libreros, son vitales para nosotros, muchas gracias por su trabajo, esfuerzo y pasión. +