Un asalto a la humanidad: el capitalismo vigilante

Un asalto a la humanidad: el capitalismo vigilante
Sábado 7 de diciembre de 2019
Yara Vidal

“La era del capitalismo vigilante es una lucha titánica entre el capital y cada uno de nosotros. Es una intervención directa al libre albedrío, un asalto a la autonomía humana. Es la captura de nuestros detalles personales íntimos, incluso de nuestros rostros. No tienen derecho a mi cara, a tomarlo cuando camino por la calle”. Shoshana Zuboff

Necesitamos ser conscientes de que el mundo digital se ha creado alrededor de nosotros, operado por corporaciones abusivas, y es alimentado por nosotros sin mayor aviso. Un juego así tiene consecuencias muy graves. Navegar la era digital sin dejar rastro es casi imposible para el internauta promedio. La vida digital sin abuso de algún tipo a nuestra privacidad es inexistente.

La privacidad ha sido secuestrada por las corporaciones que llevan décadas estudiando nuestros comportamientos y, por ende, el futuro. Los servicios educativos, seguros y cualquier venta y desarrollo de productos han optado por comprar herramientas para monitorearnos: venden certeza a clientes comerciales que desean saber lo que hacemos. Anuncios dirigidos, pero también las empresas quieren saber si nos venden una hipoteca, un seguro, qué cobrarnos, si conducimos con seguridad. Quieren saber cómo nos comportaremos para saber cómo intervenir en él. Nos han dicho qué es deseable comer, cómo lucir, con qué erotizarnos, con qué fraternizar, hacia dónde voltear, hacia dónde reír.

Nota: Al tiempo que investigo para este artículo, me acaban de pedir en Irlanda que en lugar de entregar mi boleto de avión, solo muestre mi rostro. ¿De dónde tomaron mi foto y quién se los autorizó?
La autora Shoshana Zuboff hace un análisis sociológico de la era digital en el libro The Age of Surveillance Capitalism (Profile Books), que se ha convertido en un éxito de ventas internacional que define esta época. La autora y activista Naomi Klein ha instado a todos a leerlo “como un acto de autodefensa digital”. Describe cómo las compañías tecnológicas globales como Google y Facebook nos han seducido por años para resignarnos a perder nuestra privacidad a cambio de filtros para fotos, juegos, lo que sea por conveniencia. Estas empresas han invertido billones de dólares en la recopilación de nuestros datos, gustos y hábitos para influirnos y dictar la realidad que necesitan que vivamos.

Estamos enchufados a su Matrix, donde modifican la percepción de la verdad, códigos de conducta, estética aceptable, modelos de pensamiento: todo es manipulable. Este es el “capitalismo vigilante” que Zuboff define como un “nuevo orden económico” y “una expropiación de derechos humanos críticos que se entiende mejor como un golpe de Estado desde arriba”.

Nos quieren hacer creer las grandes empresas que el camino natural para la era digital y la tecnología es estar vigilados constantemente y que, si queremos estar conectados a la era digital, tenemos que doblegarnos a su constante monitoreo. Algoritmos predictivos, cálculos, segmentación de deseos, disgustos y tejido cerebral que estimulan con lo más básico del humano: el deseo. Predecir y dictar, guiar al rebaño sin que éste se queje.

Facebook llevó a cabo en 2012 y 2013 “experimentos de contagio a gran escala” para ver si podían “afectar las emociones y el comportamiento del mundo real, de manera que eludieran la conciencia del usuario”. En un abrir y cerrar de ojos ya nos etiquetaron y nos agruparon por el registro de nuestros datos, al bajar un juego, al bajar una app, como la que envejecía tu rostro, y todos se enteraron de que era un tipo de espionaje, lo peor es que todo opera así, recolectan lo que te gusta y lo que no.

En 2003, cuando estudiaba en la Autónoma de Barcelona, me inscribí a una clase de Tecnología y Análisis Sociológico, y lo que más me impactó fue que el profesor siempre estaba alarmado porque comenzaba a detectar cómo los avances tecnológicos serían manipulados para el beneficio de corporaciones y el gobierno para manipular gustos y apreciaciones de la verdad con fines electorales. Nos instaba a no bajar ni música en el famoso ADSL (por fin llegaba a nosotros internet de banda ancha), que no cayéramos en las trampas mercadológicas, que olvidáramos la vanidad de compartir contenido. “Dejarán de ser de ustedes”, decía, porque todo lo que consultáramos en internet sería monitoreado y la publicidad y contenido de entretenimiento sería hecho a la medida de uno, lo que bajaría un promedio de calidad de lo producido ya preestablecido en la cultura.

Él nos vaticinó la cultura basura como reinante de los medios porque por lógica es lo que ganaría en la vox populi. ¿Les suena algo? En 2008 trabajé un par de meses generando contendido para el portal de una de esas empresas, donde nos obligaron a abrir una cuenta en Facebook y nos incitaban a que compartiéramos todo por allí: conversaciones, fotos, para “conocernos”. Vinieron ejecutivos norteamericanos a reclutarnos de manera discreta en un día de convivencia y observación, todo lo que decían de cómo sería el futuro inmediato de subir fotos y prácticamente tu vida, lo que ahora conocemos como User-Generated-Content. No me tomaron por sorpresa, gracias a mi profesor catalán, y comencé a preocuparme un poco.

Era sólo aparente la inocencia de generar el contenido que ellos querían y saber lo que realmente había detrás de esos clics de los lectores. Nos pidieron hacer un dibujo de nuestros gustos —éramos unas 45 personas— y sólo yo le puse color a mi dibujo. De inmediato me felicitaron y me ofrecieron poder trabajar más cerca de ellos. Supe que no quería ese tipo de corporativismo. Porque si yo le puse color a mi ilustración fue porque he leído toda mi vida y he amado el arte, y eso me enseñó a ser libre, y no se lo iba a entregar a una empresa sin rostro y sin ética. En segundos recordé a mi profesor, a las manifestaciones que hacíamos contra la guerra en Irak, la huelga que se hizo y, ¡ay!, los libros que nos alertaban de las distopías.
Renuncié y meses después creé Lee+, con el apoyo de una empresa que no censura, que está del lado correcto de la gente, con el alma de su fundador que precisamente creía en la libertad de pensamiento. Puede sonar extraño que comparta esto, pero leer a Zuboff en estos momentos con tal claridad y valentía en su discurso, merece que yo también sea honesta y quizás esta pieza incite al diálogo, a que reflexionemos qué estamos viviendo, y qué nos queda por hacer.

En esta era de vigilancia donde Julian Assange sigue perseguido por traer la verdad a la luz, no sabemos para quién trabajamos al estar esclavizados a las redes y al entregar nuestra identidad sin cuestionarlo. Nos controlan, nos observan, nos cosifican, nos cercan, nos amenazan, es una espada de Damocles invisible… Nuestros datos crean la inteligencia artificial que nos quiere dominar.

Las nuevas fábricas son digitales: predicen nuestro comportamiento para cambiar hasta la democracia, para robarnos nuestra tranquilidad y capacidad de sorprendernos, fake-fucking-news para crear inestabilidad día a día y vendernos pastillas para calmarnos. Vivimos en la ilusión de saber qué les damos a estas empresas, demasiado grandes, pero jamás en la historia habían existido estos niveles de ganancias basadas en nuestros datos, sin regulaciones, y parece que no hay escape en este ambiente de vigilancia digital. No paremos de cuestionarlo y de pensar en cómo esto ha tenido consecuencias desastrosas para la democracia y la libertad. Lo único que podría parar esto es tu indignación y pedir regulación. Zuckerberg dice: “La privacidad es el futuro.” ¿Qué? Es intolerable. Reclamemos nuestra indignación. El poder es nuestro. +